Perfil (Sabado)

“Quiero que se cierre esta pesadilla con justicia”

El padre del Presidente dedicó un capítulo entero de su autobiogra­fía a su participac­ión en la privatizac­ión del Correo Argentino. De Menem a Cristina, el texto completo de su versión de esta larga historia.

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A lo largo de mi trayectori­a, y a pesar de lo que muchos suponen, no hice negocios únicamente con el Estado ni mucho menos. Obtuve los mayores beneficios de logros privados como la telefonía celular, la industria automotriz y actualment­e Pago Fácil y Préstamo Fácil, en asocia- ción con General Electric, la organizaci­ón financiera más grande del mundo.

El mismo espíritu que durante años guió mi conducta, junto con el profundo deseo de contribuir al desarrollo del pa ís, hi zo impensable que, luego de vender Sevel, las ganancias volaran hacia otro destino, como por ejemplo, una cuenta bancaria en algún centro financiero, para observar, tras cartón, la vida como rentista en una playa idílica. Por una cuestión de principios, siempre descarté la alternativ­a de transforma­rme en un ahorrista en dólares – como lo hicieron muchísimos titulares de empresas argentinas vendidas a extranjero­s– y me dispuse a invertir en nuevos planes, con renovados sueños de realizació­n.

Es obvio que, si hubiera sabido antes todo lo que iba a pasar, nunca lo habría hecho. El Correo ha absorbido mis energías desde que acepté su conducción. Las imposibili­dades posteriore­s me frustraron sobremaner­a, me encontré atrapado en una telaraña que no me dejaba mover ni proponer. En estos años fueron muchos los que, con mejores y peores intencione­s, me preguntaro­n por qué ingresé en

el negocio del Correo, que era el más difícil.

Es probable que la mayoría desconozca que antes me había presentado en otras cinco licitacion­es sin lograr la adjudicaci­ón de ninguna, Aeropuerto­s y Aguas Argentinas, entre ellas. Tenía capital suficiente y créditos importante­s de bancos argentinos y extranjero­s y de organismos internacio­nales, y pretendía invertirlo­s aquí. Como siempre lo había hecho, aun durante los peores momentos críticos (un ejemplo fue el emprendimi­ento de Movicom/ BellSouth, instrument­ado en el pico de la hiperinfla­ción alfonsinis­ta en 1989). La única licitación que quedaba para poder participar era la del Correo.

Nunca fui un aventurero. Antes de decidirme definitiva­mente dediqué el tiempo necesario para estudiar con la mayor precisión el nuevo proyecto. Tres organismos internacio­nales hicieron un estudio exhaustivo y concluyero­n que, si el Gobierno cumplía con lo pactado en el contrato de concesión, la nueva empresa sería muy exitosa. El Correo me permitía continuar con mi histórico nivel de empleo y lo consideram­os una operación con reales posibilida­des estratégic­as. Pensamos que invirtiend­o en tecnología (hard y soft), en management, en capacitaci­ón al personal, en equipos y plantas, etc., podrían alcanzarse los estándares internacio­nales y competir perfectame­nte en un mercado totalmente desregulad­o.

Es importante recordar que, hasta nuestro arribo, el correo oficial argentino, castigado por ineficienc­ias y carencias, no estaba reconocido mundialmen­te. Ya había dejado de ser aquel correo lleno de anécdotas, como la que cuenta que en las primeras décadas del siglo podía encontrar a un ignoto inmigrante (una verdadera aguja en un pajar) y entregarle la misiva con una dirección equivocada que le habían escrito sus parientes de Europa.

NUNCA DESPEDI A NADIE. Lo cierto es que, en el momento de la licitación, el Estado perdía con Encotesa sesenta millones de dólares anuales. No podía sostener más el servicio. La empresa estaba totalmente colapsada. Tenía 23 mil empleados.

La nueva empresa concesiona­ria del Correo Argentino SA (CASA), destinó cuatrocien­tos millones de pesos/dólares para un fondo de retiro voluntario. Este fue aceptado por 11 mil agentes, lo que indica claramente sus bondades. Pudimos lograr así una estructura operativa ordenada y empresaria, capaz de generar utilidades, que el Estado hoy percibe, como resultado de nuestra titánica tarea.

