Hay que ser honesto con Atentado en París: aunque su título podría indicar una película de acción que decide pisar París a fuerza de frases hechas y acción adrenalínica después de las tragedias de Charlie Hebdo y el tiroteo en el Teatro Bataclan, el nivel de irresponsabilidad y fiaca es tan grande que ni intencionalmente bordea ello. Es cierto que no era necesario abordar esa herida reciente, pero esa ausencia de reflexión deja en evidencia qué encerrada está Atentado en París en sí misma.
A la película de James Watkins sólo le interesa una cosa: es una prueba de cámara para que el mundo entienda una y otra vez cuan diabólicamente cool y seductor es Idris Elba. El británico que aquí es un agente de la CIA que, sin dudas, viene a solucionar lo que los eurosalames no pueden resolver, es la gran nueva esperanza del cine de acción a tracción de carisma y bestialidad. Ese linaje donde Bruce Willis es San Miguel y Sean Connery su trago más elegante es donde se busca inscribir a Elba; y esta película no lo esconde ni por un segundo. Lo fascinante es que esa ausencia de ideas termina dejando en claro su punto: Elba es puro carisma, y tanto lo es que hasta puede resistir a un héroe que anda inmundamente trompeando mujeres en la panza o basureando los ideales de los indignados políticamente. Ser rancio y sexista es algo que hay que saber llevar en el cine de acción, sobre todo considerando lo imbécil de ambos sustantivos. Es un equilibrio que Elba resiste, pero no sin tropezar.
El cine de acción con dos dedos de frente ha generado monstruos cancheros. Aquí sólo vemos a Elba disfrutar de su prueba de cámara para intentar ser el próximo James Bond, el primero de color. Lástima que la película le pegue tanto en el estómago de su carisma.