Defensa del Brexit y la tortura, tras una reunión con May
El presidente recibió la visita de la premier del Reino Unido. Dijo que la relación “está más fuerte que nunca” y habló de Rusia.
La primera visita oficial que recibió Donald Trump también es un indicio de cómo conducirá su política internacional. Recibió a la primera ministra británica, Theresa May, en la Casa Blanca y se refirió a la relación bilateral en términos personales. Aseguró ayer que la relación de su país con el Reino Unido es “más fuerte que nunca” gracias en parte a su afinidad con May, y señaló que la visita oficial supone “renovar nuestros profundos vínculos”, según dijo.
“Un Reino Unido libre e independiente es una bendición para el mundo y nuestra relación nunca ha sido más fuerte”, afirmó Trump durante una rueda de prensa conjunta.
Protocolo. La funcionaria también se refirió al encuentro, en el que se trataron temas claves. Felicitó a Trump por “una asombrosa victoria electoral”, y destacó que la invitación a visitar tan pronto la Casa Blanca “es una señal de la fortaleza y la importancia de esta relación especial que existe entre nuestros dos países”.
Además anunció que la reina Isabel II invitó al presidente a un visita oficial para este año.
Rusia. Uno de los puntos conflictivos a priori del encuen- tro, la relación con el gobierno de Vladimir Putin, fue zanjada con el acuerdo de que “aún” no deben ser levantadas las sanciones contra Rusia. Es “muy pronto” para hablar de aliviar las sanciones a Rusia, dijo el presidente estadounidense. Theresa May estimó, por su parte, que las sanciones contra Rusia debían ser mantenidas. “Creemos que las sanciones deben continuar”, precisó la primera ministra, citando para ello que prosiguen “las actividades en Ucrania” de Rusia. Brexit. Donald Trump aprovechó la oportunidad para “bajar línea”: respaldó este viernes la salida del Reino Unido de la Unión Europea, afirmando que esa medida era “algo maravilloso” para el país.
“Creo que cuando se lleve a cabo, tendrán vuestra propia identidad y tendrán la gente que quieran en su país”, dijo. Y agregó: “Van a poder hacer acuerdos de libre comercio sin tener a nadie vigilando lo que hagan”
En cuanto a la tortura, el presidente de Estados Unidos dijo: “Creo que funciona, lo he dicho durante un período largo, pero delegaré en mis líderes”.
En 2006, Donald Trump hizo planes para comprar el Menie Estate, cerca de Aberdeen, Escocia, para convertir las dunas y pastizales en un lujoso campo de golf. El y el dueño de la propiedad, Tom Griffin, se sentaron a debatir la transacción en el restaurante Cock & Bull. Griffin recuerda que Trump era un negociador implacable, reacio a ceder, incluso en los más ínfimos detalles. Pero, tal como escribe Michael D’Antonio en su reciente biografía de Trump, Never Enough, el recuerdo más vívido de Griffin de aquella noche tiene que ver una actitud teatral. Ese invitado de pelo dorado sentado al otro lado de la mesa parecía un actor interpretando un papel en la escena londinense.
“Era Donald Trump interpretando a Donald Trump”, observó Griffin. Había algo irreal en su actitud.
El mismo sentimiento dejó perplejo a Mark Singer a finales de la década de 1990, mientras estaba trabajando en redactar el perfil de Trump para The New Yorker. Singer se preguntaba qué sería lo que le pasaba por la cabeza cuando no estaba interpretando el papel público de Donald Trump. ¿Qué piensa, le preguntó Singer, cuando se está afeitando frente al espejo por la mañana? Trump, escribe Singer, lo miró desconcertado. Con la esperanza de descubrir al hombre detrás de la máscara del actor, Singer intentó una táctica diferente:
“Bueno, supongo que lo que le estoy preguntando es, ¿se considera a sí mismo buena compañía?”.
“¿Realmente querés saber lo que considero buena compañía?”, le replicó Trump. “Una buena hembra”.
