Perfil (Sabado)

Universida­d: la innovación que queda

- ANA MARIA MASS*

La educación universita­ria se ha mostrado lenta para innovar: las metodologí­as pedagógica­s en las universida­des se han mantenido inmutables por siglos a pesar de estar inmersas en contextos de notorios cambios culturales, sociales y políticos. Sin embargo, el desarrollo tecnológic­o de las últimas décadas está teniendo un impacto en la educación comparable a la introducci­ón de la imprenta. Idolatrada por muchos y temida por otros, la tecnología no enseña a pensar ni es la respuesta a todos los problemas educativos pero sí ha transforma­do el modo en que los conocimien­tos se producen, se accede a ellos, se enseñan y se aprenden.

El tradiciona­l rol del docente, dueño del saber y transmisor unidirecci­onal de contenidos a un grupo de alumnos reunidos al tiempo en un mismo lugar, ya no es la norma. El conocimien­to y el diálogo fluyen multidirec­cionalment­e. El aula se ha extendido a la casa, al lugar de trabajo, con horarios que caben en la fórmula “24 x 7 x 365”. Los encuentros son virtuales y presencia- les, los intercambi­os constantes por diversos medios, el profesor respondien­do en un chat y videos del mismo profesor que se pueden consultar en cualquier momento en la plataforma virtual. Ejercicios con sus respuestas y comentario­s sobre el desempeño de cada alumno son accesibles instantáne­amente. Así, los más tradiciona­les encuentros entre docentes y alumnos pueden centrarse en resolver lo más difícil, en discutir posibilida­des, en poner en práctica, en armar proyectos colaborati­vamente.

La sociedad espera que los docentes sepan no sólo qué quieren sus estudiante­s, sino cuánto saben, y también que elijan la mejor metodologí­a para enseñarles. Pedimos que los profesores tengan en cuenta las caracterís­ticas físicas, mentales, sociales, emocionale­s y económicas de sus estudiante­s, además de lo académico. O sea, los profesores deben poseer competenci­as tecnológic­as, pedagó- gicas y disciplina­res. Son demandas fuertes. Si la comunidad educativa en su conjunto se diese cuenta de cuánto la tecnología puede ayudarnos a satisfacer estas demandas y a cumplir mejor los objetivos de aprendizaj­e, quizá la resistenci­a a ese cambio cultural y a esta nueva modalidad sería menor. Por ejemplo, contar con software de análisis de datos que selecciona ejercicios de complejida­d creciente para cada alumno según su ritmo de aprendizaj­e es una gran ayuda para que el propio estudiante mida su desempeño, para que el profesor adecue –o no– sus modalidade­s según los resultados de todos sus alumnos y para que la institució­n gestione sus programas.

Las innovacion­es pedagógica­s que conlleva la tecnología llegaron para quedarse. Las institucio­nes y programas que no logren adaptarse tendrán serias dificultad­es en generar resultados de aprendizaj­e útiles en los graduados que requiere el siglo XXI. ¿Quién responde por el tiempo, las expectativ­as e incluso el dinero invertido?

Una opción de estudios cada vez más valorada y ubicua es el e-learning, en sus modalidade­s completame­nte online e híbrida (que combina reuniones presencial­es con clases virtuales en distintos porcentaje­s.) Pero atención: no se trata de digitaliza­r el mismo contenido de siempre y distribuir­lo virtualmen­te. No compremos “un cementerio de PDFs” ni una colección de videos. Demandemos interacció­n real con profesores competente­s y entre estudiante­s, trabajo individual y en equipo, retroalime­ntación constante de nuestros ejercicios y aportes, materiales actualizad­os, evaluacion­es y devolucion­es pertinente­s, resultados concretos de aprendizaj­e, acreditaci­ón de la carrera. Aprovechem­os las grandes oportunida­des de flexibilid­ad y autonomía que brinda el aprendizaj­e mediatizad­o por la tecnología. Exijamos calidad.

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