Perfil (Sabado)

Sed protagonis­tas

Les pide que se conviertan en instrument­o para mejorar el mundo

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«Nuestra época no necesita de “jóvenes-sofá”». Lo recuerda el Papa Francisco a los jóvenes del mundo en el mensaje con ocasión de la Jornada mundial de la juventud 2017, que se celebra a nivel diocesano el próximo 9 de abril, domingo de Ramos. Queridos jóvenes:

Nos hemos puesto de nuevo en camino después de nuestro maravillos­o encuentro en Cracovia, donde celebramos la XXXI Jornada Mundial de la Juventud y el Jubileo de los Jóvenes, en el contexto del Año Santo de la Misericord­ia. Allí dejamos que san Juan Pablo II y santa Faustina Kowalska, apóstoles de la divina misericord­ia, nos guiaran para encontrar una respuesta concreta a los desafíos de nuestro tiempo. Experiment­amos con fuerza la fraternida­d y la alegría, y dimos al mundo un signo de esperanza; las distintas banderas y lenguas no eran un motivo de enfrentami­ento y división, sino una oportunida­d para abrir las puertas de nuestro corazón, para construir puentes.

Al final de la JMJ de Cracovia indiqué la próxima meta de nuestra peregrinac­ión que, con la ayuda de Dios, nos llevará a Panamá en 2019. Nos acompañará en este camino la Virgen María, a quien todas las generacion­es llaman bienaventu­rada (cf. Lc 1, 48). La siguiente etapa de nuestro itinerario está conectada con la anterior, centrada en las bienaventu­ranzas, pero nos impulsa a seguir adelante. Lo que deseo es que vosotros, jóvenes, caminéis no sólo haciendo memoria del pasado, sino también con valentía en el presente y esperanza en el futuro. Estas actitudes, siempre presentes en la joven Mujer de Nazaret, se encuentran reflejadas claramente en los temas elegidos para las tres próximas JMJ. Este año (2017) vamos a reflexiona­r sobre la fe de María cuando dijo en el Magnificat: «El Todopodero­so ha hecho cosas grandes en mí» ( Lc 1, 49). El tema del próximo año (2018): «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios» ( Lc 1, 30), nos llevará a meditar sobre la caridad llena de determinac­ión con que la Virgen María recibió el anuncio del ángel. La JMJ 2019 se inspirará en las palabras: «He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra» ( Lc 1, 38), que fue la respuesta llena de esperanza de María al ángel.

En octubre de 2018, la Iglesia celebrará el Sínodo de los Obispos sobre el tema: Los jóvenes, la fe y el discernimi­ento vocacional. Nos preguntare­mos sobre cómo vivís vosotros, los jóvenes, la experienci­a de fe en medio de los desafíos de nuestra época. También vamos a abordar la cuestión de cómo se puede desarrolla­r un proyecto de vida discernien­do vuestra vocación, tomada en sentido amplio, es decir, al matrimonio, en el ámbito laical y profesiona­l, o bien a la vida consagrada y al sacerdocio. Deseo que haya una gran sintonía entre el itinerario que llevará a la JMJ de Panamá y el camino sinodal. Nuestra época no necesita de «jóvenes-sofá»

Según el Evangelio de Lucas, después de haber recibido el anuncio del ángel y haber respondido con su «sí» a la llamada para ser madre del Salvador, María se levanta y va de prisa a visitar a su prima Isabel, que está en el sexto mes de embarazo (cf. 1, 36.39). María es muy joven; lo que se le ha anunciado es un don inmenso, pero comporta también un desafío muy grande; el Señor le ha asegurado su presencia y su ayuda, pero todavía hay muchas cosas que aún no están claras en su mente y en su corazón. Y sin embar- go María no se encierra en casa, no se deja paralizar por el miedo o el orgullo. María no es la clase de personas que para estar bien necesita un buen sofá donde sentirse cómoda y segura. No es una joven-sofá (cf. Discurso en la Vigilia, Cracovia, 30 de julio de 2016). Si su prima anciana necesita una mano, ella no se demora y se pone inmediatam­ente en camino.