Yo habría formulado la pregunta de Singer de otra manera: ¿Quién es usted, Sr. Trump, cuando está solo? Singer no logró una respuesta, y entonces concluyó que el magnate inmobiliario, que luego se convertiría en una estrella de reality TV y, después de eso, en un prominente candidato a la presidencia de los Estados Unidos, había logrado algo notable: “una existencia sin un alma que lo moleste”.
¿Tal vez la conclusión de Singer fue demasiado dura? Puede ser, al menos en un sentido. Como animales sociales inteligentes, los seres humanos hemos evolucionado hasta convertirnos en verdaderos actores, cuya supervivencia y capacidad de reproducción dependen de la calidad de nuestras actuaciones. Llegamos al mundo preparados para interpretar roles y gestionar las impresiones de los demás sobre nuestra actuación, con el objetivo evolutivo último de congeniar y avanzar en los grupos sociales que definen quiénes somos.
Trump parece sumamente consciente del hecho de que siempre está actuando, incluso más que el mismo Ronald Reagan. Se mueve en la vida como quien sabe que siempre está siendo observado. Si todos los seres humanos son, por su propia naturaleza, actores sociales, entonces Donald Trump parece serlo aún más; un superhombre en este respecto. Preguntas. Han surgido muchas preguntas acerca de Trump durante su campaña: acerca de su plataforma, su conocimiento de cada tema, su discurso exagerado, su nivel de comodidad con la violencia política. Este artículo aborda algunos de ellos, pero su objetivo central es crear un retrato psicológico del hombre que es. ¿Quién es él, realmente? ¿Cómo funciona su mente? ¿Cuál podría ser su proceso mental para tomar decisiones en el cargo cuando se convierta en presidente? ¿Y qué sugiere todo esto acerca de qué tipo de presidente será?
Para crear este retrato, voy a basarme en conceptos que han sido validados en los campos de psicología de la personalidad, del desarrollo social. Desde que Sigmund Freud analizó la vida y el arte de Leonardo Da Vinci, en 1910, numerosos eruditos han aplicado lentes psicológicos a las vidas de las personas famosas.
Muchos de los primeros esfuerzos se basaron en ideas que no habían sido validadas por la ciencia. En los últimos años, sin embargo, los psicólogos han utilizado cada vez más las herramientas y conceptos científicos de la psicología para arrojar luz sobre vidas notables, tal como lo hice en un libro de 2011 sobre George W. Bush. Un grupo de investigadores cada vez más grande y en rápido crecimiento demuestra que el temperamento de las personas, sus motivaciones y metas características, y sus concepciones internas de sí mismos son poderosos indicadores de lo que sentirán, pensarán y harán en el futuro, y poderosos facilitadores al momento de explicar el porqué de esas acciones. En el campo de la política, los psicólogos han demostrado recientemente cómo las características fundamentales de la personalidad humana, tales como la extroversión y el narcisismo, configuraron el estilo de liderazgo distintivo de anteriores presidentes de Estados Unidos y las decisiones que tomaron. Mientras que una serie de factores, tales como acontecimientos mundiales y realidades políticas, determinan lo que los líderes políticos pueden hacer y harán en el poder, hay tendencias fundamentales en la personalidad humana que difieren drásticamente de un líder a otro.
La personalidad de Trump es ciertamente extrema según cualquier estándar, y particularmente rara para un candidato presidencial. Muchas personas que se han cruzado con el hombre que es quedan perplejos, ya sea que el encuentro se produzca en el marco de una negociación o una entrevista, o en un debate, o incluso si vieron el debate por televisión.
En este ensayo, trataré de descubrir sus características inherentes, estilos cognitivos, motivaciones y autoconcepciones claves que, en conjunto, forman su singular composición psicológica. Trump no accedió a ser entrevistado para esta historia, pero su historia de vida ha sido bien documentada en sus propios libros y discursos, en fuentes biográficas y en la prensa.
Mi objetivo es desarrollar una perspectiva analítica sobre Trump, aprovechando algunas de las ideas más importantes y hallazgos de la investigación científica en psicología de la actualidad.
