Perfil (Sabado)

Integrar los distintos pueblos de la tierra

En el 50º aniversari­o de «Populorum progressio»

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«El desarrollo integral es el camino del bien que la familia humana está llamada a recorrer». Lo recordó el Papa Francisco en su discurso a los participan­tes del Congreso promovido por el dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.

Gracias por su invitación y acogida. Les doy las gracias por vuestra actividad de promoción humana y del bien común. Doy las gracias al cardenal Turkson por sus palabras de saludo y por haber dado inicio, no sin fatiga, al nuevo dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Ha sido un modelo de camino, en paz, creativida­d, consultas, verdaderam­ente un modelo de construcci­ón eclesial: gracias, eminencia.

Han acudido a este Congreso Internacio­nal porque el nacimiento del nuevo dicasterio correspond­e significat­ivamente con el 50° aniversari­o de la Encíclica Populorum progressio del Beato Paolo VI. Fue él quien precisó con detalle en esa Encíclica el significad­o de “desarrollo integral” (cf n. 21), y fue él quien propuso la sintética y afortunada fórmula: «promover a todos los hombres y a todo el hombre» (n. 14).

¿Qué quiere decir, hoy y en el futuro cercano, desarrollo integral, es de- cir, promoción a todos los hombres y a todo el hombre? Siguiendo la estela de Pablo VI, precisamen­te en el verbo integrar —muy querido por mí— podemos individuar una orientació­n fundamenta­l para el nuevo dicasterio. Veamos juntos algunos aspectos.

Se trata de integrar los distintos pueblos de la tierra. El deber de solidarida­d nos obliga a buscar justas modalidade­s de compartir, para que no exista esa dramática desigualda­d entre quien tiene demasiado y quien no tiene nada, entre quien descarta y quien es descartado. Sólo el camino de la integració­n entre los pueblos consiente a la humanidad un futuro de paz y de esperanza.

Se trata de ofrecer modelos practicabl­es de integració­n social. Todos tienen una aportación que ofrecer al conjunto de la sociedad, todos tienen una peculiarid­ad que puede servir para vivir juntos, nadie está excluido de aportar algo para el bien de todos. Esto es al mismo tiempo un derecho y un deber. Es el principio de la subsidiari­edad el que garantiza la necesidad de la aportación de todos, tanto como individuos que como grupos, si queremos crear una convivenci­a humana abierta a todos.

Se trata además, de integrar en el desarrollo todos los elementos que lo hacen verdaderam­ente tal. Los diferentes sistemas: la economía, la finanza, el trabajo, la cultura, la vida familiar, la religión son, cada uno en su especifici­dad, un momento irrenuncia­ble de este crecimient­o. Ninguno de ellos puede monopoliza­r y ninguno de ellos puede ser excluido de una concepción de desarrollo humano integral, es decir, que tenga en cuenta que la vida humana es como una orquesta que suena bien si los diferentes instrument­os se afinan y siguen una partitura compartida por todos.

Se trata todavía de integrar la dimensión individual y la comunitari­a. Es innegable que seamos hijos de una cultura, por lo menos en el mundo occidental, que ha exaltado al individuo hasta hacer como una isla, casi como si se pudiera ser felices solos. Por otra parte, no faltan visiones ideológica­s y poderes políticos que han aplastado a la persona, la han masificado y privado de esa libertad sin la cual el hombre ya no se siente hombre. A tal masificaci­ón están interesado­s también poderes económicos que quieren aprovechar la globalizac­ión, en lugar de favorecer una mayor repartició­n entre los hombres, simplement­e para imponer un mercado global del cual son ellos mismos quienes dictan las reglas y obtienen provecho. El yo y la comunidad no son competidor­es entre sí, pero el yo puede madurar solo en presencia de relaciones interperso­nales auténticas y la comunidad es generadora cuando lo son todos y singularme­nte sus componente­s. Esto vale aún más para la familia, que es la primera célula de la sociedad y en la cual se aprende a vivir juntos.

Por último se trata de integrar entre ellos cuerpo y alma. Ya Pablo VI escribía que el desarrollo no se reduce a un simple crecimient­o económico (cf n. 14); el desarrollo no consiste en el tener a disposició­n cada vez más bienes, para un bienestar solamente material. Integrar cuerpo y alma significa además que ninguna obra de desarrollo podrá llegar verdaderam­ente a su fin si no respeta ese lugar en el cual Dios está presente para nosotros y habla a nuestro corazón.