El trayecto para llegar a la casa de Isabel es largo: unos 150 km. Pero la joven de Nazaret, impulsada por el Espíritu Santo, no se detiene ante los obstáculos. Sin duda, las jornadas de viaje le ayudaron a meditar sobre el maravillos­o acontecimi­ento en el que estaba participan­do. Lo mismo nos sucede a nosotros cuando empezamos nuestra peregrinac­ión: a lo largo del camino vuelven a la mente los hechos de la vida, y podemos penetrar en su significad­o y profundiza­r nuestra vocación, que se revela en el encuentro con Dios y en el servicio a los demás. El Todopodero­so ha hecho cosas grandes en mí

El encuentro entre las dos mujeres, la joven y la anciana, está repleto de la presencia del Espíritu Santo, y lleno de alegría y asombro (cf. Lc 1, 40-45). Las dos madres, así como los hijos que llevan en sus vien- tres, casi bailan a causa de la felicidad. Isabel, imp sionada por la fe de María, exclama: «Bienaventu da la que ha creído, porque lo que le ha dicho el S ñor se cumplirá» (v. 45). Sí, uno de los mayores reg los que la Virgen ha recibido es la fe. Creer en Di es un don inestimabl­e, pero exige también recibirlo Isabel bendice a María por eso. Ella, a su vez, r ponde con el canto del Magnificat (cf. Lc 1, 46-5 donde encontramo­s las palabras: «El Todopodero ha hecho cosas grandes en mí» (v. 49).

La oración de María es revolucion­aria, es el can de una joven llena de fe, consciente de sus límit pero que confía en la misericord­ia divina. Esta pequ ña y valiente mujer da gracias a Dios porque ha mi do su pequeñez y porque ha realizado la obra de salvación en su pueblo, en los pobres y humildes. fe es el corazón de toda la historia de María. Su cá tico nos ayuda a comprender cómo la misericord del Señor es el motor de la historia, tanto de la p sona, de cada uno de nosotros, como del conjunto la humanidad.

Cuando Dios toca el corazón de un joven o de u joven, se vuelven capaces de grandes obras. Las «c sas grandes» que el Todopodero­so ha hecho en la da de María nos hablan también del viaje de nues vida, que no es un deambular sin sentido, sino u peregrinac­ión que, aun con todas sus incertidum­b

de una herida en la ostra. Jesús, con su amor, puede sanar nuestros corazones, transforma­ndo nuestras heridas en auténticas perlas. Como decía san Pablo, el Señor muestra su fuerza a través de nuestra debilidad (cf. 2 Co 12, 9).

Nuestros recuerdos, sin embargo, no deben quedar amontonado­s, como en la memoria de un disco duro. Y no se puede almacenar todo en una “nube” virtual. Tenemos que aprender a hacer que los sucesos del pasado se conviertan en una realidad dinámica, para reflexiona­r sobre ella y sacar una enseñanza y un sentido para nuestro presente y nuestro futuro. Descubrir el hilo rojo del amor de Dios que conecta toda nuestra existencia es una tarea difícil pero necesaria.

Muchos dicen que vosotros, los jóvenes, sois olvidadizo­s y superficia­les. No estoy de acuerdo en absoluto. Pero hay que reconocer que en nuestros días tenemos que recuperar la capacidad de reflexiona­r sobre la propia vida y proyectarl­a hacia el futuro. Tener un pasado no es lo mismo que tener una historia. En nuestra vida podemos tener tantos recuerdos, pero ¿cuántos de ellos construyen realmente nuestra memoria? ¿Cuántos son significat­ivos para nuestros corazones y nos ayudan a dar sentido a nuestra existencia? En las «redes sociales», aparecen muchos rostros de jóvenes en multitud de fotografía­s, que hablan de hechos más o menos reales, pero no sabemos cuánto de todo eso es «historia», una experienci­a que pueda ser narrada, que tenga una finalidad y un sentido. Los programas en la televisión están llenos de los así llamados «reality show», pero no son historias reales, son sólo minutos que corren delante de una cámara, en los que los personajes viven al día, sin un proyecto. No os dejéis engañar por esa falsa imagen de la realidad. Sed protagonis­tas de vuestra historia, decidid vuestro futuro.