1 Sus características inherentes. Cincuenta años de investigación empírica en la psicología de la personalidad han dado lugar a un consenso científico sobre las dimensiones más básicas de la variabilidad humana. Hay innumerables maneras de diferenciar una persona de otra, pero la ciencia de la psicología ha llegado a un consenso al respecto de una taxonomía relativamente simple, conocida ampliamente como Modelo de los Cinco Grandes:
Extroversión: sociabilidad, dominación social, entusiasmo, comportamiento tendiente a la búsqueda de recompensa.
Neuroticismo: ansiedad, inestabilidad emocional, tendencias depresivas, emociones negativas.
Conciencia: laboriosidad, disciplina, obediencia a las reglas, organización.
Afabilidad: calidez, cuidado de los demás, altruismo, compasión, modestia.
Apertura: curiosidad, no convencionalidad, imaginación, receptividad a nuevas ideas.
La mayoría de las personas obtienen puntuaciones medias en cualquier dimensión dada, pero en algunos casos la puntuación se desvía hacia un polo o el otro. La investigación demuestra que las puntuaciones más altas en extroversión están asociadas con mayores niveles de felicidad y conexiones sociales más amplias; puntuaciones más altas en conciencia predicen un mayor éxito en la escuela y en el trabajo; y las puntuaciones más altas en afabilidad están asociadas con relaciones más profundas. Por el contrario, siempre es malo obtener una puntuación alta en neuroticismo, ya que ha sido demostrado que es un factor de riesgo de infelicidad, relaciones disfuncionales y problemas de salud mental. Desde la adolescencia hasta la mediana edad, muchas personas tienden a ser más concienzudas y afables, y menos neuróticas, pero estos cambios suelen ser leves. Los cinco grandes rasgos de la personalidad son bastante estables a lo largo de la vida de una persona.
Los psicólogos Steven J. Rubenzer y Thomas R. Faschingbauer, junto con cerca de 120 historiadores y otros expertos, han calificado a todos los ex presidentes estadounidenses empezando desde George Washington, en estas cinco dimensiones. George W. Bush puntúa especialmente alto en la extroversión y bajo en la apertura a la experiencia: un actor social muy entusiasta y extrovertido que tiende a ser poco curioso e intelectualmente rígido. Barack Obama es relativamente introvertido, al menos para un político, y puntúa casi sobrenaturalmente bajo en neuroticismo: emocionalmente tranquilo y desapasionado, quizás demasiado.
A lo largo de su vida, Donald Trump ha exhibido un perfil con rasgos que no son propios de un presidente de Estados Unidos: extroversión exagerada combinada con un bajo nivel de afabilidad. Esta es mi opinión, por supuesto, pero creo que una gran mayoría de las personas que han observado a Trump estarían de acuerdo. No hay nada especialmente sutil acerca de cómo atribuir los rasgos. No estamos hablando aquí de procesos profundos, inconscientes o diagnósticos clínicos. Como actores sociales, nuestras interpretaciones están a la vista de todos.
Al igual que George W. Bush y Bill Clinton (y Teddy Roosevelt, quien encabeza la lista de presidentes extrovertidos), Trump interpreta su papel de manera extrovertida, exuberante y socialmente dominante. Lo impulsa un dínamo, inquieto, incapaz de mantenerse estático. No necesita dormir muchas horas. En su libro de 1987, The Art of the Deal, Trump describió sus días como llenos de reuniones y llamadas telefónicas. Unos treinta años más tarde, todavía interactúa constantemente con otros en reuniones, entrevistas, redes sociales. Los candidatos presidenciales en campaña son una oficina en movimiento perpetuo. Pero nadie más parece abrazar la campaña con el gusto de Trump. Y ningún otro candidato parece divertirse tanto. Una muestra de sus tuits en el momento de escribir este ensayo:
3:13 a.m., 12 de abril: “WOW, grandes resultados en la nueva encuesta. Nueva York! ¡Gracias por tu apoyo!”