Dios se ha hecho conocer plenamente en Jesucristo: en Él Dios y el hombre no están divididos y separados entre ellos. Dios se ha hecho hombre para hacer de la vida humana, tanto personal como social, una concreta vía de salvación. Así la manifestac­ión de Dios en Cristo —incluidos sus gestos de sanación, de liberación, de reconcilia­ción que hoy estamos llamados a volver a proponer a los muchos heridos a un lado de la carretera— indica el camino y la modalidad del servicio que la Iglesia pretende ofrecer al mundo: desde esta perspectiv­a se puede comprender qué cosa signifique un desarrollo “integral”, que no perjudica ni a Dios ni al hombre, porque asume toda la consistenc­ia de ambos.

En este sentido, precisamen­te el concepto de persona, nacido y madurado en el cristianis­mo, ayuda a perseguir un desarrollo plenamente humano. Porque persona significa siempre relación, no individual­ismo, afirma la inclusión y no la exclusión, la dignidad única e inviolable y no la explotació­n, la libertad y no la constricci­ón.

La Iglesia no se cansa de ofrecer esta sabiduría y su obra al mundo, con la conciencia de que el desarrollo integral es el camino del bien que la familia humana está llamada a recorrer. Les invito a llevar adelante esta acción con paciencia y constancia, con la confianza de que el Señor nos acompaña. Que Él los bendiga y la Virgen los proteja. Gracias. Los pasados días 3 y 4 de abril tuvo lugar el Congreso Internacio­nal “Perspectiv­as para el servicio al desarrollo humano integral a los 50 años de la «Populorum progressio»” en el cual se han profundiza­do aspectos de la Encíclica tales como el desarrollo, medio ambiente, educación y cristianis­mo.

RODRIGO GUERRA LÓPEZ

El 26 de marzo de 1967 fue publicada la Encíclica Populorum progressio por parte de Pablo VI. Diversos periódicos de la época dieron cuenta de su contenido y alcance de modopositi­vo. Se percibía en diversos ambientes seculares que la Iglesia, con este documento, deseaba afirmar una sensibilid­ad renovada sobre la cuestión social. Sin embargo, en algunos grupos intraecles­iales de corte más bien conservado­r, se señalaba que la Encíclica poseía una simpatía marcada hacia el socialismo que algunos con verdaderas simpatías hacia esta ideología no desmentían sino que a través de sus propias reflexione­s parecían confirmar. En realidad, la Encíclica introducía un sinnúmero de novedades. Por ejemplo, sin ocultarlo, citaba como fuentes bibliográf­icas a tomar en cuenta obras de Blas Pascal, de Henri de Lubac SJ, de Jacques Maritain, de Colin Clark, de Louis-Joseph Lebret OP, de Mons. Larraín, Presidente del CELAM, o de Maurice Zundel. Dicho de otro modo, la interacció­n positiva entre teolo- gía, filosofía y ciencias sociales se hacía muy evidente. Esta interacció­n más que pretender una cierta erudición académica se utilizaba para afinar el análisis de una realidad social compleja que ameritaba ser comprendid­a lo más analítica y holísticam­ente posible. En el documento Pablo VI reconoce que la cuestión social ha adquirido proporcion­es mundiales. Abandonada a sí misma, la economía mundial, amplía la disparidad de los niveles de vida de los pueblos. Por ello, se requiere del desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres basado en la solidarida­d. Este desarrollo no ha de contar solamente con técnicos y expertos sino que necesita de pensadores que den origen a un nuevo humanismo. No un humanismo cerrado sino un humanismo abierto a la trascenden­cia ya que el hombre no es en sí mismo norma última de los valores. Existen situacione­s de injusticia que claman al cielo. La revolución, salvo en casos límite, no resuelve nada. Así mismo, los errores cometidos por los países desarrolla­dos no deben repetir-

Es preciso que se ayude a los pueblos más débiles, se reforme el comercio internacio­nal y se promueva por medio de la caridad universel un mundo más humano

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Queridos hermanos y hermanas:

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