Ascenso de la posverdad
La certeza objetiva cede ante la construcción de relato. Por eso el Gobierno “votó” por Hillary.
post-t r uth) glass- ‘VERDAD-POSTA’ nominan “populista”). No vale la pena abundar en lo ampliamente conocido, pero en la guerra contra “el campo” y contra Clarín el anterior gobierno movilizó las cuerdas emocionales de toda la sociedad, desarrollando la lógica amigo-enemigo que tanto cautivaba a Carl Schmitt. Sin embargo, en el terreno puramente económico el modelo “distribucionista” mostró fallas que nadie está dispuesto a explicar. Por qué un crecimiento tan importante de la economía en los años de las tasas chinas no desarrolló una industria competitiva y eficiente con inversiones acor- des. Las intensas discusiones a partir de 2007 sobre la validez de las estadísticas oficiales parecían responder a una parte de la definición de la posverdad: los hechos objetivos ya no serían tan relevantes como los compromisos emocionales. El macrismo, desde la vereda opuesta al kirchnerismo, parece retomar el segundo camino, que puede presentarse modernamente como “neoconservador”. Sin embargo, Macri no se siente cómodo en ese espacio. Si bien en alguna entrevista definió su construcción política como pro mercado, rechaza la caracterización de su proyecto como de “derecha”, y eso explica en parte la fuerte adherencia mostrada hacia Hillary Clinton en las elecciones nortea mer ic a na s, más allá de los acuerdos de integración económica, asistencia financiera, y la percepción del inevitable triunfo de la demócrata. Límites. Para correrse del mote sencillo de la “derecha liberal”, desde los primeros momentos de su gestión, Macri planteó el ejercicio de un neodesarrollismo, con la promesa de la llegada de inversiones extranjeras, rememorando los años de oro del frondizismo. No haría falta ajustar con el país en sostenido crecimiento. Pero este proyecto también encontró en poco tiempo su límite por las características del nuevo orden económico internacional, donde determinadas fases de los procesos industriales como los aspectos simbólicos de los productos –como el diseño y las marcas– se mantiene en los países centrales, y los “fierros” van a los lugares donde los salarios sean bajos y las protecciones medioambientales relajadas. Si las empresas multinacionales prefieren instalarse en México y no en Estados Unidos, donde se encuentra el mercado, ¿lo harían en Argentina?
Este dilema también lo padeció el k irchnerismo mucho antes del cepo cambiario, lo que impulsó a que el Estado se hiciera cargo de incentivar económicamente el mercado por la vía del consumo, soportando el precio de una inflación indomable y la depreciación de la moneda inevitable. Pero uno de los pilares de la actual política económica fue precisamente desactivar lo que alguien denominó el “festival del consumo”, buscando sostener el crecimiento económico en la inversión, con dos objetivos concurrentes: bajar el costo del salario en dólares y dete-
En una democracia de consumidores, el tema económico va a ser el central en la campaña
ner la inflación. Sin embargo, al lograrse el primero y fracasar el segundo, el país entró en una recesión que ya comienza a proyectarse a 2017. No sorprende en ese sentido que vuelvan a escucharse las voces devaluacionistas.
Desde esta perspectiva, y en una democracia de consumidores, el tema económico va a ser el central en la campaña legislativa, enterrando a todos los demás. En ese marco, si la situación no da un vuelco importante, puede suceder algo imprevisto: que el efecto Trump se traslade a la Argentina donde Cristina Fernández de Kirchner pueda canalizar el “voto bronca” contra la pérdida del nivel de vida y el poder adquisitivo, especialmente de los sectores medios bajos, desplazando el rol que le cupo a Sergio Massa en las elecciones de 2009 y 2013. No es que ese vota nte necesa r ia mente quiera que retorne el proceso anterior, pero sí elegir lo que exprese en mayor medida su descontento. Todo un desafío para el oficialismo en la era de las verdades múltiples.