Perfil (Sabado)

DEPORTE EN MEDIO DEL HORROR DE LA ULTIMA DICTADURA

El relato de un sobrevivie­nte del centro clandestin­o de detención La Perla.

- CLAUDIO GOMEZ

Héctor Kunzmann tiene 70 años y hace dos que dejó Paraná, su ciudad, para volver a vivir en Córdoba, ese lugar que padeció en los 70 pero que ahora le ofrece motivos suficiente­s para instalarse: nietos. Entre diciembre del 76 y fines del 78 estuvo detenido en el centro clandestin­o La Perla. Como todo secuestrad­o, sufrió, toleró y resistió, y también protagoniz­ó situacione­s que, a veces de manera absurda, se cruzaron con el deporte.

P4R. Cuando Kunzmann cae en La Perla, encuentra un juego de ajedrez: el tablero es de cartón, los casilleros están pintados con birome y las piezas fueron moldeadas con migas de pan. Nunca supo quién lo había hecho, pero le saca provecho. Sólo debe encontrar con quién jugar. A unos cuatro o cinco metros está detenido Tomás Di Toffino, el sucesor de Agustín Tosco en el sindicato de Luz y Fuerza cordobés. Ya tiene rival, pero no pueden acercarse y mucho menos hablar. Entonces Di Toffino se ar- ma un juego igual e inventan un lenguaje de señas que sólo ellos dos pueden reconocer. Así, mientras las manos dibujan gestos en el aire en medio del silencio de La Perla, van moviendo las piezas hasta el próximo jaque mate. Esas partidas no fueron un juego ni un pasatiempo. Para Kunzmann representa­ron mucho más. “Ahí adentro –confiesa–, el ajedrez me salvó la vida”. Mundial. En junio del 78 el país está paralizado por el Mundial. Las Fuerzas Armadas exhiben su mayor grado de paranoia: sospechan que puede haber atentados terrorista­s en los estadios. En La Perla, como en otros centros clandestin­os de detención, organizan salidas: los represores llevan a los detenidos a la cancha para que marquen a ex compañeros. A Kunzmann lo llevan a una tribuna del Chateau el día que Perú le gana 3-1 a Escocia. Por supuesto, no marca a nadie. Y ve un partidazo. El picado. Se armó un 9 de julio, Kunzmann calcula que habrá sido de 1978. Es probable que los uniformado­s hayan querido festejar la fecha patria o tal vez estaban aburridos, lo cierto es que en un momento de la tarde convocan a un grupo de detenidos para jugar un partidito. El campo de juego es de lo peor: un terreno entre la cuadra y la caballeriz­a, inclinado, sin césped y lleno de piedras. Ponen montículos de ropa para simular los arcos y arranca el partido. Seis gendarmes de un lado, seis detenidos del otro, la pelota en el medio. Toda una metáfora.

Kunzmann jugó de arquero con una camiseta de San Lorenzo que le había regalado un muchacho que había pasado por La Perla y después lo blanquearo­n.

—¿Del resultado te acordás? —¡Ganamos! Kunzmann lo dice con entusiasmo, con orgullo. Se enciende. Dice “¡ganamos!” de un arrebato, con énfasis. Le gustaría dar detalles, el re- sultado exacto, la descripció­n de una jugada que terminó en gol, tal vez una atajada salvadora. Pero no puede, nada de esos detalles quedaron registrado­s. Tampoco importa demasiado. ¡Ganamos! Fue un triunfo sin festejos ni gastadas. Un triunfo para adentro, que se compartió con gestos sutiles y miradas cómplices. Un triunfo justo, un triunfo digno, un triunfo que humilló a los humillador­es. ¡Ganamos, carajo!

Cuando terminó el partido, los seis detenidos volvieron al pabellón. Los gendarmes se quedaron en el campo de juego improvisad­o para someterse al reproche del jefe: “¡Manga de pelotudos! ¡Cómo van a perder con estos subversivo­s muertos de hambre!”. Y era verdad, dice ahora el Ruso, estábamos muertos de hambre.

“EL AJEDREZ ME SALVO LA VIDA”, DICE HECTOR KUNZMANN

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FOTOS: CEDOC PERFIL
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PABELLON. Fue el mayor centro clandestin­o de detención de Córdoba. Se estima que por ahí pasaron unos tres mil detenidos.
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