4:22 a.m., 9 de abril: “Bernie Sanders dice que Hillary Clinton no está calificada para ser presidente. Si me baso en su habilidad para tomar decisiones, ¡estoy de acuerdo!”
5:03 a.m., 8 de abril: “Es genial estar en Nueva York. Me estoy poniendo al tanto de muchas cosas (recuerden que además dirijo un negocio inmenso mientras estoy en campaña), ¡y me encanta!”
12:25 p.m., 5 de abril: “Wow, @Politico es un caos total, con casi todos renunciando. Buenas noticias: ¡periodistas malos y deshonestos!
Una característica cardinal de la alta extroversión es la búsqueda de recompensa sin descanso. Impulsado por la actividad de los circuitos de dopamina en el cerebro, los actores altamente extrovertidos son impulsados a perseguir experiencias emocionales positivas, ya sea en forma de aprobación social, fama o riqueza. De hecho, es la búsqueda misma, más aún que el logro real de la meta, lo que los extrovertidos encuentran tan gratificante. Cuando Barbara Walters le preguntó a Trump en 1987 si le gustaría ser nombrado presidente de los Estados Unidos sin tener que postularse para lograrlo, Trump dijo que no: “Creo que lo que amo es la caza”.
La afabilidad de Trump parece incluso más extrema que su extroversión, pero en la dirección opuesta. Posiblemente el rasgo humano más valorado del mundo entero, la afabilidad se refiere a la medida en que una persona se muestra cariñosa, amorosa, afectuosa, amable y cálida. Trump ama a su familia, por supuesto. Se dice que es un jefe generoso y justo. Incluso hay una historia famosa acerca de su encuentro con un niño que estaba muriendo de cáncer. Era un fan de The Apprentice, y el joven simplemente quería que Trump le dijera: “¡Estás despedido!”. Trump no pudo lograrlo, pero en su lugar le firmó un cheque por varios miles de dólares y le dijo: “Ve y disfrútalo como nunca en tu vida”. Pero como la extroversión y los otros Cinco Grandes, la afabilidad tiene que ver con un estilo general de relacionarse con los demás y con el mundo, y estas excepciones dignas de mención van en contra de la amplia reputación social que Trump ha cosechado como una persona notablemente poco afable, según una vida entera de interacciones ampliamente observadas. A las personas con un nivel bajo de
“Las tendencias de Trump hacia la ambición social y la agresividad se hicieron evidentes desde muy temprano en su vida. El núcleo emocional de su personalidad es la ira.”
afabilidad se las suele describir como insensibles, groseras, arrogantes y carentes de empatía. Si Donald Trump no obtiene puntajes bajos en esta dimensión de la personalidad, probablemente nadie lo haga.
Los investigadores clasifican a Richard Nixon como el presidente menos afable de la historia. Pero él era dulzura y luz en comparación con el hombre que una vez le envió a Gail Collins, del
New York Times, una copia de su propia columna con su foto en un círculo y la frase “¡La cara de un perro!” garabateada a mano. Quejándose en Ne
ver Enough, diciendo que Cher, la cantante y actriz, una vez dijo “algo muy desagradable” acerca de él, Trump se jactó: “Saqué a la luz lo peor de ella” en Twitter “y nunca más dijo algo sobre mí”. En los discursos de campaña, Trump ha animado a sus partidarios a sacar a patadas a quienes se manifestaban en su contra. “¡Sáquenlos de acá!”, gritaba. “Me gustaría darles una trompada”. Desde periodistas poco simpáticos hasta rivales políticos, Trump llama a todos sus oponentes “repugnantes” y los califica de “perdedores”. Según los estándares de la reality TV, la poca afabilidad de Trump puede no ser tan impactante. Pero los candidatos políticos que quieren que voten por ellos rara vez se comportan así.
