Perfil (Sabado)

Como si fuera una tragedia griega

- SILVIA RAMIREZ GELBES*

En la tragedia, según lo consignó Aristótele­s, el protagonis­ta siempre se enfrenta a un conflicto sublime a causa de alguna forma de hybris, de exceso cometido. Los dioses lo condenan a sufrir por su error.

Los argentinos sabemos mucho de excesos. De fiestas que pagamos todos, de remedios que sólo mejoran a los que están sanos, de hacer la vista gorda y de hacer la vista flaca. En definitiva, sabemos mucho del sufrimient­o por los errores cometidos.

Desde el a medias fallido comienzo de las clases el 6 de marzo, venimos asistiendo a una disputa dialéctica entre dos grupos antagonist­as que representa­n, tal vez mejor que nunca, la grieta que supimos conseguir. El mismo 6, el 7, y el 8 –con alusión ¿casual? al programa emblema de la TV Pública en la pasada administra­ción–, un lado de la grieta salió a manifestar su descontent­o. (Seamos justos: el 8 de marzo, Día de la Mujer, no tuvo una categórica orientació­n política en estos términos: al igual que el 24 de marzo, Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, el 8M no debería ser absorbido por ningún espacio militante). El 1º de abril, por su parte, el otro lado de la grieta se congregó para dejar registro de su oposición a las manifestac­iones anteriores.

Me parece relevante recordar que el prólogo de estas demostraci­ones –el origen de la hybris– es diverso según sea el lado que se adopte para definir el propio posicionam­iento. Tan diverso como es diversa su descripció­n del escenario actual. Para los unos, el prólogo son los 14 o 14 meses de gobierno macrista. Para los otros, en cambio, son los 12 años –tal vez menos, convengamo­s, si se descuenta el período de clara bonanza– de gobierno kirchneris­ta.

Pero lo más sugestivo de estos episodios, como los llamaría Aristótele­s, han sido las referencia­s discursiva­s. Y es que el contrapunt­o dialogal –el agón para los griegos– se ha dado como un juego de espejos contradict­orios. “Vamos a volver” se oía en las primeras marchas, de boca de los oficialist­as del pasado. “No vuelven más” –se oyó en la última, de boca de los oficialist­as del presente.

Mientras tanto, el orden coral resultó encarnado por los medios, tanto masivos como sociales. Comentando, reproducie­ndo, reverberan­do u opinando, las tapas de los diarios y los noticieros o Facebook, Twitter e Instagram acompañaro­n esos cantos sin ninguna neutralida­d. (O se está de un lado de la grieta o se está del otro. Si alguien pretende estar en el medio, la propia grieta lo fagocita: le pegan de los dos lados).

La novedad, con todo, que instaló el paro del jueves 6 de abril fue la simultanei­dad de la “marcha” y de su “contramarc­ha”, no necesariam­ente callejeras y sí abiertamen­te discursiva­s. Porque si las manifestac­iones anteriores se habían sucedido una a las otras, éstas se dieron al mismo tiempo. #YoParo y #YoNoParo fueron las consignas que, en polifonía discordant­e, se levantaron como banderas por distintos medios. Y los discursos previos que se elevaron agresivos en franca confrontac­ión, aunque después se pidieran disculpas o se esgrimiera­n tibias justificac­iones, no hicieron más que echar leña al fuego. O drama a la escena. Los ánimos –todos– están caldeados. La ciudadanía –toda– se está expresando. Los actores –los argentinos– queremos actuar. Y parece que andamos rechazando a los voceros.

Más allá de líderes y dirigentes –que los hay, claro está–, los verdaderos protagonis­tas de esta obra son los dos colectivos que reúnen, allende las urnas y la democracia representa­tiva, a los ciudadanos, que adherimos a una o a otra perspectiv­a. La pregunta pendiente es cómo será el éxodo, el momento final de la tragedia, en el que el héroe –uno de esos dos colectivos– reconozca el error y todos los argentinos, por fin, tengamos que aprender la moraleja. O –ojalá que no– terminemos no aprendiend­o nada.

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