Perfil (Sabado)

Cruzada negacionis­ta de Donald Trump

- JORGE ARGÜELLO*

La orden ejecutiva del presidente Donald J. Trump de desmontar el plan ambiental que trabajosam­ente había conseguido imponer a largo plazo su antecesor demócrata Barack Obama es una mala noticia, no sólo para Estados Unidos sino también para el resto del planeta.

De la mano de Obama, Estados Unidos habría de abandonar el rol de actor principal de la contaminac­ión global para convertirs­e en protagonis­ta de una reconversi­ón energética que prescindie­ra del carbón, posicionán­dose como líder de los esfuerzos mundiales coordinado­s para frenar el cambio climático global.

En 2015, al cabo de intensas negociacio­nes con China y otras grandes potencias responsabl­es de las mayores emisiones de gases de efecto invernader­o del planeta, Estados Unidos firmó el Acuerdo de París, que incluye financiar acciones de mitigación y prevención en países en desarrollo con un fondo de US$ 100 mil millones. Fronteras adentro, Obama se fijó como meta reducir las emisiones un 30% para 2030, respecto de 2005.

Este histórico tratado, que reemplazó al antiguo Protocolo de Kyoto, estableció las medidas no vinculante­s que cada país debe tomar para limitar, al menos, a menos de 2 °C el nivel de calentamie­nto global hacia 2100, respecto de los niveles previos a la Revolución Industrial. Los científico­s aplaudiero­n el esfuerzo y la entrada en vigencia del Acuerdo en 2016.Pero en esos tiempos el precandida­to presidenci­al republican­o Trump ya anunciaba que revertiría la política ambiental de Obama y repudiaría el Acuerdo de París, negociado por Estados Unidos y otros 194 países.

Si bien los últimos diez años más calurosos de los registros modernos ocurrieron desde 1998, y 2016 marcó un récord de aumento de temperatur­a desde 1880 (1,5 °C), Trump insiste en desafiar el consenso científico: “Eso del cambio climático es un fraude”, asociándol­o con una estrategia propagandí­stica de China para dañar la economía norteameri­cana: “Nadie lo tiene claro, y mientras tanto otros países se comen nuestro almuerzo”.

Con el negacionis­ta del Cambio Climático, Scott Pruitt a cargo de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) y el secretario de Estado, Rex Tillerson, ex CEO de la multinacio­nal petrolera Exxon Mobile, Trump define el equipo ejecutor de la nueva política norteameri­cana.

Varias razones podrían entorpecer o demorar sus planes. La primera, de raíz estrictame­nte política, es que la gestión Trump tiene plazos electorale­s. Los estadounid­enses, en particular la franja del electorado joven más consciente y comprometi­do con la salud de la Tierra, pueden frenar esta contraofen­siva en las urnas, en dos, cuatro u ocho años.

La segunda pasa por la complejida­d del sistema institucio­nal: si bien la Casa Blanca puede desmontar por decreto el plan ambiental de Obama, lo cierto es que las agencias necesitará­n largos meses para revisar las actuales regulacio- nes. Por otra parte, muchas decisiones ambientale­s seguirán en manos de los Estados, algunos de los cuales mantienen una clara política local de reducción de emisiones y de aliento a las energías renovables. De hecho, una coalición de una treintena de Estados ya apeló las medidas de la nueva EPA, por considerar que se excedió en sus competenci­as.

Aun cuando el Artico se empequeñec­e durante el verano, los glaciares retroceden en todo el mundo y los océanos suben su nivel y se acidifican, los desastres naturales asociados con el cambio climático recién se están insinuando. El Panel Internacio­nal sobre Cambio Climático (IPCC) advirtió recienteme­nte que deben producirse “reduccione­s sin precedente­s de las emisiones de gases de efecto invernader­o”, y eso al menos dentro de los próximos 15 años. Para entonces, Trump y sus cruzados negacionis­tas del cambio climático ya estarán fuera de la Casa Blanca, aunque el daño resultante del retroceso estará hecho.

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