Las tendencias de Trump hacia la ambición social y la agresividad se hicieron evidentes desde muy temprano en su vida, como veremos más adelante. (El mismo lo cuenta, una vez le pegó a su maestro de música de segundo grado, y le dejó un ojo negro). Según Barbara Res, que a principios de la década de 1980 se desempeñó como vicepresidenta a cargo de la construcción del edificio Trump Tower en Manhattan, el núcleo emocional en torno al cual gira la personalidad de Donald Trump es la ira: “En lo que respecta a la ira, eso es real, seguro. No finge en eso”, dijo en The Daily Beast en febrero. “Es un hecho que se enoja, ésa es su personalidad”. Definitivamente, la ira puede ser la emoción operativa detrás de la extroversión de Trump, así como su de baja afabilidad. La ira puede alimentar la malicia, pero también puede motivar el dominio social, alimentando el deseo de ganar la adoración de los demás. Combinada con un considerable talento para el humor (que también puede ser agresivo), la ira está en el núcleo del carisma de Trump. Y la ira impregna su retórica política. Decisiones. Imaginen a Donald Trump en la Casa Blanca. ¿Qué tipo de tomador de decisiones podría ser? Es muy difícil predecir las acciones que un presidente tomará. Cuando bajó la polvareda después de las elecciones del año 2000, ¿alguien previó que George W. Bush algún día lanzaría la invasión preventiva de Irak? Si fue así, no leí nada sobre eso. Bush probablemente nunca habría ido tras Saddam Hussein si el 11 de septiembre no hubiera ocurrido. Pero los acontecimientos mundiales invariablemente toman el control de una presidencia. Obama heredó una devastadora recesión, y después de las elecciones de mitad de mandato del año 2010, luchó con un Congreso Republicano recalcitrante. ¿Qué tipo de decisiones podría haber tomado si estos eventos no hubieran ocurrido? Nunca lo sabremos.
Sin embargo, los rasgos de personalidad inherentes pueden proporcionar pistas sobre el estilo de toma de decisiones de un presidente. Las investigaciones sugieren que los extrovertidos tienden a tomar decisiones que implican altos riesgos, y que las personas con bajos niveles de apertura rara vez cuestionan sus convicciones más profundas. Al tomar posesión del cargo, con altos niveles de extroversión y muy poca apertura, Bush estaba predispuesto a tomar decisiones audaces con el objetivo de lograr grandes recompensas, y de hacerlas con la seguridad de que no podía estar equivocado. Tal como sostuve en mi biografía psicológica de Bush, la decisión de invadir Irak, que lo cambió todo, era el tipo de decisión que era probable que tomara. Mientras que los acontecimientos del mundo transpiraron mucho para abrir una oportunidad para la invasión, Bush encontró la afirmación psicológica adicional en su deseo de toda la vida –perseguido una y otra vez incluso desde antes de llegar a ser presidente– de defender a su querido padre de sus enemigos (Saddam Hussein) y en su propia historia de vida, en la que el héroe se libera de las fuerzas opresivas (el pecado, el alcohol) para restaurar la paz y la libertad.
Al igual que Bush, Trump como presidente podría intentar dar un batacazo, en un esfuerzo por lograr grandes ganancias, para hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande, tal como dice su eslogan de campaña. Como desarrollador de bienes raíces, sin duda ha asumido grandes riesgos, aunque se ha convertido en un hombre de negocios más conservador después de los contratiempos de los años 90. Como
resultado de los riesgos que ha tomado, Trump puede (y lo hace) apuntar a lujosas torres urbanas, espléndidos campos de golf y una fortuna personal que, según algunas estimaciones, ronda los miles de millones, todo lo cual claramente le ofrece grandes recompensas a nivel psíquico. Las decisiones arriesgadas también han dado lugar a cuatro bancarrotas de reorganización del negocio en algunos de sus casinos y resorts. Debido a que no tiene el bajo nivel de apertura de Bush (los psicólogos han ubicado a Bush al final de la lista en este rasgo), Trump puede ser un tomador de decisiones más flexible y pragmático, más parecido a Bill Clinton que a Bush. Puede que observe la situación por más tiempo y con más detenimiento que Bush antes de saltar. Y porque es considerado mucho menos ideológico que la mayoría de los candidatos presidenciales (los observadores políticos señalan que en algunos temas parece conservador, en otros liberal, y en otros no se lo puede clasificar), Trump puede tener la capacidad de cambiar de posición fácilmente, dejando margen de maniobra en negociaciones con el Congreso y con líderes internacionales. Pero en conjunto, es poco probable que se aleje de las decisiones arriesgadas, las cuales, si funcionan bien, podrían pulir su legado y proporcionarle una recompensa emocional.
