TESORO QUE ENCANDILA
En luna llena, el pronunciado movimiento de mareas al noroeste de la gran isla favorece la formación de perlas enormes, únicas en el mundo. Hoy se cultivan para satisfacer la demanda de nácar.
El sol ya ha desaparecido tras el horizonte pero cientos de turistas todavía están sentados en la playa de manglares de Broome, en el noroeste de Australia, observando el mar. La luna de color amarillo dorado se desliza lentamente sobre el agua negra creando, pocos minutos después, un fenómeno espectacular: los rayos se reflejan tanto en el mar como en la marisma, como si la luna lanzara una escalera de cuerda. Esta “escalera a la luna” sólo se puede observar en luna llena, entre mayo y octubre, cuando la marea está especialmente baja y se retira hasta 13 metros sobre el nivel del mar. Para la ostra perlera de labio plateado, este movimiento de mareas, el mayor del hemisferio sur, constituye su elixir de la vida. La concha marina de hasta 30 centímetros, que ha convertido la ciudad de Broome en la metrópolis mundial de las perlas, alcanza su particular tamaño y fuerza gracias a los muchos nutrientes que son arrojados por las corrientes extremas. “Mucho antes de la colonización europea, mis antespasados usaban las conchas como medio de trueque comercial”, cuenta Neville Poelina, que ha trabajado durante 22 años como buceador en la industria de la perla. En el museo histórico de Broome se averigua que, poco antes del cambio de siglo, la localidad suministraba el 80% de la Pinctada máxima a nivel mundial. Hasta la Primera Guerra Mundial, había en funcionamiento unos 400 barcos especiales dedicados al buceo para extraer los gigantescos moluscos con el valioso nácar. “La oportunidad de encontrar una perla era de una entre 5 mil”, recuerda Poelina. Pero el nácar era tan valioso que trajo prosperidad. Los botones cubiertos y broches hechos con nácar de Broome eran demandados en todos los puntos de ventas de joyas. Actualmente, estos objetos todavía se pueden conseguir. El cultivo de perlas no comenzó en Broome hasta los años 50 del siglo pasado. Los buceadores reunían las conchas gigantes del fondo del mar para llevarlas a los criaderos, donde se les implantaba un núcleo que crecía poco a poco hasta convertirse en una perla. Una caminata ayuda a descubrir más sobre la historia de Broome. Un sendero didáctico conduce hasta el museo histórico, atraviesa en la playa una
hilera de paneles explicativos y un monumento, recala en otro pequeño museo, el Pearl Luggers, y termina finalmente en el muelle. Unos metros más allá hay una galería en la que se puede admirar y comprar algunas de las perlas blancas más bonitas, por todos codiciadas. Gracias a su trabajo en la industria de la perla, Poelina ganó el suficiente dinero como para poner en marcha un servicio turístico con aborígenes. En el puerto, varios hombres jóvenes preparan un barco, equipado con la más moderna maquinaria, que partirá hacia Eighty Mile Beach, en el sur, para recoger conchas marinas como en el pasado. Ahora, sin embargo, la implantación del núcleo se realiza a bordo de la embarcación. Una vez que los depósitos están llenos, este valioso bien es transportado a los criadores en el norte. Cien millas de costa salvaje inhabitada ofrecen las mejores condiciones de crecimiento. Además, el agua cristalina garantiza una calidad extraordinaria en las perlasde la zona. Durante un vuelo a lo largo de la costa, impresionan los colores y las formas de los corales y bancos de arena. Ahí abajo se encuentran las conchas en los criaderos, una capa de nácar tras otra en torno al núcleo. Pasados dos años, podrá ser extraída la perla acabada. Un trrabajo minucioso y paciente