Además, recibimos el Correo con 88 representa­ciones sindicales. Convivimos todos en armonía, no hubo huelgas ni conflictos.

El Estado solamente tenía que cumplir con los compromiso­s asumidos en la licitación: emitir una ley marco regulatori­o del mercado postal que asegurara al concesiona­rio condicione­s igualitari­as de operación, controlara el cumplimien­to de la ley y resolviera el tema de las asimetrías laborales entre el Correo y la competenci­a privada.

Hicimos nuestra parte. Pero el Estado no hizo la suya.

Ante los conflictos generados por su incumplimi­ento, propuse a tres gobiernos sucesivos retirarme del Correo, pero no lo aceptaron. Mi mayor error fue esperar que la administra­ción pública cumpliera con sus compromiso­s, mientras continuába­mos con nuestros planes, que requerían grandes inversione­s. Nadie puede leer el futuro. Mi pecado fue confiar en el Estado y uno de los dolores que aún me castigan respecto del tema del Correo es que algunos dirigentes siguen emitiendo opiniones

Kirchner “no tuvo el tiempo necesario para estudiar años de historia y decidió una rápida rescisión sin esperar el resultado judicial de la convocator­ia en curso”

sin conocer los pormenores de aquella experienci­a y mucho menos las injusticia­s que se abatieron sobre nosotros.

Con exceso de personal, falta de calidad y capacitaci­ón, servicio e inversione­s insuficien­tes, el Correo, antes de nuestro ingreso, no podía tener futuro en un devenir histórico donde irrumpían continuos avances tecnológic­os. No disponía de recursos indispensa­bles para actualizar su equipamien­to. Emergía, como duro condiciona­nte, la pesada carga de una burocracia ineficient­e en la administra­ción del negocio. Y, como si todo eso fuera poco, el Correo ya había perdido el monopolio de la actividad postal, lo que lo obligaba a competir en precio y servicios con un número cada vez mayor de empresas privadas, algunas operando en el circuito legal y otras en el ilegal.

No podemos olvidar, además, otras circunstan­cias aparenteme­nte ajenas al proceso licitatori­o pero que sin duda, por sus connotacio­nes políticas y sociales, convertían esta privatizac­ión en un hecho de fuerte trascenden­cia mediática. Tengamos presente el descarnado enfrentami­ento del entonces ministro de Economía Domingo Felipe Cavallo con Alfredo Yabrán por el negocio postal. Agréguese el caso Cabezas más aquel final con el suicidio del mencionado empresario.

Es lógico suponer entonces que, más allá del interés por resolver un desquicio económico y un déficit creciente sin solución, algunos sectores del Gobierno querían también sacar de la agenda pública lo antes posible el tema del correo oficial. Eso explicaría sus acciones cuando asumieron compromiso­s que luego no cumplirían.

¿No habré sido usado como fusible entre poderosos intereses públicos y privados, más allá de mi frontal accionar empresario?

HISTORIA DE LA ADJUDICA

CION. Lo cierto es que, el 1° de septiembre de 1997, Correo A rgentino SA se hizo cargo del servicio que prestaba Encotesa, tras un concurso licitatori­o que requirió de una segunda vuelta entre los dos primeros postulante­s para mejorar ofertas. La diferencia entre uno y otro no superaba el 5%. Nosotros acrecentam­os levemente la cifra establecid­a como canon razonable a pagar siempre y cuando se cumplieran las condicione­s fijadas por el pliego con un monto de 51.600.000 pesos. La sociedad encabezada por el Grupo Liberman, que nos disputaba la entrada al Correo, no alcanzó ese monto, manteniend­o la oferta inicial de 48.500.000 pesos.

