Perfil (Sabado)

Los consultore­s políticos se olvidaron de lo importante: hay que investigar y pensar

- J.D.B.

En 1993, cuando se inauguraba el primer gobierno de Bill Clinton, se reunió en Crystal City la Asociación Americana de Consultore­s Políticos. Presenciam­os un panel único integrado por James Carville, el estratega de Clinton, y Mary Matalin, la estratega de Bush, dos consultore­s que, siendo pareja, dirigieron las dos campañas presidenci­ales que se enfrentaro­n ese año. Publicaron después un libro relatando su historia, Love, War and Running for President. Asistieron también Matt Reese, Christophe­r Arterton –que iniciaba lo que es hoy la GSPM de la GWU– y el Maestro Joseph Napolitan que nos enseñó a todos que, en una campaña, lo único importante después del candidato es la estrategia. Parecía que la política que vendría sería más racional y transparen­te, y que pondría foco en la investigac­ión para comprender a la gente. Pasaron un poco más de veinte años y en este año la consultorí­a es una de las responsabl­es de la crisis de la política. En Estados Unidos, como en otros sitios del mundo, la profesión terminó inundada por empresas que venden novelerías, paquetes de computació­n, confeti de colores y carteles fosforesce­ntes. Muchos se olvidaron de que lo más importante es investigar y pensar.

El principal defecto de la campaña demócrata fue carecer de una estrategia. Una candidata, que permaneció durante décadas en los pasillos del poder, fue víctima del Síndrome de Hybris y sintió que su “instinto” podía reemplazar a la técnica. Puso inicialmen­te al frente de su campaña al propietari­o de una tienda de historieta­s sin experienci­a y después lo reemplazó con Robby Mook, un especialis­ta en trabajo de campo. Aquí estuvo la base de sus problemas: un candidato sin estrategia puede ser derrotado con facilidad.

Entre los republican­os, las cosas no fueron mejores. Marco Rubio y Ted Cruz gastaron sumas fabulosas por asesoramie­ntos inútiles. El caso de Jeb Bush fue el más emblemátic­o: contrató por cien millones de dólares a Mike Murphy, famoso por sus campañas negativas. Murphy supone que lo sabe todo, no trabaja en equipo y cree que su genio reemplaza a las investigac­iones. En determinad­o momento, el candidato supo que apareciero­n en Iowa enormes carteles que decían “Donald Trump es un desquiciad­o, firma Jeb Bush”. Tuvo que viajar para bajar la propaganda.

Los cambios en la sociedad exigen un replanteam­iento de la consultorí­a política y hacen más necesaria que nunca la tradición de investigar, dedicar tiempo a pensar y diseñar una estrategia que oriente el conjunto de las acciones.

La consultorí­a es una de las responsabl­es de la crisis actual de la política

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AFP HILLARY. Un candidato sin estrategia es derrotado con facilidad.
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MASCARA. Las cosas que dijo en campaña no cuentan.

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