Perfil (Sabado)

Ceocracia y errores no forzados

- MARTIN GAUTO*

Discutíamo­s, a mediados de los 80, la posibilida­d de ir adelante con una operación financiera compleja, que cumplía con todas las normas del Banco Central, pero que presentaba algunos aspectos controvert­idos que ya habían suscitado discusione­s en la prensa especializ­ada. La firme recomendac­ión que recibimos fue: “Aunque la operación sea legal, piensen cómo se sentirían si NN (el presidente de la compañía) tiene que explicarla frente a un micrófono o a una cámara”. La operación no se hizo.

Este ejemplo, viejo pero real, muestra un modo no tradiciona­l de evaluar decisiones complicada­s: considerar sus consecuenc­ias más allá de lo legal o de lo económico-financiero.

Frente a las lógicas reacciones negativas provocadas por algunas decisiones complicada­s que el Gobierno tomó en las últimas semanas, y ante la buena noticia de que se está trabajando en “un decreto para generar un protocolo de acción… cuando familiares de funcionari­os estén involucrad­os en licitacion­es, acuerdos o temas de gestión” (PERFIL, 18/2/2017), consideré oportuno compartir estas lecciones aprendidas a lo largo de muchos años en el mundo de las empresas.

Imaginemos que Juan es uno de los socios de una empresa de limpieza de oficinas, y que su hermano Francisco es el CEO de una gran compañía que necesita contratar estos servicios. Se podría argumentar que los hermanos no hablaron del tema, que Juan no participó en las negociacio­nes (sino sus socios), o que los auditores de la fábrica controlaro­n todo; pero si la elegida termina siendo la empresa de Juan, la transparen­cia de la contrataci­ón va a ser –inevitable­mente– cuestionad­a. El conflicto de intereses relativiza toda explicació­n posterior.

Una corporació­n internacio­nal resuelve de modo terminante el problema de los conflictos de intereses. Dice la norma interna: “Si una situación genera dudas acerca de si constituye o no un conflicto de intereses, actúe como si efectivame­nte fuera un conflicto de intereses”. Definición que elimina la necesidad posterior de recurrir a justificac­iones como las del ejemplo de los hermanos. O, si se quiere, “corte por lo sano”.

El de los conflictos de intereses es siempre un tema resbaladiz­o y complicado. Ya sea en una empresa, en la AFA, en una ONG o en una cooperador­a escolar. Pero adquiere una gravedad extrema en el ámbito de la cosa pública.

También en situacione­s de alta sensibilid­ad, evaluar el costo de equivocars­e en cada una de las opciones bajo análisis constituye un prudente reaseguro. En House of Cards, el presidente Underwood quiere desviar fondos destinados a atender catástrofe­s a su programa America Works. Supongamos que no lo hace; si se produce una catástrofe tiene con qué enfrentarl­a; si no se produce, el costo que tiene es que se perdió de impulsar su programa. Ahora, ¿cuáles serían los escenarios si desvía los fondos? Si no hay catástrofe, la apuesta le salió bien pues su programa recibió los fondos; pero si hay catástrofe y se quedó sin fondos para hacerle frente, el costo es infinitame­nte mayor. Al tomar decisiones, no se debe desestimar el impacto del peor resultado posible.

El error no forzado del Correo. Asumamos que –esto es clave– sí se pensó en la posible reacción de la sociedad, y que –lo comprobará la AGN– el acuerdo cumple con la ley. Por un lado, habrán estado quienes, temiendo un fuerte rechazo generaliza­do, querían hacerlo de otra manera (¿convocar a la oposición?). Por el otro quienes, descartand­o esa reacción negativa, lo querían hacer como finalmente se hizo. Considerar el costo de equivocars­e en cada opción hubiera mostrado que una de ellas tenía una impacto muchísimo más grave. Lamentable­mente, fue la que se eligió.

Episodios como éste del Correo muestran cuán convenient­e sería incorporar estos reaseguros en los procesos de decisión del Gobierno.

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