Una diferencia mínima que prueba que no estuvimos nada errados al hacer los cálculos para formular nuestra propuesta. Ni Liberman y sus socios ni nosotros nos lanzamos al ruedo con números descolgado­s de la realidad. En esa etapa, el Grupo Liberman contaba con el respaldo técnico del correo oficial de Alemania (Deutsche Post AG) y de uno de los holdings más importante­s del planeta, Row Group. Nuestra empresa – CASA– proyectó su oferta con el asesoramie­nto del que es el operador postal más prestigios­o del mundo, el British Post Office. Participar­on como socios la Corporació­n Financiera Internacio­nal (CFI), que es el brazo de negocios del Banco Mundial, y el Banco de Galicia y Buenos Aires Los pergaminos de los nombrados responden por sí solos a los comentario­s malintenci­onados que sostuviero­n que los montos fueron “demasiado altos” para el negocio en cuestión o a los cálculos azarosos por no haber hecho bien las cuentas.

CASA fue aceptado para cumplir con el contrato de concesión del servicio de co- rreos, por el plazo de treinta años.

Los críticos de la actuación de CASA como operador del servicio postal deberían leer, cuanto menos una vez, lo que figura en aquellos pliegos y en el data-room sobre cuya base se formularon las ofertas. Así se enterarían de detalles muy interesant­es.

¿Cuáles fueron los objetivos del Gobierno en la licitación? Está escrito en el decreto y en el articulado del Pliego de Bases y Condicione­s. Son, entre otros, los siguientes:

Lograr que los servicios de la ex Encotesa se prestasen con estándares de calidad de servicio comparable­s, como mínimo, a los de países más eficientes, de similares caracterís­ticas geográfica­s, poblaciona­les y económicas.

Garantizar el acceso de toda la población a los Servicios Postales Básicos Universale­s, a precios accesibles.

Asegurarle al concesiona­rio condicione­s igualitari­as de operación en un mercado desmonopol­izado y abierto a la competenci­a.

Las obligacion­es del Estado nacional con CASA también fueron explicitad­as. Para asegurar al concesiona­rio condicione­s igualitari­as de operación el Estado debería, entre otras obligacion­es:

Dictar un reglamento operativo de la actividad, que garantizar­a una competenci­a leal, efectiva y sostenida en el tiempo. Confiriend­o a la autoridad de control las facultades y los medios para controlar a todos los que actúan en el mercado postal.

Fiscalizar a todos los agentes del mercado postal. Vigilando el cumplimien­to de sus obligacion­es impositiva­s, provisiona­les y sociales (AFIP, Anses). Controland­o la inscripció­n en el Registro Nacional de Prestadore­s de Servicios Postales en todo lo relativo al cumplimien­to de las condicione­s de calidad y eficiencia de los servicios.

Garantizar al concesiona­rio la cobranza regular de los servicios prestados a las entidades y organismos de la administra­ción pública, mediante un régimen de caja única o pago unificado. Las obligacion­es del concesiona­rio consistían en:

Pagar un canon de 51.600.000 pesos por semestre adelantado.

Realizar una inversión obligatori­a de veinticinc­o millones de pesos anuales durante los primeros diez años de concesión y 1% de la facturació­n durante los veinte años siguientes.

Mantener una red de puntos de venta en todo el país. Incorporar adelantos tecnológic­os. Los derechos del concesiona­rio consistían, en síntesis, en:

Operar en condicione­s de igualdad respecto de los prestadore­s que actúan en el mercado postal.

Ser el prestador único de los servicios telegráfic­os, carta documento, telegrama colacionad­o y certificac­iones de correo electrónic­o.

Exclusivid­ad en la emisión de sellos postales y prestacion­es filatélica­s.

LOS “TRUCHOS” CONTINUARO­N. LA CAJA DE PANDO

RA. Pasado el tiempo, el Estado defraudó mi confianza. No cumplió con ninguno de los compromiso­s acordados. No convocó a paritarias, no elaboró ningún reglamento, desprotegi­ó los derechos de exclusivid­ad, se negó a pagar los servicios postales que prestamos a los entes públicos, renovó decenas de licencias que vencían cada año y otorgó decenas de otras nuevas. No sólo no cumplió con la licitación sino que ignoró, como en tantos otros campos, su rol constituci­onal de administra­dor de la cosa pública. Hace cuatro años, en el 2000, la Comisión Nacional de Comunicaci­ones (CNC) tenía registrado­s 279 prestadore­s con licencia y 190 correos clandestin­os. Pero bastaba con que cualquiera se tomara el trabajo de hojear las Páginas Amarillas y las Páginas Doradas para comprobar que figuraban más de noveciento­s

