Educar para una ecología humana
Congreso Internacional sobre la Encíclica de Pablo VI
se en los pueblos que están ahora en camino al desarrollo. La tecnocracia de hoy puede ser tan lamentable como el liberalismo de ayer. Es preciso, por ello, comprender con claridad que el desarrollo del hombre no puede darse sin el desarrollo integral de la humanidad. Las naciones más fuertes poseen una especial responsabilidad en este proceso. Es preciso que se ayude a los pueblos más débiles, se reforme el comercio internacional y se promueva por medio de la caridad universal un mundo más humano. Sólo así, el camino de la paz que se anhela en todo el mundo podrá realizarse ya que la paz transita necesariamente por el desarrollo. Con este marco, Pablo VI hace algunos énfasis que conviene tener presentes. Por ejemplo, cita dentro del cuerpo de la Encíclica a san Ambrosio, quien dice: No es parte de tus bienes lo que tú das al pobre; lo que le das le perte- nece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos. Así mismo, el Papa comenta: «Decir desarrollo es, efectivamente, preocuparse tanto por el progreso social como por el crecimiento económico. No basta aumentar la riqueza común para que sea repartida equitativamente. No basta promover la técnica para que la tierra sea humanamente más habitable». Comentarios como estos, permitirán en momentos posteriores ir enfocando la problemática de los «recursos naturales», de la «tierra» y eventualmente del «medio ambiente» al interior de las cuestiones centrales para el desarrollo de los pueblos. Por su parte, varios años después, Benedicto XVI, en la Encíclica Caritas in veritate, profundizará: La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo. Es necesario que exista una especie de ecología del hombre bien entendida. Sería muy extenso resumir y comentar los contenidos de si’ en esta exposición. Tal vez lo más importante a tener en cuenta es que una «ecología humana» es una ecología que no deja fuera la realidad en su multidimensionalidad. Por ello, Francisco utiliza la expresión «ecología integral» la cual al menos incluye una ecología ambiental, económica y social, una ecología cultural, una ecología de la vida cotidiana, una ecología basada en el bien común – que incluye verdadera opción preferencial por los pobres y solidaridad, y una ecología con un enfoque de corresponsabilidad intergeneracional. Esta «ecología integral» parece coincidir con una comprensión del desarrollo humano integral. Y en efecto, lo hace. Sin embargo, introduce el importante concepto del «cuidado de la casa común», es decir, coloca un criterio sapiencial superior, de orden ético, que articula la diversidad de aspectos ambientales y de desarrollo sostenible que es preciso conjuntar para responder al desafío de la realidad en su complejidad. Ahora bien, Laudato si’ no sólo nos aporta afirmaciones doctrinales o teoréticas sobre el cuidado de la casa común, sino que ofrece numerosos elementos para participar en un itinerario educativo que nos permita hacer de la ecología humana, algo más que un bello eslogan. El Papa Francisco es muy consciente de aquello que Enrique Leff ya denunciaba en sus obras pioneras sobre racionalidad ambiental y educación ecológica: En la educación ambiental confluyen los principios de la sustentabilidad, la complejidad y la interdisciplinariedad. Desde la aparición de la Encíclica Laudato si’ del Papa Francisco he tenido la oportunidad de participar en diversas iniciativas académicas de estudio y profundización formativa de los contenidos de este importante documento pontificio. La tan esperada ampliación del capítulo «eco- lógico» de la Doctrina social de la Iglesia llegó e impactó no sólo a los grandes tomadores de decisiones en materia de políticas públicas, a organismos internacionales, a muchos miembros de la comunidad científica global o a dirigentes sociales de las más variadas organizaciones civiles sino que suscitó un interés inusitado entre los jóvenes dirigentes políticos, activistas y estudiantes universitarios tanto creyentes como no creyentes en diversas partes del mundo. Así mismo, Laudato si’ parece estar llamada a ser parte de la renovación de una bioética a la altura de los desafíos que experimenta la cultura de la vida en la actualidad. La bioética había nacido en parte como la búsqueda de una ciencia para la supervivencia global. Pero en algunos espacios y ambientes durante un tiempo fue entendida como una suerte de ética médica enriquecida con un cierto diálogo interdisciplinar. En la actualidad, no ha sido difícil argumentar que es preciso estudiar con atención la paciente meditación realizada por el Papa Francisco sobre «el cuidado de la casa común» en orden a articular mejor los desafíos bioéticos más contemporáneos con la compleja interacción entre los diversos organismos vivos, los recursos naturales y el necesario desarrollo humano integral de las personas y de los pueblos. Por ello, no es impropio hablar de «conversión ecológica», es decir, de metanoia, de cambio de mentalidad de índole propiamente cristiana. Para ello, tenemos que superar la idea
La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público
que el cuidado del medio ambiente es un aspecto secundario o tangencial para la vida cristiana. Si el Misterio de la Encarnación consiste en que Dios acoge todo lo humano, el cristianismo no puede dejar de ver en este Misterio un método de inmersión y de anuncio que penetre también hasta la entraña del mundo. Uno de los teólogos precursores de las reflexiones sobre el medio ambiente fue Ian Bradley. En uno de sus libros, agudamente se preguntaba: «¿Tiene el cristianismo una concepción propia de la recta relación entre los seres humanos y el resto de la creación? ¿Tienen realmente los cristianos alguna aportación específica que hacer al movimiento verde y a la lucha por la protección del entorno natural frente a las innumerables amenazas que actualmente pesan sobre él? Evidentemente, como parte que somos de la raza humana, todos podemos contribuir […]. Pero ¿hay algo más que podamos hacer en virtud de nuestra fe?» El Papa Francisco, en Laudato si’ no duda en escribir que algunos cristianos «comprometidos y orantes» suelen «burlarse» de las preocupaciones ecológicas, mientras que otros son «pasivos»: Les hace falta entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana.