Más comedia que vínculo sumiso
La saga de E.L. James, best-seller como pocos en los últimos años, creaba un mundo rosa que se creía escarlata y era una propuesta caricaturesca para contar una historia donde el real erotismo pasaba por un upgrade del relato del príncipe azul. No era tanto el sadomasoquismo de Grey, sino lo que representaba: el lobo billonario y con pectorales de Superman domesticado por una mujer excepcional pero torpe (se la mostraba tropezando apenas conocía a Grey). Eso, claro, no anula al relato, más allá de las bromas que pueda generar en aquellos que necesitan sentirse superiores respecto de una obra que no esconde ninguno de sus rollos.
La llegada al cine en 2016 de Cincuenta sombras de Grey generó, otra vez, la risa de hienas de aquellos que la comparaban con, por ejemplo, El último tango en París. Pero la verdad es que la película era incluso más inteligente que el libro, perdía algunas ideas más gruesas para determinada audiencia (sobre todo para hablar sobre la virginidad de ella) pero ganaba en, sobre todo, sus actores y su complicidad.
En esta segunda vuelta, aquella autoconsciencia que aparecía no crece pero sigue ahí, camaleónicamente a la vista. Del final grave de aquélla, se salta a una película que bordea más una comedia romántica televisiva, y no en el sentido tenso de las series actuales: la película se calza como si fuera encaje ese mote que el propio Christian Grey (otra vez Jamie Dornan, igual de elegantemente marmóreo y caramelo visual que antes) le pone a la nueva relación con Anastasia Steele. Es “vainilla”.
Y sí, la vainilla es el gusto genérico, el que siempre sobra, pero eso implica aquí una extraña doble apuesta: por un lado, el romance puro y su rutina básica, edulcorada, que de XXX tiene lo mismo que Bailando por un sueño, y por el otro, a lo Hansel y Gretel, un relato que deja migas de saber lo que hace, y disfrutarlo sin vergüenza pero sin sumisión. Es ella, Dakota Johnson, Anastasia, la clave para ese otro código secreto. Eso no hace a una gran película, pero al menos sí a una que goza más de lo que deja entrever de la cintura para arriba.