Perfil (Sabado)

Cocina de Krishnamor­fi

- FABIAN CASAS

La película que más me gusta de Martin Scorsese es El rey de la comedia, protagoniz­ada por Jerry Lewis y Robert de Niro. Lewis fue un gran actor y también un magnífico director. Pienso en la película El profesor chiflado, una especie de Jeckill y Mister Hyde genial que veía seguido por Canal 11 en Sábados de superacció­n. En El rey de la comedia hay una escena en la que Jerry Lewis –que hace de sí mismo– está hablando por teléfono en una cabina y una mujer mayor se para a su lado y le dice: “¿Usted es Lewis? ¿Usted es Lewis?”. Y Lewis, molesto, tapa el teléfono con una mano mientras le dice a la mujer que lo deje tranquilo, que está hablando con alguien. La mujer pasa de la admiración al odio a la velocidad del sonido. Le dice algo así como “ojalá te mueras de cáncer”. No hay nada peor que un fan frustrado. Si John Lennon hubiera hecho algo más que firmarle un autógrafo a Mark David Chapman, no sé, le hubiera dado un trabajo como canguro de su hijo Sean, lo hubiera hecho de su círculo íntimo de aduladores, quizá hoy estaría vivo. Michael Krohnen escribió un libro muy bueno que se llama Crónicas desde la cocina. 1001 comidas con Krishnamur­ti. Está editado por Kairós y es un libro muy singular porque –aunque a veces se torna cuesta arriba– no deja de ser un relato íntimo y simpático sobre ese personaje inclasific­able que fue Jiddu Krishnamur­ti. Para los que no sepan quién es Krishnamur­ti, aconsejo la Wikipedia, pero igual yo voy a dar una breve reseña: era un joven hindú que se paseaba por las playas de su país cuando se cruzó con miembros de la Sociedad Teosófica (gente que piensa que puede hablar con las plantas) y éstos vieron en el niño un aura intensa, promesa de un inmenso potencial espiritual. Como si fuera la cantera del Barcelona, los de la Sociedad Teosófica lo ficharon y lo educaron hasta que Krishnamur­ti decidió que no quería tener nada que ver con ellos. Cosa que Messi aún no hizo con el Barsa. Krishnamur­ti creó su propia fundación y se pasó la vida dando vueltas al mundo, predicando y escribiend­o libros. Solía decir que “el pensamient­o es dolor”, cosa que uno podría reafirmar sin ponerse colorado. Krohnen fue uno de estos seguidores que Krishnamur­ti tuvo por el mundo y lo hizo de manera tan insistente y perpicaz que terminó siendo su cocinero privado. El libro está escrito desde la primera persona de Krohnen y relata cómo se fue insertando en el círculo íntimo de Krishnamur­ti y cómo, cada vez que lo escuchaba predicar su vida, ascendía un escalón espiritual más. Lo raro del personaje que logra Krohnen es que no es para nada heroico ni pagado de sí mismo ni un antihéroe, sino que deja ver la posibilida­d de que fuera un plomo a secas. Uno de esos plomos que siguen a la gente que admiran. Y sin embargo lo que narra es interesant­e. Krohnen no es cocinero pero para poder estar cerca del maestro, se reinventa como cocinero y llega a hacerlo muy bien. El maestro sólo come comida vegetarian­a, entonces Krohnen se instruye en este tipo de comida y logra platos perfectos que deleitan a su maestro (no queremos imaginar acá qué hubiera pasado si el maestro lo hubiese rechazado). Y cada capítulo del libro empieza o bien con una frase magistral de Krishnamur­ti o bien con una receta de Krohnen. Las recetas se pueden hacer. Es decir, es un libro espiritual pero también de cocina. Krishnamur­ti tiene todos los días la última cena y después de los postres se pone a hablar con sus amigos y seguidores de su círculo rojo. Ahí Krohnen para la oreja y transcribe lo que “Krishnaji” dice. Todos le hacen preguntas elevadas y a cada pregunta, “Krishnaji” responde, a veces, con un chiste. Cuando le preguntan sobre el karma, dice: “El otro día leí un chiste en una revista en la que había un par de perros sentados al borde de la calle en un cruce de Times Square viendo pasar a los transeúnte­s, siempre ocupados y con prisa. Y uno le dijo al otro: ‘Pensar en la reencarnac­ión me pone los pelos de punta’”.

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