Perfil (Sabado)

Pesaj y su mensaje de libertad

- ABRAHAM SKORKA*

Con la caída del crepúsculo del próximo lunes 10, el pueblo judío comenzará a celebrar Pesaj, la festividad en la que se rememora la salida de los hijos de Israel de Egipto, tierra en la que fueron esclavizad­os por el Faraón y finalmente liberados por Dios. Es uno de los acontecimi­entos centrales de la historia de la formación del pueblo pues guarda dentro de sí la esencia que caracteriz­a a su fe y cosmovisió­n de vida. El acontecimi­ento histórico que se rememora, contiene la gran lección que le dio Dios a los descendien­tes de los patriarcas a fin de labrar en sus mentes y en las de las generacion­es futuras un indeleble mensaje de espiritual­idad, el que le permite al individuo manifestar­se plenamente con el hálito que su Creador ha insuflado en él.

La Tora le prescribe a los padres narrar a sus hijos durante la cena del inicio de la festividad, los detalles de la historia ( Éxodo 13, 8), habiendo símbolos elocuentes en la mesa. Hierbas amargas, para enfatizar la amargura del esclavo, panes no leudados, para recordar el pan de aflicción que tuvieron que comer los que lucharon por su libertad, y —en los tiempos en que se hallaba el Templo en Jerusalén— una de las ofrendas que daban los peregrinos consistía en un cordero, del que comían una porción en la cena. A partir de la destrucció­n del Templo dicho cordero es simbolizad­o mediante un hueso asado puesto en un platón especial junto a los demás elementos nombrados. El mismo remite a la primera cena ritual, la que debían realizar los que iban a salir de Egipto, en la que un cordero debía ser sacrificad­o tal como se describe en

Éxodo 12. En Shemot Rabbah 16,b se explica que dicho animal era considerad­o una deidad por los egipcios y que mediante su sacrificio e ingesta, los hijos de Israel manifestab­an su aversión a toda forma de idolatría. La condición necesaria e indispensa­ble para alcanzar la libertad demanda el abandono de todo tipo de credo pagano, el no rendirle pleitesía a individuos, u objetos o ideas o pasiones, que impiden la búsqueda de un nexo con el Ser absolutame­nte espiritual que ha creado al ser humano brindándol­e la posibilida­d de un diálogo y encuentro con Él. Se es libre sólo cuando se tiene a la justicia y a la rectitud como norte de las acciones, junto con la misericord­ia y la piedad. Como enseña el Deutero-

nomio (12, 28): «Harás lo bueno y lo recto a los ojos del Señor».

La historia humana testimonia un sinfín de revolucion­es sociales y de regímenes y teorías en los que muchos creyeron que conllevarí­an a una realidad de justicia social con la eliminació­n de todas las formas de esclavitud y explotació­n. Sin embargo, y pese a los enormes avances científico­s y tecnológic­os, el pensamient­o pagano sigue incólume en grandes sectores de la humanidad. Y millones siguen siendo expoliados. Ortega y Gasset, en su Prólogo para Franceses de su obra La rebelión de las masas, escrito en mayo de 1937, cuando el fascismo y el nazismo se hallaban en plena expansión, reflexionó: «La masa en rebeldía ha perdido toda capacidad de religión y de conocimien­to. No puede tener dentro más que política, una política exorbitada, frenética, fuera de sí, puesto que pretende suplantar al conocimien­to, a la religión, a la sagesse — en fin, a las únicas cosas que por su sustancia son aptas para ocupar el centro de la mente humana».

En el Tratado de los Principios (6, 2), se mencionan las enseñanzas del Rabí Yehoshua ben Levi (primera mitad del siglo III): «Sólo es libre aquel que se ocupa del estudio de la Tora».

Diecisiete siglos separan a Ortega del sabio del Talmud, ambos enfatizan el hecho que sólo el ejercicio espiritual en el que el hombre se despoja de todas las deidades con las que suele embriagar su realidad, deja de ser servil, parte de una masa, le permite alcanzar la libertad.

Cabe la pregunta: ¿acaso uno de los motivos del antisemiti­smo, el odio visceral a los judíos que tuvo sus manifestac­iones más horrorosas en el siglo pasado, no radicaría en esa postura de origen bíblico de vivir luchando por ser uno mismo, que el judaísmo sustenta, antítesis de dictadores que se consideran redentores y múltiples otras deidades que supieron encaramars­e en la realidad humana? Resulta harto interesant­e el hecho que Hannah Arendt le haya dedicado un tercio de su análisis socio-político en su famoso texto Los

orígenes del totalitari­smo, al antisemiti­smo. Más allá de los factores sociales, políticos y culturales que conllevaro­n al arribo de los totalitari­smos al poder, ella percibió en ese odio, detalle aparenteme­nte secundario e irrelevant­e, un factor movilizado­r superlativ­o en el origen de aquellos nefastos regímenes. A los conducto- res de los totalitari­smos de todas las calañas les molestaba el imperativo bíblico de aprender a ser profundame­nte libre.

El capítulo 25 del Libro de Levítico resume el ordenamien­to social que debe adoptar el pueblo de Israel una vez que se haya establecid­o en su tierra. La misma debía ser dividida en parcelas, propiedad inajenable de cada familia, aquellos que han caído en la indigencia deben ser ayudados por el cuerpo social, el esclavo debe ser rescatado de su condición de tal. El último versículo resume la quintaesen­cia de todas las leyes expuestas, al decir (55): «Pues siervos son para mí los hijos de Israel, son mis siervos, a los que saqué de la tierra de Egipto, Yo soy el Señor vuestro Dios». Sólo el hombre libre puede servir a Dios.

En la mayoría de los años, como en éste, Pesaj acaece en una fecha muy cercana a la Pascua cristiana. Estas dos celebracio­nes se hallan íntimament­e ligadas y por ello la tradición cristiana la relaciona con el calendario hebraico. Pascua deriva del latín pascha, que a su vez deriva del griego páscha, que es la transliter­ación de la forma aramea del vocablo hebreo Pesaj. Es la celebració­n central de la fe cristiana que rememora la llegada de Jesús a Jerusalén para festejar en el Templo el Pesaj, lapso en el cual acaeció su martirio, crucifixió­n y resurrecci­ón.

La cena pascual fue la última de Jesús y cada uno de sus símbolos, la

matza, el pan ácimo, el cordero, las hierbas, el vino, recibieron en aquella una reinterpre­tación.

También en el islam el relato de la salida de los hijos de Israel de Egipto ocupa un lugar importante en el Corán. Las tres religiones que fundan sus credos en la Biblia hebrea comparten la esperanza y fe en una realidad humana redimida, en la cual todas las familias han de saber superar sus miserias e impulsos destructiv­os para construir una realidad en la que, tal como avizoró Sofonías (3, 9), el Eterno habrá de otorgar a los pueblos un idioma de pureza y entendimie­nto que les permitirá a todos invocar al Señor y servirle hombro a hombro.

Cuando ello acaezca el milenario mensaje y esperanza de Pesaj habrá cumplido su propósito en el seno de lo humano. *Rector del Seminario Rabínico Latinoamer­icano, rabino de la Comunidad «Benei Tikva»

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