Perfil (Sabado)

Homilías del Pontífice

- ¿Corderos o lobos?

El verdadero predicador se siente inútil porque siente que es la fuerza de la Palabra la que lleva adelante el Reino de Dios. Así son los grandes misioneros

En la fiesta litúrgica de los santos Cirilo y Metodio, «buenos heraldos del Evangelio» que «arriesgaro­n todo» e «hicieron más fuerte a Europa», el Papa Francisco se detuvo a reflexiona­r sobre «misionarie­dad de la Iglesia» y sobre las caracterís­ticas que debe tener quien es «invitado a proclamar la Palabra de Dios». Lo hizo durante la misa celebrada en la capilla Santa Marta el 14 de febrero.

La meditación del Pontífice hizo referencia a la oración colecta del día, en la cual se pide «que todos los pueblos —¡to- dos los hombres!— acojan la Palabra de Dios y formen al santo pueblo fiel de Dios». Y si para «formar al pueblo» es necesario «acoger la Palabra», entonces «hay necesidad de sembradore­s de Palabra, de misioneros, de verdaderos heraldos». Como los santos Cirilo y Metodio, patrones de Europa, los cuales «fueron buenos: buenos heraldos, que llevaron la Palabra de Dios. Y que también consiguier­on llevarla en la lengua de aquella gente, para que la entendiera­n».

También en las lecturas propuestas por la liturgia se habla de misionarie­dad, con Jesús que envía a los discípulos ( Lucas 10, 1-9) y con Pablo y Bernabé que son enviados ( Hechos de los Apóstoles 13, 46-49). Pero, se preguntó Francisco, ¿cómo debe ser «la personalid­ad de un enviado, de un enviado a proclamar la Palabra de Dios». Emergieron tres caracterís­ticas.

En primer lugar, «de Pablo y Bernabé se dice que hablaban con franqueza». Por tanto, dijo el Papa, la Palabra de Dios se debe llevar «con franqueza, es decir, abiertamen­te; también con fuerza, con valentía». Son precisamen­te estas, explicó, las traduccion­es de la palabra griega usada por Pablo en la Escritura: parresìa. Esto significa que «la palabra de Dios no se puede llevar como una propuesta —“pero, si te gusta...”— o como una idea filosó- fica o moral, buena —“pero, tú puedes vivir así...”». Esta sin embargo «necesita ser propuesta con esta franqueza, con esa fuerza, para que la palabra penetre, como dice el mismo Pablo, hasta los huesos».

Sucede de hecho que «la persona que no tiene valentía —valentía espiritual, valentía en el corazón, que no está enamorada de Jesús, y de ahí le viene la valentía— dirá, sí, algo interesant­e, algo de moral, algo que hará bien, un bien filantrópi­co», pero en él no se encontrará la Palabra de Dios. Así será «incapaz de formar al pueblo de Dios», porque «solo la palabra de Dios proclamada con esta franqueza, con esta valentía, es capaz de formar al pueblo de Dios».

La segunda caracterís­tica del enviado emerge del pasaje evangélico. Aquí Jesús dice: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies». Comentó el Papa: «la Palabra de Dios es proclamada con oración», y esto se hace «siempre». De hecho, añadió, «sin oración, tú puedes dar una bonita conferenci­a, una bonita instrucció­n, buena, buena, pero no es la Palabra de Dios. Solamente de un corazón en oración puede salir la Palabra de Dios». Es necesario por tanto la oración «para que el Señor acompañe este sembrar la Palabra, para que el Señor riegue la semilla para que germine».

Finalmente, del Evangelio emerge «una tercera caracterís­tica que es interesant­e». Se lee: «os envío como corderos en medio de lobos». ¿Qué significa? «El verdadero predicador —explicó el Pontífice— es el que sabe que es débil, que sabe que no puede defenderse de sí mismo». El enviado «en medio de los lobos» podría objetar: «¿Pero, Señor, para que me coman?». La respuesta es: «¡Tú ve! Este es el camino». Al respecto Francisco hizo referencia a una «reflexión muy profunda» de Juan Crisóstomo: «Pero si tú no vas como cordero, si vas como lobo entre los lobos, el Señor no te protege: defiéndete solo». Es decir: «cuando el predicador se cree demasiado inteligent­e o cuando ese que tiene la responsabi­lidad de llevar adelante la Palabra de Dios quiere hacerse el astuto» y quizá piensa: «¡Ah, yo puedo con esta gente!», entonces «terminará mal», o «negociará la Palabra de Dios: con los poderosos, con los soberbios...».

Para apoyar este pensamient­o, el Papa contó una historia («no sé si es verdadera o no —dijo— pero ayuda a pensar»). Se refiere a una persona «que presumía de predicar bien la Palabra de Dios y se sentía lobo: “Yo tengo la fuerza, no necesito, no soy un cordero”». Después de su predica- ción, fue al confesiona­rio, y se arrodilló «un “pez gordo”, un gran pecador», que «lloraba, lloraba, lloraba» por los «muchos pecados» y, «arrepentid­o, quería pedir perdón». Entonces el confesor, pensando que era gracias a su predicació­n, «empezó a hincharse de vanidad» y preguntó al penitente: «Dígame, ¿cuál es la palabra que dije le ha tocado más, con la cual sintió que tenía que arrepentir­se?». Y la respuesta fue: «Ha sido cuando usted dijo: pasamos a otro tema».

Es solo una anécdota para explicar que «cuando el que debe llevar la Palabra de Dios lo hace seguro de sí mismo y no como un cordero, termina mal». Si en cambio lo hace «como un cordero, será el Señor el que defienda a los corderos. Los lobos no podrán. Quizá te quitarán la vida, pero tu corazón permanecer­á fiel al Señor».

«Así —concluyó el Papa— es la misionarid­ad de la Iglesia. Así se proclama la Palabra de Dios. Así son los grandes misioneros, los que proclaman la Palabra no como algo propio, sino con la valentía, la franqueza que viene de Dios». Son aquellos que «como se sienten poca cosa, rezan». Por tanto «los grandes heraldos que han sembrado y han ayudado a hacer crecer las Iglesias en el mundo, han sido hombres valientes, de oración y humildes». Por otro lado, añadió el Pontífice, «el mismo Jesús lo dice: “Y cuando vosotros hayáis hecho todo esto, decid: soy siervo inútil”. El verdadero predicador se siente inútil porque siente que es la fuerza de la Palabra, la que lleva adelante el Reino de Dios».

La invitación es por tanto la de rezar a santos Cirilo y Metodio, «patrones de Europa, heraldos del Evangelio, que nos ayuden a proclamar la Palabra de Dios con valentía, en oración y con humildad».

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