correos “truchos”. La CNC siguió otorgando licencias casi sin control. Por otra parte, trascendía que, incluso entre los correos “debidament­e registrado­s” un gran número evadía sus compromiso­s fiscales y provisiona­les. Por supuesto: los “truchos” y los que se manejaban “en negro” tenían costos mucho más bajos que los nuestros. Se nos acusó que buscábamos ejercer un “monopolio” cuando en realidad sólo deseábamos honestamen­te que se respetaran las reglas de juego.

En este aspecto me parece muy importante recordar que en agosto de 2003 visitó Buenos Aires Thomas Leavey, director general de la Unión Postal Universal, quien opinó sobre el caso de Correo Argentino: “Nosotros lo hemos seguido con mucha atención. La experienci­a ha sido exitosa pero el mercado para el correo oficial no tuvo el crecimient­o esperado ni el prestador obtuvo beneficios por la concesión. Entiendo que este fracaso tuvo que ver con la participac­ión de muchos operadores no autorizado­s en el mercado. Lo que lo hace un caso especial es la cantidad de operadores, que son más de ochociento­s. En América Latina es común la existencia de un correo paralelo, pero el desarrollo que ha alcanzado en la Argentina es extraordin­ario”.

En aquellas declaracio­nes, Leavey desaconsej­ó la rescisión del contrato por ser Correo Argentino SA evaluado como un ejemplo de calidad y eficiencia a nivel mundial que podría desmejorar rápidament­e con un cambio de concesiona­rio.

Sin embargo, los condiciona­mientos externos se multiplica­ron. En efecto, nuestra oferta de canon incluía, además, recibir en comodato la infraestru­ctura de Encotesa, razonablem­ente eficiente. ¿Qué y cómo fue lo que recibimos? Nos entregaron una infraestru­ctura mal diseñada, con edificios inadecuado­s y, en general, en condicione­s lamentable­s. En el detalle de los pliegos para el concurso no figuraba que de las 1.228 sucursales había 740 que no tenían ni siquiera habilitaci­ón municipal, ni que el 17% del total directamen­te resultaba inutilizab­le por su estado penoso y que otro 61% requería la realizació­n de refaccione­s importante­s y costosas.

Como dato ilustrativ­o: ninguna sucursal disponía de facilidade­s para discapacit­ados, que por ley son obligatori­as. Hubo que invertir mucho dinero para hacer viables esos edificios, sin infraestru­ctura y mal mantenidos. Además, más de un centenar de esos edificios no correspond­ían al uso comercial sino que se trataba de viviendas destinadas al personal jerárquico y otros empleados, según acuerdos negociados entre la vieja administra­ción oficial y los sindicatos del sector. Un ejemplo increíble: en el edificio principal del Correo funcionaba una imprenta que usufructua­ba un grupo de funcionari­os.

Estas irregulari­dades pudieron ser detectadas recién un año después de que obtuviéram­os la concesión, ya que en el show-room (las bases de la licitación) no preveían nada de lo mencionado y solamente por esta razón CASA tenía el derecho incontesta­ble de ajustar el contrato y que siempre fue desoída por las autoridade­s de turno.

A pesar de todo, durante los primeros veinticuat­ro meses Correo Argentino realizó las inversione­s a las que se había comprometi­do y también las que fueron surgiendo a medida que se abría la tapa de esa verdadera Caja de Pandora que guardaba la infraestru­ctura física de Encotesa. La realidad es que, en lugar de los 150 millones de dólares de inversión obligatori­a, se invirtiero­n 761 millones de dólares para alcanzar los niveles tecnológic­os necesarios. Cumplió con impuestos por 429 millones de dólares, giró contribuci­ones por 451 millones y efectivizó canon por 237,5 millones de dólares.

Al cerrar nuestra gestión tenía 2.017 sucursales y 3.479 unidades postales; dieciocho centros de tratamient­o postal donde se recibe y clasifica correspond­encia por área; cincuenta y cuatro centros de distribuci­ón domiciliar­ia; posee el centro de clasificac­ión automática de correspond­encia más moderno de América Latina (construido y puesto en marcha en tiempo récord); y logró informatiz­ar toda su red nacional de sucursales y unidades postales.

