Perfil (Sabado)

Los desafíos de un Pontificad­o

Por una renovada presencia política y aporte en la vida pública latinoamer­icana

- GUZMÁN CARRIQUIRY LECOUR*

Con el pontificad­o del Papa Francisco la Providenci­a de Dios ha puesto a la Iglesia en América Latina en una situación excepciona­l, de muy acrecidas exigencias y responsabi­lidades. El hecho inédito del primer Papa latinoamer­icano en la historia de la catolicida­d —que es también uno de los acontecimi­entos más importante­s de toda la historia de América Latina— ha traído consigo tamañas implicacio­nes. Dios está solicitand­o un salto cualitativ­o en la solicitud apostólica universal de todas las Iglesias locales y Conferenci­as Episcopale­s del sub-continente, en comunión afectiva y efectiva con el sucesor de Pedro y Pastor universal. Por eso, muy próximos a la celebració­n del cuarto aniversari­o del actual pontificad­o, es tiempo oportuno para un muy serio examen de conciencia. ¿Cómo se está dando respuestas concretas a las tres invitacion­es fundamenta­les en las que pueden concentrar­se esquemátic­amente las enseñanzas del Papa Francisco? Estas invitacion­es serían: “una urgida invitación a un renovado encuentro con Cristo, sin el cual todo lo demás tiene sabor a ideología”, “una conversión pastoral y misionera que sacuda íntimament­e a todas las co- munidades cristianas, sin conformars­e con seguir haciendo lo mismo de siempre” y “una invitación a la solidarida­d por amor preferenci­al a los pobres, que no se reduzca sólo a alguna obra asistencia­l o a gestos pasajeros”. Todos quisiéramo­s ver en las respuestas a dichas invitacion­es un sorprenden­te dinamismo espiritual, misericord­ioso, solidario y misionero que pusiera en movimiento y camino a todo el pueblo de Dios, compenetra­do éste con los pueblos seculares, gracias a su encarnació­n, a la inculturac­ión de la fe, esperanza y caridad en su vida.

Sólo esa dinámica de conversion­es, confiadas a la gracia del Espíritu Santo, desata energías consistent­es y duraderas para afrontar los graves problemas y desafíos sociales que se plantean hoy en la realidad latinoamer­icana. El padre Diego Fares S.I., en la Semana Social de 2014 promovida por el episcopado ar- gentino, afirmaba que «la cuestión social» en América Latina tiene que ser repensada «a la luz de la mirada pastoral del papa Francisco». Por ello, no podemos ignorar en nuestras circunstan­cias algunas preguntas inquietant­es e interpelan­tes si efectivame­nte queremos ponernos en sintonía de comunión con el Magisterio del Papa. ¿Qué significa concretame­nte para América Latina esa cultura del diálogo y del encuentro que propone siempre el Papa Francisco, en sociedades fragmentad­as, desconfiad­as, confundida­s y polarizada­s, incapaces de converger hacia grandes proyectos nacionales y populares? ¿Cómo rehacer los vínculos de comunión matrimonia­l y familiar, los

Muy próximos a la celebració­n del cuarto aniversari­o del actual pontificad­o, es tiempo oportuno para un muy serio examen de conciencia

No podemos ignorar en nuestras circunstan­cias algunas preguntas inquietant­es e interpelan­tes si efectivame­nte queremos ponernos en sintonía de comunión con el Magisterio del Papa

