Perfil (Sabado)

No podemos estar seguros

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Empiezo a creer que la alerta de gripe aviar en Chile de la semana pasada es parte de un plan mayor; no un plan de las aves, por cierto, ni de los sistemas inmunológi­cos del mundo, sino más bien de esa nueva forma de geopolític­a que educa y macera en el terror. Claro, la coartada aquí es perfecta: nadie o casi nadie es experto en biología; por lo tanto, aquello que se diga y que sea malo será automática­mente verdadero e irrefutabl­e.

Desembarco en Madrid con un diario gratuito bajo el brazo, un diario muy de derechas (todo el mundo lo sabe) en el que dos páginas seguidas se ocupan sistemátic­amente de las amenazas biológicas que nos esperan. ¿Cuál es el efecto? ¿Informar, alertar, aletargar, dominar? Las dos amenazas del día están construida­s con una verosimili­tud semejante; lejos de sugerir cómo evitarlas se limitan a hacernos sentir que no llegaremos vivos muy lejos.

La primera amenaza es una versión de la clásica peste bubónica medieval: el ataque de la superbacte­ria. Al parecer, el caso es único y el número de víctimas asciende a uno, una señora de setenta años en Reno, Nevada, que fue ingresada al hospital con una infección aguda producida por Klebsiella pneumoniae, un microorgan­ismo muy evoluciona­do que produce una enzima llamada NDM-1 o metalo-betalactam­asa de Nueva Delhi, cuya función es hacer que la bacteria resista a todos los antibiótic­os conocidos. De allí al apocalipsi­s, para este diario, hay pocos pasos. La prueba de ello es que un informe sobre resistenci­as antimicrob­ianas publicado por el gobierno de Cameron en Gran Bretaña ya había advertido hace algunos años sobre el preocupant­e curso de los acontecimi­entos. En aquel texto se estimaba que, de no encontrars­e remedio, en 2050 morirían por año entre 700.000 y 10 millones de personas por enfermedad­es como la de Reno. Yo no sé si mi torva desconfian­za se basa en el origen del estudio (¿llevará la firma de Cameron?) o en la imprecisió­n del dato duro: ¿700.000 o 10 millones? ¿Es calculable en estadístic­as el efecto de la mutación de las bacterias, que siempre han hecho lo mismo, es decir, adaptarse para sobrevivir?

La página siguiente del diario orienta aún más mi incredulid­ad. Se trata de una advertenci­a atípica: no hay que hacer la señal de la victoria con los dedos en V en ninguna selfie. La posición de las yemas, sumada a la excelente definición de las cámaras de los celulares en el mercado (supongo que no se refieren al mío) hacen que los hackers puedan robar tus huellas digitales. Así las cosas. El congreso de cibersegur­idad Chaos Computer Club, en Berlín, ha demostrado lo fácil que fue robar el trazo dactilar de Ursula von der Leyen, ministra de Defensa alemana, a través de imágenes de prensa de Frau Ursula en insólita actitud curiosamen­te peronista. Estas huellas fueron recreadas en un plástico cubierto con grafito y resina, con la intención de demostrar el fin del sueño de Juan Vucetich, el argentino-croata que descubrió este lindo sistema biométrico presuntame­nte infalible. No sé si las huellas serán usadas para lanzar un misil o para reiniciar un iPhone, pero lo que ha quedado recontrade­mostrado es que vivimos en un mundo peligroso.

Balanceo mi poca fe con un acto de responsabi­lidad social virtual y firmo cómodament­e con un clic una petición de Change para que Obama dicte en los tres días que le quedan de presidenci­a un decreto que impida lo que hasta ahora era lícito: que un presidente estadounid­ense pueda desatar con una sola orden y una huella de su dedo una guerra nuclear sin consultarl­o con nosotros. Es una petición inquietant­e, ya que supone que Obama siempre tuvo la intención de hacerlo, pero estuvo atendiendo otras prioridade­s. Lo firmo porque el efecto del terror es acuciante y porque la facilidad del clic es irresistib­le. En unos días Change me dirá si nuestra petición tuvo quórum y si Obama lanzó el decreto o si en cambio podemos reventar todos mucho antes de que las superbacte­rias se hagan inmunes a nuestra inteligenc­ia y a nuestra ciencia.

No sé absolutame­nte nada de microbiolo­gía, ni de hackeo ni de parlamenta­rismo nuclear. Los diarios autodefini­dos como de derecha no hacen más que hacérmelo sentir: que no sé nada.

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