El monstruo convertido en discursos vacíos
Cuando todos creían que lo peor que podía pasarle a la franquicia que refundó el terror espacial eran dos matchs mercachifles contra Predador (el pase a las riñas de gallo clase C ), llega Alien: Covenant. El renacer de Alien que se generó apenitas con Prometeo es, sin dudas, parte de la enorme operación “nostalgia + franquicia testeada” que Hollywood estornuda jueves a jueves. Nada malo con eso (tampoco tanto bueno) pero la culpa aquí aparece camuflada en el retorno de la bestia a las ideas de papá Ridley Scott, director mainstream de clásicos que saben lucir sus grises y sus épocas ( Blade Runner, la primera Alien) y de filmes masticables que funcionan gracias a sus contradicciones ( Gladiador). Scott llega ahora para mostrar el nacimiento del más letal Pacman que haya dado el cine, pero en lugar de apostar al nervio, al pasillo espacial como prisión, a su criatura como pulsión de un cine con textura, todo se pierde en el espacio entre la bestia digital y discursos analógicos respecto de la humanidad, la creación y otros temas.
Pedir mordisco antes que discurso podría leerse como una condena a un film que toma claramente otra decisión. Es decir, una injusticia. Pero lo que muestra Alien: Covenant es precisamente cuán lavadas han quedado ciertas rugosidades, ciertos ácidos y salvajadas que hicieron grande a la franquicia. Aquí, guste o no, todo es frío, medido, casi una especulación: desde el plano general gigante, siempre gris, intencionalmente terminal e hiperdiseñado, y sus ecos de H. R. Giger castrado (papá visual de aquel primer film), a la troupe espacial que va descubriendo el peor empacho jamás, todo parece sacado de la papelera de reciclaje del original. Esa idea no implica agredir fórmulas y sus repeticiones, pero aquí el eco de algo que funcionaba mejor gracias a otro cine, otros momentos y otras texturas realmente se hace presente. Entre esa forma de disecar a la bestia, y someterla a gestos a leer (brazos extendidos a lo Cristo), desaparece aquello que acecha.