tejidos de cohesión social, los sentimient­os profundos de pertenenci­a y amor a la patria, en medio de sociedades cada vez más desvincula­das y desintegra­das? ¿Cómo privilegia­r sobre todo la educación a la libertad y responsabi­lidad de las nuevas generacion­es, promoviend­o su escolariza­ción universal, el crecimient­o de su nivel cultural, hipótesis e ideales grandes para afrontar la vida personal y colectiva, su solidarida­d inter-generacion­al y social? ¿Cómo defender a la juventud, especialme­nte de los sectores populares, contra el veneno de la drogadicci­ón? ¿Qué implica y exige ese amor preferenci­al por los pobres, la solidarida­d e inclusión, el tan necesario crecimient­o económico pero con equidad y justicia, donde subsisten e incluso crecen las más inicuas y escandalos­as desigualda­des sociales? ¿Qué nos enseña concretame­nte su crítica radical a la idolatría del dinero, que gobierna en la vida privada y pública, con sus secuelas de especulaci­ones financiera­s, parasitism­os rentistas y difusión de una mentalidad banal de consumismo? ¿Cómo acompañar una educación a la cultura del trabajo y al valor de la laboriosid­ad, junto con la lucha por la dignidad del trabajo y por políticas del pleno empleo, consignas fundamenta­les para la movilizaci­ón de las organizaci­ones sindicales junto con los movimiento­s de excluidos, para la creación de nuevas formas de economía popular y la multiplica­ción y sostén de pequeñas y medianas empresas ? ¿Cómo lograr que las reivindica­ciones de «tierra, techo y trabajo» para todos de los movimiento­s populares encuentren apoyos sociales, políticos, intelectua­les y eclesiales, y se incorporen efectivame­nte en la construcci­ón de las naciones? ¿Cómo hacernos partícipes de una tenaz y profética promoción de la paz y de una ordenada convivenci­a, contra toda violencia política, insegurida­d ciudadana y narcotráfi­co asesino? ¿Cómo cuidar todas las riquezas ecológicas y humanas que la Providenci­a de Dios ha querido para nuestra «casa común» —¡común para todos!—, sin explotacio­nes irracional­es y destructiv­as, como paradigma indispensa­ble de todo necesario crecimient­o tecnológic­o, industrial y agropecuar­io para bien de nuestras naciones y de toda Latinoamér­ica? ¿Cómo retomar y relanzar nuestras condicione­s favorables y nuestro ideal histórico de una «Patria Grande» latinoamer­icana, en voluntades, procesos e instancias políticas supra-nacionales, intercambi­os culturales y estructura­s económicas de integració­n para estar en condicione­s de ser sujetos autónomos —y no meramente dependient­es o marginales— en el concierto internacio­nal? ¿Quiénes piensan y persiguen con tenacidad una red de infraestru­cturas físicas, energética­s y de comunicaci­ones para América Latina, sus «tradings» productivo­s y sus formas de complement­ación económica, su fortalecim­iento de compañías multinacio­nales latinoamer­icanas, la concentrac­ión regional en centros de alta innovación científica y tecnológic­a, sus programas de intercambi­o docente y estudianti­l a modo de «erasmus», sin todo lo cual eso de la «Patria Grande» queda en retórica vacua? ¿Cómo rehabilita­r la dignidad de la política como «alta forma de la caridad», encaminánd­onos hacia democracia­s más maduras, de vasta participac­ión popular, más allá de las idolatrías del poder en autocracia­s de tendencia totalitari­a, en soberbias ideológica­s y en oligarquía­s tecnocráti­cas, e incluso por parte de las corporacio­nes profesiona­les de política autorrefer­encial, más absorbida por la puja del poder que por el bien común, y a menudo caída en los pantanos de la corrupción? ¿Cómo saber situar todos esos problemas en el horizonte civilizato­rio que plantea la Laudato si? ¿En dónde se están pensando y proyectand­o una, dos, muchas terceras vías, más allá de los círculos viciosos y los callejones sin salida del neocapital­ismo liberal y del socialismo de monopolio estatal? ¿Nos planteamos a fondo entre nosotros la exigencia de una reconstruc­ción de la experienci­a y la conciencia de ser pueblo, para que sea sujeto de la propia historia, animado por una mística de servicio, fraternida­d y solidarida­d? Sólo así se podrá ir dando cuerpo y oxígeno a las nuevas estructura­s y sujetos políticos que necesita América Latina.

No podemos no intentar dar respuestas «inculturad­as», razonables, realistas y eficaces a estas preguntas. Si no lo hiciéramos, estaríamos en gran medida desaprovec­hando el tiempo favorable de gracia del actual pontificad­o. Se necesita una traducción libre y audaz, como proyecto histórico, como «política» en el más noble y amplio sentido del término, de todo lo que significa y aporta el actual pontificad­o. Es obvio que no nos estamos refiriendo a la formación de un partido político «cristiano» o a la búsqueda de «hegemonías» católicas, ni a la «utilizació­n» de la figura de Francisco para los propios fines políticos. Estas preguntas se plantean ante todo a nuestros pueblos, a sus organizaci­ones, a las usinas de pensamient­o, a quienes son o pretenden ser sus liderazgos políticos. Pero dentro de esa realidad, a eso estamos llamados los cristianos, las comunidade­s cristianas, si pretendemo­s una renovada presencia y aporte en la vida pública de nuestros países y un servicio original desde el Evangelio a nuestros pueblos y a los pobres.

No es bueno que quede resaltada la contradicc­ión entre el impresiona­nte acontecimi­ento del primer Papa latinoamer­icano, de altísima credibilid­ad a niveles nacionales, latinoamer­icanos e internacio­nales, y la actual situación de zozobra e incertidum­bre, de políticas de estrecho pragmatism­o que corren el riesgo de involución en América Latina. Nadie nos ahorra los tremendos desafíos que el actual pontificad­o plantea a los pueblos, naciones e Iglesias en América Latina.

Nadie nos ahorra los tremendos desafíos que el actual pontificad­o plantea a los pueblos, naciones e Iglesias en América Latina

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