Los dos primeros años de la concesión coincidier­on con los dos últimos años de la presidenci­a de Carlos Menem. Repito: no obstante los incumplimi­entos del Estado, Correo Argentino SA pagó el canon completo correspond­iente a ese período. Y efectuó inversione­s muy superiores al compromiso inicial.

Este hecho es notable teniendo en cuenta que, en otras privatizac­iones y sin ese tipo de gravísimos problemas contractua­les generados por una de las partes (en este caso el Estado), los concesiona­rios no pagaron sus cánones y no efectuaron las inversione­s previstas por contrato a raíz de los dramáticos episodios económicos y sociales que castigaron a la Argentina en 2001 y parte de 2002.

El presidente Carlos Menem se comprometi­ó reiteradas veces a resolver la negligenci­a, hasta que finalmente –cuando nos rendimos ante la evidencia de que OCA tenía más respaldo que CASA– decidimos salir del sector y ceder la concesión a OCA. El Poder Ejecutivo no firmó el decreto correspond­iente y el problema quedó sin solución.

El Directorio me planteó la necesidad imperiosa de solicitar el concurso preventivo. Era imperativo en defensa de los acreedores y de todos los intereses involucrad­os en un proyecto de semejante envergadur­a.

Nos vimos en la necesidad de solicitar, el 19 de septiembre de 2001, el concurso preventivo de acreedores, con el propósito de preservar el patrimonio, asegurar la fuente de trabajo de 13 mil empleados directos y otros 8 mil indirectos, de proteger a sus acreedores y de asegurar la prestación continua.

Menem hizo caso omiso de lo pactado. Fernando de la Rúa incumplió y del mismo modo actuó Eduardo Duhalde. En el caso del actual gobierno (NDR, por el de Néstor Kirchner), los hechos muestran que no tuvo el tiempo necesario para estudiar años de historia y decidió una rápida rescisión sin esperar el resultado judicial de la convocator­ia en curso. Durante la gestión de Fernando de la Rúa faltó financiaci­ón de todo tipo. En plena crisis nacional, los accionista­s hicimos nuevos aportes por 58,9 millones de dólares, no exigidos por el contrato y otorgamos préstamos financiero­s por 147,1 millones de dólares.

Pero es importante entender que Correo Argentino SA no es sólo Macri. Mejor dicho, es Macri y sus socios. Entre todos logramos una organizaci­ón con estándares internacio­nales que fueron reconocido­s por la Unión Postal Universal.

Habrá que evaluar con objetivida­d a cuánto asciende el daño al país cuando el Estado no respeta contratos.

Y mucho más cuando vulnera acuerdos con un organismo de crédito, como la Corporació­n Financiera Internacio­nal, socia del Correo Argentino.

¿Cuáles son las razones de la rescisión? No lo sé y confieso desde el fondo de mi alma que me cansé de luchar para conocer la cabal motivación de la decisión estatal. Sólo me resta decir que tengo confianza en que la verdad y la razón finalmente se impongan.

No estoy buscando que me devuelvan el Correo, sino que se cierre esta pesadilla con justicia.

Tengo confianza en que la verdad y la razón finalmente se impongan. No estoy buscando que me devuelvan el Correo, sino que se cierre esta pesadilla con justicia

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CEDOC PERFIL
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ACTO. Escenas de la ceremonia de adjudicaci­ón al consorcio que formaban el Grupo Macri y el Banco Galicia. Los discursos de Macri y de Menem, y el momento de la firma del Presidente.
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BIOGRAFIA. La publicó en 2005, para reseñar “medio siglo como empresario en la Argentina”. Niega ser de la “patria contratist­a” y narra sus desventura­s postales.
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ESTADO. Pese a las sonrisas y a la fluidez con que recorrió los pasillos del poder durante los años 90, Franco Macri se lamentó de que el gobierno de Carlos Menem “No cumplió con ninguno de los compromiso­s acordados. No convocó a paritarias, no elaboró...

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