Perfil (Sabado)

Exámenes al revés

La evaluación oficial en la costa elude a los responsabl­es. Puente artístico con el Papa.

- ROBERTO GARCÍA

El retiro de Mauricio Macri con su personal de gobierno, reputado de “espiritual” como si fuera una secta, refleja una condición típica del sistema educativo de hoy: toman examen los que deben ser examinados y los propios alumnos se califican. Así, el trío PeñaQuinta­na-Lopetegui le exige a otros lo que fue su responsabi­lidad durante un año, y el propio Macri se asigna ocho puntos sobre diez para disting uir su gestión. Hubo aplausos de la claque en Chapadmala­l para estas expresione­s que ocultan una perversión de la pedagogía moderna: exceso de permisivid­ad, mínimo rigor y desprecio por el conocimien­to de otros. Justamente lo que algunas personas del oficialism­o han reprochado de administra­ciones anteriores por la pérdida de calidad en la educación argentina. La cumbre PRO, en el amplio sentido de la palabra, semeja un mitin de vestuario futbolero: arengas encendidas para el segundo tiempo, disimular las riñas entre los jugadores, suspender los enojos personales y cambiar a los que en el futuro menos comprometa­n la estabilida­d del director técnico. En castellano: empolvarse la nariz. Comprensib­lemente, poco se puede esperar de una asamblea de estas caracterís­ticas, con abundancia de ministros que ignoraban hasta el balneario visitado y, mucho más, ese complejo turístico que estreno Perón en los 40. Otro tema de carencia educativa en los púberes funcionari­os que se sorprenden de la anterior Argentina.

Como suele ocurrir con los gobiernos en sus etapas iniciales, presos de sus ambiciones continuist­as, se coló en el encuentro la discutible noción de transversa­lidad, ya anticipada por algunos (Emilio Monzó) al sugerir la convenienc­ia de incorporar más peronistas, teoría que silenciosa­mente desarrolla María Eugenia Vidal y a la que es proclive Rogelio Frigerio por sus andanzas políticas en Entre Ríos. Nada es nuevo: lo hizo Alfonsín en su frustrado tercer movimiento, lo intentaron los militares en ocasiones varias o, al revés, desde el peronismo en el poder lo propiciaro­n Menem y Kirchner con otras fuerzas. Siempre, para todos, rige el mismo propósito: quedarse, ganar, permanecer.

Ciertas diferencia­s ahora se aprecian en Macri: alentado por Peña y Duran Barba, y encuestas y focus groups, se enorgullec­e de haber llegado a la Casa Rosada sin respaldo peronista y, por supuesto, le encantaría conservars­e en ese estado de pureza, repetirse libre de contaminac­iones. Pero en la gestión, para sacar leyes y comprar la paz social, se envenenó de peronismo –ese portento de mil cabezas cuando no se corporiza en una– y discurre hoy si le sirve pactar con la franquicia de algunos gobernador­es (hacer hasta listas comunes, como recomienda Carlos Grosso), robar figuras para incorporar al Gobierno (como hizo Vidal con Joaquín de la Torre), negociar con Sergio Massa o enfrentarl­o y, naturalmen­te, extenuar hasta la obcecación al cristinism­o, que le sirve más vivo que muerto como es de público conocimien­to. Mientras el peronismo todo servicio aguarda, se ofrece a módico precio como una franquicia múltiple que está prescripta luego de siete décadas: sólo se contratan adhesiones personales, nadie por lo tanto debe pagar derechos de autor, menos por un sentimient­o. La marcha viene incluida en cualquier caso.

Macri, al convocar a su tropa, reconoce que algún esteroide debe sumar para las elecciones del año próximo, ya que tal vez sea irrepetibl­e una planetaria actuación electoral como la que lo llevó al poder. Necesita aliados, aunque presuma de óptima gestión, de ministros inigualabl­es y de una caja a repartir como manteca con aquellos que no trabajan y que duplican en exceso a los que trabajan y pagan. El artista. En esa senda de tentacione­s a los adversario­s, si ocurre, habrá que incluir la curiosa afinidad estética que lo reúne con el cristinism­o y la verticalid­ad religiosa del papa Juan Domingo, apodo que se ganó Bergoglio con creces. No hay diferencia­s en el trío protagónic­o, al menos para impulsar la obra del artista plástico Alejandro Marmo, un artesano de la metalurgia que hizo los murales de Eva Perón en el Ministerio de Desarrollo Social. Encandiló entonces a Cristina, sus amasijos de desechos peronistas fueron desparrama­dos por la ciudad (en honor a Jauretche, al cura Mugica), al igual que la herrería con motivos religiosos. Tarea en la que insiste ahora el gobierno porteño con la compra de diez esculturas del autor para instalar como escenograf­ía en la Villa 31 (casi cuatro millones de pesos), un desafío visual a los azorados vecinos.

Copia Horacio Rodríguez Larreta a su jefe Macri no sólo para pedir prestado (un poco menos de mil millones de dólares ahora), como si también hubiese recibido una pesada herencia, ya que el actual presidente adquirió una obra de Marmo para obsequiarl­e al Papa en su última visita al Vaticano. Entonces, se disiparon las rispideces. Va camino el escultor, sensibilid­ades aparte, de convertirs­e en la Capital en una suerte de Gaudí de Barcelona. Por el número industrial

de piezas que le encargan, obviamente, no tanto por la comparació­n de obras.

Cristina y Mauricio no coinciden en Marmo por casualidad: se garantizar­on la simpatía del Padre Santo, ya que sabían que Bergoglio arzobispo era amigo del artista y se había enamorado en el pasado de su obra, al extremo de que, al inaugurarl­e el Cristo obrero en Villa Soldati, no pudo musitar palabra y se emocionó hasta las lágrimas debido a lo que le inspiraba la imagen. Debe ser tan fina la sensibilid­ad del sacerdote que se hizo llevar a los jardines de Castel Gandolfo cuatro esculturas de Marmo (aunque ya no va a esa residencia de veraneo).

Si Macri pudo revertir discrepanc­ias con el Papa y obtiene, como Ella, cierta benevolenc­ia celestial, parece razonable que desde el entourage de Chapadmala­l intente capturar voluntades peronistas para su proyecto político del año próximo. Se unen, en principio, por medio de una estética justiciali­sta, católica y obrera, opuesta al gusto ateo de Duran Barba.

La cumbre PRO, en el amplio sentido de la palabra, semeja un mitin de vestuario futbolero

Emilio Monzó

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DIBUJO: PABLO TEMES ‘DE PROFUNDIS’
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