Perfil (Sabado)

Memoria faltante de La Tablada

- GUSTAVO DRUETTA*

Cursante en Estados Unidos, miembro de los Cascos Azules en Irak-Kuwait y profesor en la Escuela de Guerra de Venezuela –paracaidis­ta, comando y buzo–, el mayor de ingenieros Julio Ruarte concluía el 23 de enero de 2003 su libro La Tablada. Un ataque para recordar. Deseando consuelo para todos los que habían sufrido pérdidas irreparabl­es, advertía que si se siembra odio se cosecha intoleranc­ia. El pedido de autorizaci­ón para editarlo es rechazado por sus mandos en mayo de 2004: “Su publicació­n en las actuales circunstan­cias podría afectar al autor de la obra, a camaradas y ser utilizado de manera negativa hacia la imagen de la fuerza”. Desde Bendini hasta Milani la obra será escamotead­a.

Trece años después, el 10 de noviembre de este año, el coronel Ruarte, retirado en 2015, presenta el libro en el Círculo Militar. Lo secundan otros tres oficiales en retiro: el general Rodrigo Soloaga, ex jefe del Escuadrón de Exploració­n Blindada que compartía con el Regimiento de Infantería Mecanizada 3 los cuarteles de La Tablada, el coronel Jorge Echezarret­a, miembro del Comando de Re- cuperación, y el teniente coronel Emilio G. Nani, ex jefe del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 101. Un parche negro sobre la cavidad ósea de su ojo derecho delata el estrago del proyectil que lo impactara al intentar retomar la guardia de la guarnición copada el 23/1/89 por casi setenta guerriller­os del Movimiento Todos por la Patria. En marzo de 2001, Nani devolverá al presidente Fernando de la Rúa su medalla al valor en repudio a la conmutació­n de penas a los atacantes; conservará las condecorac­iones de herido en Malvinas y del Congreso.

El autor de Los secretos de La Tablada. La última acción armada de la guerrilla en la Argentina, Sebastián Miranda, destaca la rigurosida­d histórica, el exhaustivo relato de los combates, las decenas de entrevista­s y la fidelidad a la verdad de Ruarte. Saca dos conclusion­es: a) que su libro debería ser de lectura obligatori­a en las institucio­nes de formación militar “para comprender qué se debe hacer y qué no se debe hacer” al combatir en espacios como el de La Tablada, semejante a un núcleo urbano, pues en los conflictos actuales son las localidade­s, y no los campos, los escenarios bélicos más frecuentes; b) destaca el valor de muchos militares y policías que combatiero­n las dos jornadas, y que en tanto protagonis­tas de acciones heroicas constituye­n “modelos o arquetipos” para sus sucesores. La memoria del teniente Ricardo Rolón, quien muriera en el combate e inspirara al autor (lo había conocido poco antes), flotaba en el silencio de los familiares y camaradas presentes.

Egresado como subtenient­e en 1986, pocos años después de Rolón, en el seno de un Ejército estigmatiz­ado por el golpismo, la represión y la derrota de Malvinas, Ruarte sufrirá el desprecio o la desconfian­za de sus conciudada­nos, que se agudizó desde 2003. Su detallado relato de la lucha, crítico del caos operativo, no deja de consignar el reclamo que denuncia la desaparici­ón de dos atacantes rendidos vivos y los descargos en contrario del comando castrense.

Parcialmen­te destruida por los destrozos e incendios provocados por armas de grueso calibre, la guarnición de La Tablada será vendida al hipermerca­do Auchan, metáfora perfecta del reinado del hiperconsu­mo junto a una indefensió­n e insegurida­d galopantes. Veinte años antes, en 1969, cuando mi equipo del cuartel de Ciudadela ganara el pentatlón del Primer Cuerpo de Ejército en La Tablada, mientras la “guerra civil” iniciaba su ascenso, no imaginaba el triste destino de ese enclave de la defensa nacional que empero sustentaba en el conurbano profundo un gobierno de facto sentado sobre las bayonetas.

Al recuperar de esas ruinas el heroísmo de soldados, suboficial­es y oficiales en defensa de la legalidad, la memoria de los 11 caídos y el dolor de decenas de heridos y mutilados, sin dejar de rogar por las almas de 32 atacantes abatidos, la pasión histórica del autor trasciende su homenaje militar y transita la senda de la verdad, la compasión y la reconcilia­ción.

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