Afabilidad. El verdadero comodín psicológico, sin embargo, es la afabilidad de Trump, o la falta de ella. Probablemente nunca ha habido un presidente en los Estados Unidos tan consistente y abiertamente poco afable en la escena pública como Donald Trump. Si bien Nixon se aproxima bastante, podríamos predecir que el estilo de toma de decisiones de Trump se parecería a la implacable “política de la realidad” que Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, exhibieron en los asuntos internacionales a principios de la década de 1970, junto con su análoga política nacional sin escrúpulos. Puede que esto no sea malo del todo, según cómo se mire. Al no dejarse influenciar fácilmente por sentimientos cálidos o impulsos humanitarios, los tomadores de decisiones que, al igual que Nixon, son inherentemente bajos en afabilidad podrían tener ciertas ventajas cuando se trata de equilibrar intereses encontrados o de negociar con adversarios, tales como China en los tiempos de Nixon. En los asuntos internacionales, Nixon era duro, pragmático y fríamente racional. Trump parece capaz de una dureza similar y un pragmatismo estratégico, aunque la racionalidad fría no siempre parece encajar, probablemente porque la poca afabilidad de Trump parece estar fuertemente motivada por la ira.
En la política interna, Nixon era ampliamente reconocido como astuto, insensible, cínico y maquiavélico, incluso según los estándares de los políticos estadounidenses. La empatía no era su fuerte. Esto también suena mucho a Donald Trump, aunque hay que añadir la extroversión exuberante, la teatralidad constante y el deseo de trascender como celebridad. Nixon nunca habría podido colmar el ambiente de la manera en que lo hace Trump.
Las investigaciones demuestran que las personas con baja afabilidad generalmente se consideran poco confiables. La deshonestidad y el engaño derribaron a Nixon y dañaron la envestidura de la presidencia. Hoy la mayoría cree que todos los políticos mienten, o que por lo menos ocultan algo, pero Trump es un extremo en este respecto. En el cálculo de la veracidad de las declaraciones de campaña de los candidatos de 2016, PolitiFact calculó recientemente que sólo el 2% de las declaraciones hechas por Trump son verdaderas, el 7% son mayormente verdaderas, el 15% son medianamente verdaderas, el 15% son mayormente falsas, el 42% son falsas y el 18% son “un incendio”. Sumando los tres últimos valores (mayormente falsas, falsas y vergonzosas), Trump obtiene un 75%. Las cifras correspondientes para Ted Cruz, John Kasich, Bernie Sanders y Hillary Clinton son 66, 32, 31 y 29%, respectivamente.
En suma, los rasgos básicos de personalidad de Donald Trump sugieren una presidencia que podría ser altamente combustible. Un posible resultado es un presidente enérgico, activista, que tiene una muy mala relación con la verdad. Podría ser un tomador de decisiones audaz y despiadadamente agresivo que desea desesperadamente generar el resultado más fuerte, más alto, más brillante y más impresionante, y que nunca piensa dos veces sobre el daño colateral que dejará atrás. Difícil. Belicoso. Amenazante. Explosivo.
