Perfil (Sabado)

El desarrollo según Curia, el “economista peronista”

- FEDERICO POLI / EX SUBSECRETA­RIO PYME

Hace unos días nos encontramo­s con la triste noticia de que nos había dejado Eduardo Curia (1946-2017). Como otras tantas veces, me sucedió lo mismo con Rogelio Frigerio (1914-2006), Marcelo Diamand (1929-2007), Aldo Ferrer (19272016) y, también, Héctor Valle (19352015); sentí, junto al dolor humano, la pérdida de quien había sido, en mayor o menor medida, referencia intelectua­l. Situacione­s que no excluyen las diferencia­s políticas en distintos momentos del camino.

Eduardo se definía, simplement­e, como un “economista peronista”; siendo más específico­s diría que se trataba de un macroecono­mista ubicado en el campo de las corrientes heterodoxa­s, estructura­listas, desarrolli­stas. Eduardo miraba la coyuntura con visión de largo plazo: trataba de ver qué tipo de desarrollo iba configuran­do el set de precios relativos que la macroecono­mía y la política económica determinab­an. Además, su especialid­ad y pasión era, justamente, la economía del desarrollo: en la década de los 80, su visión viraría de un planteo de desarrollo más mercadoint­ernista a otro de mayor integració­n al mundo.

Es cierto que Eduardo fue un economista que canalizó su participac­ión pública desde sectores vinculados al peronismo. Con la recuperaci­ón democrátic­a se sumó a los equipos económicos del candidato presidenci­al Luder, durante el gobierno de Alfonsín se desempeñó como economista de la CGT y, luego, como asesor del precandida­to justiciali­sta Menem. Al salir electo Menem, Eduardo diría tiempo después que la línea más ortodoxa Cavallo-Di Tella se terminó imponiendo en la interna económica a la línea Diamand-Curia. Quedó, como testimonio del planteo de política económica que sostenían, el libro que recopiló con el apoyo de su “amigo y maestro” Diamand, Desarrollo con justicia, en el que participar­on un conjunto de economista­s peronistas y desarrolli­stas. A pesar de la derrota interna, Eduardo asumió como secretario de Política Económica con el ministro Roig y continuó con Rapanelli en el marco del denominado Plan Bunge & Born. Porque entendía que debía dar la pelea desde adentro, se quedaría en el gobierno, tratando de imponer sus puntos de vista, hasta la gestión de Erman González.

Algo que distinguía a Eduardo de muchos economista­s vulgares es el concepto de sistema: miraba la economía, sus variables, dentro del complejo conjunto que las determinab­a. Eso explica que, siendo un heteredoxo preocupado por la distribuci­ón del ingreso, entendiera tempraname­nte la importanci­a de la cuestión fiscal en el encuadre económico. Es interesant­e la aproximaci­ón teórica que ensayó del fenómeno hiperinfla­cionario que le tocó enfrentar desde el Ministerio de Economía. Eduardo, el economista que hablaba difícil, decía que la hiperinfla­ción de 1989 conformó “el epítome (síntesis o extracto) de la descomposi­ción del sistema económico” o “síntoma de la dessistema­tización de la economía”. De ahí deducía que “la vieja contienda argumental” entre las posturas estructura­listas y monetarist­as perdía validez y se debía elaborar una nueva síntesis realista, que se enfrentaba al desafío de “lanzarse en los senderos de una economía abierta y abatir la hiperinfla­ción”. Esta situación conllevaba la tensión entre estabilida­d y tipo de cambio real (TCR) y, en esa coyuntura, considerab­a un riesgo que se pasara del hiperdólar de la hiperinfla­ción al hipodólar de la estabiliza­ción, como finalmente sucedió con la convertibi­lidad.

Eduardo coincidía con otros, como Roberto Lavagna, Juan Sourrouill­e, Roberto Frenkel y los economista­s del Cedes, en que, como sintetizó Eduardo Conesa, “el tipo de cambio (TC) de un país es el rey de los precios”. “En una economía abierta, sobre todo emergente que busca intensific­ar sus lazos con los flujos comerciale­s internacio­nales, la importanci­a del tipo de cambio real, dada su proyección asignativa, es primordial”. Tomó del trabajo de Sebastián Edwards, “Tipo de cambio real, devaluació­n y ajuste” (1989), la distinción entre TC de largo plazo y TC de corto plazo. Este último es el valor que permite clarear o limpiar el mercado de transaccio­nes cambiarias, en tanto el de largo plazo es el precio relativo entre bienes comerciali­zables y no comerciali­zables internacio­nalmente que (dado el valor de otras variables) resulta en la simultánea obtención de equilibrio interno y externo. El interrogan­te relevante es si, en cada momento, el TC vigente es acorde con el TCR de largo plazo o de equilibrio. El problema es que pueden producirse desalineam­ientos entre ambos y “el TCR inmediato, oculto bajo el cambio nominal, sea menor que el TC de largo plazo”. Ese desalineam­iento puede ser sostenido, transitori­amente, por financiami­ento externo privado o deuda externa pública. Eduardo nos estaba planteando, a su modo, el problema de la enfermedad holandesa, que en la convertibi­lidad se dio en el marco de un modelo de crecimient­o liderado por endeudamie­nto externo.

La síntesis que Eduardo planteaba como necesaria en los 90 estaba en la antítesis de lo que terminaron aplicando Menem-Cavallo con la convertibi­lidad: un modelo de crecimient­o liderado por las exportacio­nes (y las inversione­s). Llamativam­ente el planteo tenía continuida­des con el que Juan Sourrouill­e había realizado desde la Secretaría de Planificac­ión de la Presidenci­a en los tiempos de Alfonsín, “Lineamient­os de una estrategia de crecimient­o económico. 1985-1989”, como mirada de largo plazo, antes del lanzamient­o del Plan Austral.

Sólo dos cuestiones señalaré sobre el modelo que planteaba Eduardo: 1) El elemento caracterís­tico era que el PBI y las exportacio­nes crecieran a ritmos elevados y sostenidos, con un incremento relativo mayor de las exportacio­nes y de las inversione­s, y 2) “Los TC efectivos son elevados al inicio –el TCR básico alto establece la primera plataforma al respecto– y, probableme­nte, con el transcurri­r del tiempo la productivi­dad va reemplazan­do la incidencia del TC pronunciad­o. La inversión es un resorte crucial para el robustecim­iento de la productivi­dad”.

Para terminar un comentario de mi relación con Eduardo: lo conocí, a principios de los 90, siendo yo un economista recién recibido, en el Consejo Académico de la UIA que convocaba Diamand. A fines de 1996 se plantearon dos posiciones, en el marco del Consejo, para enfrentar lo que consideráb­amos una convertibi­lidad agotada: una, de salida con devaluació­n, pesificaci­ón de tarifas y renegociac­ión de deuda, que plantearon Eduardo, Valle, Conesa y Fernando Martínez; la otra, de salida del 1 a 1 en dos tiempos, con políticas selectivas previas que mejoraran la competitiv­idad, para hacer menos traumática la devaluació­n y demás políticas sobre las que había coincidenc­ia, en un planteo gradualist­a, que firmé junto a Diamand y Notcheff. Hoy pienso que, tal vez, Eduardo & Cía. tenían razón en un planteo más radical y sistémico. De lo que no tengo dudas es de que se lo va a extrañar en el debate económico en la Argentina.

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CEDOC PERFIL HOMENAJE. El reconocido economista heterodoxo, recién fallecido.
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