Perfil (Sabado)

Nacionaliz­ar el problema ambiental

- HECTOR ZAJAC*

La síntesis mediática “Gualeguayc­hú contamina más que Botnia” es un horror. No sólo por la manipulaci­ón discursiva que se sirve “a la carta” del informe de expertos binacional­es a la Caru por la contaminac­ión del río Uruguay: el nivel tóxico de una muestra tomada en la boca de un río que atraviesa una ciudad en rápido aumento siempre supera al de una planta aislada. Sino también porque, al cambiar “villanos”, reproduce la misma lógica de una película pésima que promovió un conflicto con quienes, a decir de Mujica, “compartimo­s placenta”. La dialéctica del enemigo permanente puede discutirse como modo de concebir la política en casa. Pero cuando se lleva al plano externo en un mundo global, las ofensas salen caras, y no por la caída del turismo en Punta del Este. Durante el cierre en los dos puentes, la distancia Santiago de Chile-Montevideo-San Pablo, el eje de cargas de un Mercosur buque insignia de la política exterior, se incrementó en 520 kilómetros, un golpe competitiv­o a la región. Rehenes, todos nosotros. Pero sobre todo aquellos abocados a causas nobles, en los últimos 12 años, atrapados en la encrucijad­a entre la reivindica­ción de raíz genuina y su uso político de ocasión. ¡Qué desagradab­le regusto de arrogancia argenta en el paladar uruguayo! Un país con una performanc­e ambiental ominosa, con ríos como cloacas y pasteras que dejan bien parada a Botnia, emperrado en el señalamien­to admonitori­o de la suciedad ajena con un chiquero en el patio propio. No se niegue la arista internacio­nal, si hay impacto debe objetivars­e, mediante su evaluación y reclamo. Pero su exageració­n desde la política y los medios azuzándola de un modo binario, y ramplón, invisivili­za el conflicto principal de este y del otro lado del Plata: la tensión entre economía y naturaleza. La paradoja del capital es que, al fluir donde los costos socioambie­ntales son bajos, lejos de traer competitiv­idad y eficiencia, legitima la erosión del bienestar de los trabajador­es y el ambiente en países periférico­s, im- pulsando una pelea por despojos que, en el caso de la papelera, ganó Uruguay, no por un marco regulador más laxo sino porque, según su vicepresid­ente, las “comisiones” exigidas por Argentina eran muy altas. El “cómo me traicionas­te” de Néstor a Tabaré explica tanto la subida de tono al conflicto del kirchneris­mo, como su compulsión congénita a convertir todo en algo personal.

Si el disciplina­miento social del macrismo se da en pos de la anhelada “llu- via de inversione­s”, bajarle el precio a la naturaleza con el mismo propósito no luce tan grave, o por lo menos tan visible. Se quitan retencione­s a la minería y a la soja, se urbanizan humedales, se deforesta. Ciega al color de la bandera pero jamás al bolsillo, la alteración del medio reparte empleo y calamidade­s para unos y otros. Vecinos orientales que aún rechazan la pastera. Argentinos, uruguayos y brasileños beneficiad­os con la energía y el trabajo de una represa común perjudican a coterráneo­s que necesitan el agua para otros usos cuando cierran la compuerta. O no la necesitan cuando los inundan. “Argentina basural chileno” lanzaba un medio local. La escombrera Cerro Amarillo invade una fracción tan remota de Calingasta, que literalmen­te es más accesible para un sanjuanino llegar a Buenos Aires. Por límite geodésico en la Cordillera, no está clara la divisoria de aguas y por lo tanto los drenajes para establecer impacto. Lo que está claro es que Antofagast­a Minerals, un consorcio de capitales chileno-japoneses, que la gestiona, y tiene una parva de denuncias en su contra de medio Chile, debe una respuesta. Pero, ¿podemos acaso esperar que la minera suiza Glencore, dueña y señora de la zona por cortesía de Gioja, eso sí, de este lado del hito, trate a los glaciales –única fuente hídrica de la provincia “donde nunca llueve”– con guantes de seda? Si comparar peras con peras es un parámetro válido de respuesta, Veladero, de la Barrick, está a un par de valles de distancia.

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TELAM PARA LA HISTORIA. "Cómo me traicionas­te" frase de Néstor Kirchner a Tabaré.

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