En la contienda presidencial de 1824, Andrew Jackson ganó el mayor número de votos electorales, superando a John Quincy Adams,
Henry Clay y William Crawford. Sin embargo, como Jackson no obtuvo la mayoría exigida, la elección se decidió en la Cámara de Representantes, y Adams prevaleció. Adams posteriormente eligió a Clay como su secretario de Estado. Los partidarios de Jackson se enfurecieron por lo que describieron como una “negociación corrupta” entre Adams y Clay. El establishment de Washington había desafiado la voluntad del pueblo, creían. Jackson se montó sobre la ola de resentimiento público y logró la victoria cuatro años más tarde, marcando un punto de inflexión dramático en la política estadounidense. Un héroe adorado por los agricultores del oeste y por los hombres de la frontera, Jackson fue el primer presidente que no descendía de la aristocracia. Fue el primer presidente que invitó al pueblo sin título nobiliario a la recepción inaugural. Para el horror de la élite política, la multitud dejó rastros de barro en toda la Casa Blanca y rompieron platos y objetos decorativos. En Washington denigraron a Jackson. Lo veían como desmedido, vulgar y estúpido. Los opositores le decían “burro”, lo cual dio origen al símbolo del burro del Partido Demócrata. En una conversación con Daniel Webster en 1824, Thomas Jefferson describió a Jackson como “uno de los hombres más ineptos que conozco” que se convirtió en presidente de los Estados Unidos, “un hombre peligroso” que no puede hablar de manera civilizada porque “se atraganta con su rabia”, un hombre cuyas “pasiones son terribles”. Jefferson temía que el menor insulto de un líder extranjero pudiera llevar a Jackson a declarar la guerra. Incluso los amigos de Jackson y sus colegas que lo admiraban le temían por su temperamento volcánico. Jackson se enfrentó a duelo al menos 14 veces en su vida, por lo que tenía fragmentos de bala alojados en todo el cuerpo. El último día de su presidencia, admitió que lamentaba sólo dos cosas: que nunca fue capaz de dispararle a Henry Clay o de colgar a John C. Calhoun.
Ira. Combinada con un talento para el humor, la ira es el núcleo del carisma de Trump. Las similitudes entre Andrew Jackson y Donald Trump no terminan en sus temperamentos agresivos y en sus respectivas posiciones como forasteros en Washington. Las similitudes se extienden a la dinámica creada entre estos actores sociales dominantes y las audiencias que los adoran o, para ser más justos con Jackson, lo que los opositores políticos de Jackson temían que fuera esa dinámica. A Jackson le decían “El rey del populacho” (King Mob) ya que percibían esa dinámica como demagogia. Consideraban a Jackson un populista enojado, un hombre cavernícola de cabellos salvajes que canalizaba la cruda sensibilidad de las masas. Más de cien años antes de que los científicos sociales inventaran el concepto de la personalidad autoritaria para explicar el hecho de que existen personas que se sienten atraídas por los líderes autocráticos, los detractores de Jackson ya temían lo que un hombre popular fuerte podía hacer animado por una multitud embravecida.
Durante y después de la Segunda Guerra Mundial, los psicólogos concibieron la personalidad autoritaria como un patrón de actitudes y valores que giran alrededor de la adhesión a las normas tradicionales de la sociedad, la sumisión a las autoridades que personifican o refuerzan esas normas, y la antipatía, e incluso el odio y la agresión, hacia aquellos que desafían o simplemente no adhieren a las normas del grupo. Entre los estadounidenses blancos, los altos puntajes en las medidas de autoritarismo hoy en día tienden a estar asociados con prejuicios contra una amplia gama de “exogrupos”, que incluye homosexuales, afroamericanos, inmigrantes y musulmanes. El autoritarismo también está asociado con sospechar de aquellos relacionados con las humanidades y las artes, y con la rigidez cognitiva, los sentimientos militaristas y el fundamentalismo cristiano.
Cuando los individuos con tendencias autoritarias temen que su forma de vida está siendo amenazada, pueden recurrir a líderes fuertes que prometen mantenerlos seguros, líderes como Donald Trump. En una encuesta nacional realizada recientemente por el científico político Matthew MacWilliams, los altos niveles de autoritarismo surgieron como el indicador más fuerte de expresar apoyo político a Donald Trump. La promesa de Trump de construir un muro en la frontera mexicana para mantener a los inmigrantes ilegales fuera y su persecución contra musulmanes y otros extranjeros se consideran los principales factores que han alimentado esa dinámica.