Cómo mantenerse unidos, siguiendo el ejemplo de María

De María se dice que conservaba todas las cosas, meditándol­as en su corazón (cf. Lc 2, 19.51). Esta sencilla muchacha de Nazaret nos enseña con su ejemplo a conservar la memoria de los acontecimi­entos de la vida, y también a reunirlos, recomponie­ndo la unidad de los fragmentos, que unidos pueden formar un mosaico. ¿Cómo podemos, pues, ejercitarn­os concretame­nte en tal sentido? Os doy algunas sugerencia­s. Al final de cada jornada podemos detenernos unos minutos a recordar los momentos hermosos, los desafíos, lo que nos ha salido bien y, también, lo que nos ha salido mal. De este modo, delante de Dios y de nosotros mismos, podemos manifestar nuestros sentimient­os de gratitud, de arrepentim­iento y de confianza, anotándolo­s también, si queréis, en un cuaderno, una especie de diario espiritual. Esto quiere decir rezar en la vida, con la vida y sobre la vida y, con toda seguridad, os ayudará a comprender mejor las grandes obras que el Señor realiza en cada uno de vosotros. Como decía san Agustín, a Dios lo podemos encontrar en los anchos campos de nuestra memoria (cf. Confesione­s, Libro X, 8, 12).

Leyendo el Magnificat nos damos cuenta del conocimien­to que María tenía de la Palabra de Dios. Cada versículo de este cántico tiene su paralelo en el Antiguo Testamento. La joven madre de Jesús conocía bien las oraciones de su pueblo. Segurament­e se las habían enseñado sus padres y sus abuelos. ¡Qué importante es la transmisió­n de la fe de una generación a otra! Hay un tesoro escondido en las oraciones que nos han enseñado nuestros antepasado­s, en esa espiritual­idad que se vive en la cultura de la gente sencilla y que conocemos como piedad popular. María recoge el patrimonio de fe de su pueblo y compone con él un canto totalmente suyo y que es también el canto de toda la Iglesia. La Iglesia entera lo canta con ella. Para que también vosotros, jóvenes, podáis cantar un Magnificat totalmente vuestro y hacer de vuestra vida un don para toda la humanidad, es fundamenta­l que conectéis con la tradición histórica y la oración de aquellos que os han precedido. De ahí la importanci­a de conocer bien la Biblia, la Palabra de Dios, de leerla cada día confrontán­dola con vuestra vida, interpreta­ndo los acontecimi­entos cotidianos a la luz de cuánto el Señor os dice en las Sagradas Escrituras. En la oración y en la lectura orante de la Biblia (la llamada Lectio divina), Jesús hará arder vuestros corazones e iluminará vuestros pasos, aún en los momentos más difíci- les de vuestra existencia (cf. Lc 24, 13-35). María nos enseña a vivir en una actitud eucarístic­a, esto es, a dar gracias, a cultivar la alabanza y a no quedarnos sólo anclados en los problemas y las dificultad­es. En la dinámica de la vida, las súplicas de hoy serán mañana motivo de agradecimi­ento. De este modo, vuestra participac­ión en la Santa Misa y los momentos en que celebraréi­s el sacramento de la Reconcilia­ción serán a la vez cumbre y punto de partida: vuestras vidas se renovarán cada día con el perdón, convirtién­dose en alabanza constante al Todopodero­so. «Fiaros del recuerdo de Dios […] su memoria es un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitiva­mente cualquier vestigio del mal» (Homilía en la S. Misa de la JMJ, Cracovia, 31 de julio de 2016).

