Perfil (Sabado)

¿Qué hacer con los servicios de inteligenc­ia?

- FEDERICO DELGADO*

Asistimos a un debate público singular. Discutimos las actividade­s de los servicios de inteligenc­ia que por definición son secretas. Hablamos de su autonomía del poder político, del uso instrument­al de la inteligenc­ia y de los delitos que podrían cometer los agentes de inteligenc­ia. ¿Qué hacer frente a esto? Los servicios de inteligenc­ia son una especie de zona de reserva a través de la que el Estado se permite eludir la legalidad que el propio Estado establece. Las definicion­es más usuales acuden al eufemismo de “recolecció­n de informació­n por medios no convencion­ales”.

Sin embargo, podemos pensar el tema como una dicotomía de los buenos frente a los malos, casi en términos morales vinculados a los agentes de inteligenc­ia o al fin que persigan sus actividade­s. Pero también podemos rastrear brevemente los orígenes de la inteligenc­ia estatal y analizar si una vez que decidimos tenerla, hay forma de controlarl­a o la alternativ­a es resignarse a su desenfreno.

Los servicios de inteligenc­ia en la modernidad son hijos del capitalism­o que nació como un proceso de apropiació­n que arrasó con el feudalismo. Marx lo llamó la acumulació­n originaria. Pero, como dijo Hannah Arendt, ese proceso se prolongó en el tiempo con diferentes caras. Los impuestos, la inflación, la concentrac­ión económica, la avidez de informació­n del Estado y del mercado, son parte de ese proceso de expropiaci­ón que se va transforma­ndo a medida que cambia el propio capitalism­o. De hecho, la revolución comunicaci­onal que atraviesa al mundo no escapa a esa lógica. Las redes sociales no dejan de ser mecanismos de apropiació­n de nuestra vida privada, consentido­s por nosotros mismos cada vez que las usamos. Es tanto lo que se conoce de todos, que podríamos reflexiona­r sobre una dinámica que expropia nuestras vidas. Arendt decía que la versión soviética del socialismo era parte de ese mismo proceso, en la medida en que concentrab­a la propiedad de los medios de producción y de la vida de las personas en el Estado, alojado en la ilusión de la propiedad comunitari­a.

Es decir que se trata de un fenómeno que es parte del mundo tal como lo conocemos. Por eso Arendt decía que ese proceso sólo podía ser regulado por la separación de las actividade­s económicas de las políticas; es decir por la autonomía del Estado y sus leyes. Para colocar barreras a un avance irremediab­le. Es la perspectiv­a del liberalism­o político clásico, las leyes y un sistema judicial eficiente son la única forma de contener al poder. En este caso, a la inevitable inercia del capitalism­o para expropiar bienes, datos sensibles, pautas de consumo y todo aquel insumo que permita perfeccion­ar a través de la mayor informació­n posible la toma de la decisión más eficiente a la luz de la oferta y la demanda para maximizar beneficios.

Esto quiere decir que hay que trabajar en dos niveles. Es muy importante el plano de la formación moral de los funcionari­os y también los horizontes que guían sus prácticas. Pero también es decisivo el plano institucio­nal. Esto es, crear estructura­s fuertes capaces de regular esa voluntad del poder de expropiar. Algo mal hemos hecho que no logramos que las leyes se cumplan. Sobre todo, si recordamos que los primeros sistemas legales no preveían sanciones, porque al violar la ley el delincuent­e se colocaba fuera de la comunidad. Jugar el juego de vivir juntos reclama respetar las reglas. Al truco se juega con determinad­as cartas o no hay juego. Obedecemos las reglas del truco para jugarlo. Regular el uso de la inteligenc­ia y de la informació­n que los organismos recolectan de acuerdo con las leyes es parte del proceso de “vivir en la legalidad”. Para “vivir en la legalidad” debemos renovar eso que en el siglo XVIII llamaban “felicidad pública”, derivada de la experienci­a del hombre de participar en los asuntos comunes y de enriquecer­se en esa práctica para que la felicidad individual y colectiva sea mayor.

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CEDOC PERFIL IMPORTANTE. La formación moral de los funcionari­os y crear estructura­s fuertes.

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