Como ha señalado el psicólogo social Jesse Graham, Trump apela a un antiguo temor de contagio, y hace una analogía entre los exogrupos y los parásitos, venenos y otras impurezas. En este sentido, quizás no es un accidente psicológico que Trump presente una fobia a los gérmenes, y considera los fluidos corporales repulsivos, especialmente aquellos de las mujeres. Comentó que Megyn Kelly, de Fox News, “emanaba sangre por todos lados”, y en repetidas ocasiones calificó el receso para ir al baño de Hillary Clinton durante un debate demócrata como “asqueroso”. El asco es una respuesta primitiva a las impurezas. A diario, Trump parece experimentar más repugnancia, o por lo menos decir que lo hace, que la mayoría de las personas.
El mandato autoritario se basa en garantizar la seguridad, la pureza y el bienestar de los integrantes del grupo, para mantener las cosas buenas dentro y las malas, afuera. En la década de 1820, los colonos blancos en Georgia y otras áreas fronterizas vivían en constante temor hacia las tribus nativas americanas. Le reclamaban al gobierno federal por no mantenerlos a salvo de lo que percibían como una amenaza mortal y un contagio corruptor. En respuesta a estos temores, el presidente Jackson presionó mucho para que se aprobara la ley de remoción de aborígenes, que finalmente llevó a la reubicación forzosa de 45 mil aborígenes americanos. Al menos 4 mil cherokees murieron en el Camino de las Lágrimas, que corre desde Georgia hasta el territorio de Oklahoma.
Una veta de autoritarismo estadounidense puede ayudar a explicar por qué el tres veces casado y grosero Donald Trump resultó siendo tan atractivo para los cristianos evangélicos blancos. Tal como Jerry Falwell Jr. le dijo al New York Times en febrero: “Todas las cuestiones sociales –los valores tradicionales de la familia, el aborto– son cuestionables si ISIS explota algunas de nuestras ciudades o si las fronteras no están fortificadas”. “Están tratando de salvar al país”, dijo Falwell. Ser “salvado” resuena de manera especial entre los evangélicos, salvados del pecado y de la perdición, por supuesto, pero también salvados de las amenazas e impurezas de un mundo corrupto y peligroso.
Contagio. Trump apela a un antiguo miedo al contagio, que establece una analogía entre los exogrupos y los parásitos y venenos. Una vez, mis socios en la investigación y yo les preguntamos a los cristianos políticamente conservadores con puntajes altos en autoritarismo si imaginaban lo que podría haber sido su vida (y su mundo) si nunca hubieran encontrado la fe religiosa, muchos describieron el caos absoluto: familias desmembradas, creciente tasa de infidelidad, ciudades en llamas, el mismísimo infierno. Por el contrario, los cristianos políticamente liberales igualmente devotos, con puntajes bajos en autoritarismo, describieron un mundo estéril, agotado en todos sus recursos, sin alegría y sombrío, como la árida superficie de la luna. Para los cristianos autoritarios, una fe fuerte –como un líder fuerte– los salva del caos y suprime temores y conflictos. Donald Trump es un salvador, incluso si se pavonea y dice palabrotas, y dice y desdice en el tema del aborto.
En diciembre, durante la campaña en Raleigh, Carolina del Norte, Trump alimentó los temores en su audiencia diciendo repetidamente que “está sucediendo algo malo” y “estamos en una situación realmente peligrosa”. Una niña de 12 años, de Virginia, le preguntó: “Tengo miedo, ¿qué hará para proteger este país?”.
Trump respondió: “¿Sabes qué, cariño? Tú ya no vas a tener miedo. Ellos van a tener miedo”.
“Trump apela a un antiguo temor de contagio y hace una analogía entre los exogrupos y los parásitos, venenos y otras impurezas. No es un accidente su fobia a los gérmenes.”