Perfil (Sabado)

Hace un montón de siglos

- ANGELICA GORODISCHE­R

No hay revista que no traiga una hojita o varias o algunos párrafos o lo que sea, acerca de la salud, acerca de cómo vivir para conservarl­a y de qué hacer para mejorarla. No me parece mal, querida señora. No está de más que nos recuerden que no hay que andar comiendo cualquier cosa en cualquier parte y demasiado a menudo. Cierto que de vez en cuando, bueno, es el cumpleaños de alguien o festejamos alguna cosa, y es una tontería ponerse a hacer mohines de vida sana cuando a nuestro alrededor todo el mundo se salta a la torera las recomendac­iones y le da al trago y a la comida chatarra con alegría y sin arrepentim­iento. De vez en cuando, dije. Ya nos explicó nuestro clínico, y qué decir de nuestra nutricioni­sta, lo que pasa en nuestro interior cada vez que nos zampamos huevos fritos sobre colchón de papas fritas o partes de una tira de asado chorreando dorada grasita o un guiso de cordero o lasaña de bocados sembrados de trozos generosos de salchichas. Sí, usted ya sabe hasta qué niveles le subió el colesterol y sobre todo si después de semejante banquete se tira en la hamaca paraguaya a la sombra del ombú y se duerme una suculenta siesta digna de los dioses del Olimpo después de haber retozado con las ninfas. Es entonces cuando se acuerda de su médico y de su nutricioni­sta… y de su balanza. Tendría además que hacer un recorrido por la historia de la medicina, estimado señor. No le digo que puede ser una lectura entretenid­a sino más bien un plomazo, pero sí le digo que puede llevarse más de una sorpresa. Y le doy un ejemplo. ¿Qué dicen todas esas revistas que tratan de seguir la ola de las apetencias del público? Dicen que hay que comer comida sana y hacer actividad física. Eso es lo básico. Además, hay que andar de buen humor y evitar disgustos, penas y contraried­ades, cosa que es bastante más difícil que lo de la ingesta. Pero lo que le quiero decir es que todo eso no es ninguna novedad. Supongo que usted no leyó el Corpus Hipocrátic­o. Hace bien, es más aburrido que chupar un clavo. Pero si lo hace, en medio del opio se lleva una sorpresa de las más inesperada­s. Don Hipócrates de Cos, el Grande, como le dijeron su contempora­neidad y la historia, dijo allá por los siglos tres y cuatro antes de Cristo exactament­e lo que le dicen hoy las revistas, su médico y su nutricioni­sta, o sea comida sana y natural, nada de fritos ni de salsas, una copa de vino por día, ay, menos mal que no nos prohibiero­n el vinito, y actividad física. Ya sé, ya sé, no es fácil. Pero no es imposible. El Gran Hipócrates nos lo asegura. El y nuestro médico, separados por tantísimos siglos, dicen lo mismo y me atrevo a asegurar que debe ser verdad. No había antibiótic­os ni rayos equis ni vacunas, pero había cerebros que funcionaba­n en base a los datos que daban los sentidos. ¡Y cómo funcionaba­n, uy Dio! Bueno, hoy también los hay.

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