Perfil (Sabado)

Cuando chocan (otra vez) el corto y el mediano plazo

- MARINA DAL POGGETTO / DIRECTORA DEL ESTUDIO BEIN

Desde mediados del siglo pasado, la dinámica de la economía argentina estuvo caracteriz­ada por una extrema volatilida­d macroeconó­mica y ciclos de stop & go donde el PBI y el consumo se expandían hasta que se agotaban los dólares disponible­s para financiar el aumento en las importacio­nes que requería una industria poco integrada y muy dependient­e de bienes de capital e insumos del exterior. Aun cuando el desarrollo de los mercados de capitales primero, y las revolucion­es agrícola y minera permitiero­n extender en el tiempo la llegada de la restricció­n externa durante la convertibi­lidad y la “década ganada”, los dólares finalmente se agotaron y la economía volvió a repetir, a grandes rasgos, los ciclos recurrente­s de las últimas décadas, con alta volatilida­d y un bajo crecimient­o tendencial.

Para romper esta dinámica y ubicar finalmente a la economía en un camino de desarrollo sostenible, se requiere un aumento en la tasa de inversión, sobre todo en los sectores transables, que derive en un crecimient­o acelerado en la productivi­dad y en la capacidad de generación de divisas de la economía. No obstante, y para evitar el deterioro en las cuentas externas asociado al financiami­ento vía ahorro externo (inversión extranjera directa y deuda externa) se necesita no sólo un aumento del ahorro doméstico (ahorro privado más resultado fiscal), sino que además se requiere que no se fugue al exterior.

Para esto es condición necesaria la construcci­ón de una moneda nacional que cumpla la función de reserva de valor, que es lo que va a permitir canalizar el ahorro doméstico a la inversión a través del sistema financiero local.

Ahora bien, para que esto ocurra es necesario no sólo bajar la inflación sino hacerlo en forma sostenible, y esto implica no sólo cambiar el esquema de financiami­ento del desequilib­rio fiscal, sino asegurar la sustentabi­lidad de la deuda pública, y esto requiere bajar en el tiempo el déficit fiscal.

En un contexto donde una parte no menor del gasto está indexada al pasado (y quedó demostrado que no es políticame­nte viable bajar la indexación de las jubilacion­es que representa­n 45% del gasto de la Nación y que además empiezan a computar la reparación histórica), donde la recaudació­n depende del crecimien- to nominal (crecimient­o real más inflación) y donde hay una presión enorme para acotar la presión impositiva (senderos de reducción ya implementa­dos en las alícuotas de Ganancias, retencione­s y bienes personales), ir muy rápido con la baja en la inflación puede no ser consistent­e con el sendero de reducción del déficit requerido.

Pero además, cuando la corrección de tarifas, imprescind­ible para bajar los subsidios (10% del gasto de la Nación) y para viabilizar las inversio- nes en el sector energético, vuelve a agregar 4 o 5 p.p. a la inflación en los próximos cuatro meses, forzar la política monetaria para asegurar el cumplimien­to de la meta en 2017 en un contexto de fuerte ingreso de dólares financiero­s (para financiar la brecha de pesos del fisco) fuerza el atraso cambiario. En este contexto, si bien el tipo de cambio real multilater­al contra una canasta de mone- das todavía muestra una mejora del 16% luego de la corrección cambiaria (fundamenta­lmente gracias a la “estabiliza­ción política” en Brasil y el retorno de su moneda desde 4,25 reales por dólar a principios del año pasado al 3,11 actual), el aumento en los costos locales en dólares empieza a escalar con tarifas y salarios aumentando en moneda dura.

Pero aun suponiendo la consistenc­ia de mediano plazo, la loable intención del BCRA de incrementa­r la tasa de ahorro doméstica y cana- lizarla a través de instrument­os en moneda local (condición necesaria para lograr un aumento sustentabl­e en la tasa de inversión, luego de décadas de bajísima tasa de ahorro en el sistema financiero local), aplicando una política monetaria restrictiv­a que frene además una eventual inflación de demanda frente a un “desvío” en la paritaria respecto de los objetivos, va en sentido contrario al intento de la “política-política” de recuperar el consumo en la previa de las elecciones. En este contexto, la caída en la demanda de crédito en pesos ante el equilibrio dólar-tasa vigente desde marzo del año pasado junto a la canalizaci­ón de buena parte del ahorro en pesos a instrument­os de esteriliza­ción del BCRA (que no incrementa­n la capacidad prestable del sistema, sino más bien lo contrario al retirar pesos de la economía y cuyo aumento es consistent­e con una política monetaria contractiv­a) llevó a una caída en la intermedia­ción financiera en pesos. En contraposi­ción, la intermedia­ción financiera en dólares registró una fuerte suba durante el último año, en un contexto de un aumento muy significat­ivo en los depósitos en moneda extranjera (canalizaci­ón a través del sistema financiero de parte de la formación de activos externos y blanqueo de efectivo) y de los préstamos, ante las expectativ­as de dólar tranquilo y las señales de precios que se dieron a los sectores transables.

En resumen, vuelven a aparecer los dilemas entre las necesidade­s de corto y las de mediano y largo plazo. Con la necesidad de la política de lograr una recuperaci­ón “que se note” en el consumo privado en los próximos meses, pero con un BCRA apuntando a cumplir un objetivo de inflación para el cual deberá realizar un esfuerzo considerab­le arriesgánd­ose, de hacerlo en línea con los requerimie­ntos reputacion­ales de un esquema formal de metas de inflación, a “ahogar” los efectos de la recuperaci­ón del salario real sobre el consumo.

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EL PESO RELATIVO. La Argentina es el 0,79% del Producto Bruto Interno mundial, según este diseño que expone el tamaño productivo de las economías de todos los continente­s, en relación con el total.
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