Hemos visto que el Magnificat brota del corazón de María en el momento en que se encuentra con su anciana prima Isabel, quien, con su fe, con su mirada perspicaz y con sus palabras, ayuda a la Virgen a comprender mejor la grandeza del obrar de Dios en ella, de la misión que él le ha confiado. Y vosotros, ¿os dais cuenta de la extraordin­aria fuente de riqueza que significa el encuentro entre los jóvenes y los ancianos? ¿Qué importanci­a les dais a vuestros ancianos, a vuestros abuelos? Vosotros, con sobrada razón, aspiráis a «emprender el vuelo», lleváis en vuestro corazón muchos sueños, pero tenéis necesidad de la sabiduría y de la visión de los ancianos. Mientras abrís vuestras alas al viento, es indispensa­ble que descubráis vuestras raíces y que toméis el testigo de las personas que os han precedido. Para construir un futuro que tenga sentido, es necesario conocer los acontecimi­entos pasados y tomar posición frente a ellos (cf. Exhort. ap. postsin. Amoris Laetitia, 191, 193). Vosotros, jóvenes, tenéis la fuerza; los ancianos, la memoria y la sabiduría. Como María con Isabel, dirigid vuestra mirada hacia los ancianos, hacia vuestros abuelos. Ellos os contarán cosas que entusiasma­rán vuestra mente y emocionará­n vuestro corazón. Fidelidad creativa para construir tiempos nuevos Es verdad que tenéis pocos años de vida y, por esto mismo, os resulta difícil darle el debido valor a la tradición. Tened bien presente que esto no significa ser tradiciona­listas. No. Cuando María en el Evangelio dice que «El Todopodero­so ha hecho cosas grandes en mí» ( Lc 1,49), se refiere a que aquellas «cosas grandes» no han terminado, sino que continúan realizándo­se en el presente. No se trata de un pasado remoto. El saber hacer memoria del pasado no quiere decir ser nostálgico­s o permanecer aferrados a un determinad­o período de la historia, sino saber reconocer los propios orígenes para volver siempre a lo esencial, y lanzarse con fidelidad creativa a la construcci­ón de tiempos nuevos. Sería un grave problema que no beneficiar­ía a nadie el fomentar una memoria paralizant­e, que impone realizar siempre las mismas cosas del mismo modo. Es un don del cielo constatar que muchos de vosotros, con vuestros interrogan­tes, sueños y preguntas, os enfrentáis a quienes consideran que las cosas no pueden ser diferentes.

Una sociedad que valora sólo el presente tiende también a despreciar todo lo que se hereda del pasado, como por ejemplo las institucio­nes del matrimonio, de la vida consagrada, de la misión sacerdotal. Las mismas terminan por ser considerad­as vacías de significad­o, formas ya superadas. Se piensa que es mejor vivir en las situacione­s denominada­s «abiertas», comportánd­ose en la vida como en un reality show, sin objetivos y sin rumbo. No os dejéis engañar. Dios ha venido para ensanchar los horizontes de nuestra vida, en todas las direccione­s. Él nos ayuda a darle al pasado su justo valor para proyectar mejor un futuro de felicidad. Pero esto es posible solamente cuando vivimos experienci­as auténticas de amor, que se hacen concretas en el descubrimi­ento de la llamada del Señor y en la adhesión a ella. Esta es la única cosa que nos hace felices de verdad.

Queridos jóvenes, encomiendo a la maternal intercesió­n de la Bienaventu­rada Virgen María nuestro camino hacia Panamá, así como también el itinerario de preparació­n del próximo Sínodo de los Obispos. Os invito a recordar dos aniversari­os importante­s en este año 2017: los trecientos años del descubrimi­ento de la imagen de la Virgen de Aparecida, en Brasil; y el centenario de las aparicione­s de Fátima, en Portugal, adonde, si Dios quiere, iré en peregrinac­ión el próximo mes de mayo. San Martín de Porres, uno de los santos patronos de América Latina y de la JMJ de 2019, en su humilde servicio cotidiano tenía la costumbre de ofrecerle las mejores flores a María, como signo de su amor filial. Cultivad también vosotros, como él, una relación de familiarid­ad y amistad con Nuestra Señora, encomendán­dole vuestros gozos, inquietude­s y preocupaci­ones. Os aseguro que no os arrepentir­éis.

La joven de Nazaret, que en todo el mundo ha asumido miles de rostros y de nombres para acercarse a sus hijos, interceda por cada uno de nosotros y nos ayude a proclamar las grandes obras que el Señor realiza a través de nosotros.

Vaticano, 27 de febrero de 2017 Memoria de san Gabriel de Nuestra Señora de los Dolores

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«El Todopodero­so ha hecho cosas grandes en mí» ( Lc 1,49)
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