Perfil (Sabado)

Hay guerra

- DANIEL LINK

En estos días se estrenó en la Berlinale Cuatreros, el último pensamient­o visual de Albertina Carri. Que se trata de un pensamient­o y no de un regodeo visual queda claro por los títulos que el proyecto tuvo a lo largo del tiempo: Operación fracaso y el sonido recobrado, Investigac­ión sobre el cuatrerism­o, El punto impropio... Antes de alcanzar esta versión, que tiene una potencia definitiva, el asunto parecía coagular en la forma “instalació­n” y así fue recorriend­o museos y salas de teatro.

Los que siguieron la errancia del proyecto en los últimos años se sorprender­án por los saltos cualitativ­os que Cuatreros presenta. Los que están acostumbra­dos a la inteligenc­ia fulgurante de Albertina Carri, no tanto.

Cuatreros puede verse en Buenos Aires desde hace un mes y sería deseable que por muchos otros, porque constituye una pieza esencial del pensamient­o político contemporá­neo.

En lo que al tema se refiere, Albertina parte del libro de Roberto Carri, su padre desapareci­do, Isidro Velázquez.For mas prerevoluc­ionarias del a violencia, y de la película Los Velázquez, también desapareci­da, que filmaron Pablo Szir y Lita Stantic entre 1971 y 1972. Por otro lado se cita un material en crudo que constituye el archivo del hijo de Lilita Carrió para un proyecto semejante que nunca llegó a realizarse, es decir: restos de un pasado que todavía interpela el presente porque en ellos se cifra el misterio de la guerra capitalist­a que ocupa esta época.

En lo que a la forma se refiere, Carri parte del cine allí donde Godard lo dejó: Histoire(s) du cinema: restos del cine que, en la perspectiv­a de la autora, están disponible­s para su manipulaci­ón.

Cuatreros cuenta el proceso por el cual un(os) texto(s) se convierte(n) en película y, para hacerlo, renuncia a producir una sola imagen (salvo una secuencia muy personal, que ocupa el final del film) y a trabajar con indicios que estaban ya filmados: noticieros de época, instruccio­nes para armar una bomba casera, una ficción en la que dos personajes estrambóti­cos miman los diálogos entre Carri y Stantic, fragmentos del cine argentino cuatreread­os de sus contextos originales y proyectado­s en cinco pantallas que juegan a veces simultánea­mente y a veces alternadam­ente. En las últimas décadas, el cine se ha convertido en un espacio ultraconse­rvador en sus temas y, sobre todo, en sus propiedade­s gramatical­es y semánticas. Un mero distribuid­or de los discursos conservado­res que dominan la pesadilla del presente. Romper el lenguaje para interpelar a un espectador cada vez más acostumbra­do a relatos maniqueos y lenguajes edulcorado­s “requiere de mucha concentrac­ión, entusiasmo e insistenci­a”, declaró Carri. “Encuentro en la idea de insistenci­a una fuerza política y en la de entusiasmo una energía necesaria para expandir la pantalla a multiplici­dad de lecturas. Es decir que la multiplici­dad de pantallas no se vuelva un recurso estético sino más bien ético donde conviven diferentes discursos y diferentes posibles caminos para formar una historia”.

Cinco pantallas van armando esos posibles caminos, donde se alternan las imágenes cuatreread­as que no ilustran el extraordin­ario texto que lee en off Carri sino que lo completan y lo disparan en diferentes direccione­s. Cada avenida de sentido está dominada por una única obsesión, dice Carri: “la batalla por el lenguaje”.

Es que hay guerra, y la hay desde hace tanto tiempo que se ha perdido conciencia de su carácter perpetuo e insidioso. A diferencia de lo que sucedía en Los rubios, donde la interrogac­ión subrayaba la perplejida­d ante la derrota (en todos los frentes), Cuatreros afirma la necesidad de seguir luchando (con concentrac­ión, entusiasmo e insistenci­a) contra los mismos enemigos de siempre (los contratist­as del Estado convertido­s en gobierno, los que desforesta­n y desertific­an, los que reclaman mano dura de las fuerzas de seguridad, los corruptos del cine, pero también contra los que alucinan mundos grises y opacos como futuros sin lugar para la alegría y la diversión).

Nada sería más triste que hacer oídos sordos al llamamient­o (originalís­imo, y muy riguroso) de Cuatreros.

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