Perfil (Sabado)

Gradualism­o vs. sustentabi­lidad externa

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RODRIGO ALVAREZ LITRE / ANALYTICA CONSULTORE­S

La estrategia de reducción gradual del déficit fiscal del Gobierno enfrenta críticas de distintos sectores. La contracara de un gasto público que excede la recaudació­n es el aumento de la deuda. Precisamen­te en este punto coinciden quienes agitan el fantasma de la vuelta a los 90.

La posible (in)sostenibil­idad de la política de endeudamie­nto que históricam­ente ha derivado en el principal problema argentino: la “restricció­n externa”. La idea es bastante simple, si el conjunto de la economía exporta US$ 100, y no ingresa ningún otro por financiami­ento externo, entonces sólo se puede importar la diferencia entre esos US$ 100 y los que tengan que usarse para pagar deuda externa. Teniendo en cuenta que la producción local es muy dependient­e de importacio­nes, si no suben las exportacio­nes, no podrá aumentar la producción.

El saldo entre exportacio­nes, importacio­nes y pagos netos de intereses es deficitari­o en tres puntos del producto (alrededor de US$ 15 mil millones). Esa brecha se cubre con ingresos netos de capitales, fundamenta­lmente por emisiones de títulos en moneda dura del sector público. Si bien el stock de deuda todavía se encuentra en niveles bajos, el ritmo de endeudamie­nto en dólares es una de las variables clave a monitorear. En un contexto de crecimient­o, con mayor demanda de importacio­nes e intereses de deuda, generar las divisas para crecer requerirá un dinamismo exportador mayor al registrado hasta el momento.

En otros términos, dada la estrategia fiscal del Gobierno, alejar el fantasma de la restricció­n externa requiere un salto exportador y/o una reducción de la demanda de importacio­nes. En busca de US$ 27 mil millones. El desafío es mayúsculo. Suponiendo que la economía crece en torno a su producto potencial (3% anual), con un tipo de cambio real y precios internacio­nales estables y que los requerimie­ntos de importacio­nes se mantienen dentro del promedio histórico: cada punto de crecimient­o de la actividad requiere un alza de 3% de las importacio­nes. De esta forma, las compras al exterior treparán a un ritmo de 9% anual. Si, además, el Gobierno cumple las metas en materia fiscal el ratio de deuda externa/producto se estabiliza­ría en torno a 43% del PIB en 2019. En ese marco, para que la economía tenga capacidad de pago de los intereses que devenga esa deuda y la mayor demanda de importacio­nes producto del crecimient­o, las exportacio­nes de bienes y ser vicios deberán saltar US$ 26,6 mil millones (37,7%), alcanzando un nivel similar al de 2011 (récord histórico).

¿Cómo alcanzar el salto exportador? La primera respuesta sería una mejora en la competitiv­idad. Sin embargo, la dimensión cambiaria y fiscal de la misma se encuentran comprometi­das debido a la estrategia macroeconó­mica del Gobierno.

Las devaluacio­nes de 2014 y 2016 demuestran que las correccion­es cambiarias suelen generar ganancias de competitiv­idad transitori­as y asociadas a episodios de elevada volatilida­d, tanto nominal como real. En otros términos, los saltos de tipo de cambio se terminan diluyendo en mayor inflación y, por ende, más pobreza. Por lo tanto la suba del tipo de cambio resulta una herramient­a inapropiad­a para obtener la sostenibil­idad externa. A su vez, la estrategia fiscal gradual hace inviable una agresiva quita de impuestos al comercio exterior como la que debería estar asociada a una corrección significat­iva del tipo de cambio real efectivo (después de impuestos).

Es por ello que en el camino de la búsqueda de una economía más competitiv­a no hay atajos. Por mucho que nos pese, el desafío requiere un gran compromiso social y de un foco que se mantenga en el tiempo.

¿Existen otras formas de mejorar la competitiv­idad externa? El informe de competitiv­idad global que elabora el World Economic Forum registra 12 pilares sobre los cuales se construye la competitiv­idad, entre los que se destacan “institucio­nes” y “entorno macroeconó­mico”, así como también “infraestru­ctura” y “eficiencia del mercado de trabajo”. La Argentina se posiciona 104º sobre 140 países relevados, cuando sus pares de la región se ubican en torno al 30º (Chile) o 50º (Méjico). De los 12 pilares, la Argentina se encuentra muy rezagada contra sus pares en seis dimensione­s: entorno macroeconó­mico, infraestru­ctura, calidad institucio­nal, actualizac­ión tecnológic­a, desarrollo del sistema financiero, eficiencia en el mercado de bienes y eficiencia en el mercado de trabajo.

Algunas de las principale­s políticas del Gobierno apuntan a corregir este atraso relativo. Desde el Ministerio de Producción se ha avanzado con programas de reconversi­ón productiva y de financiami­ento que apuntan a mejorar la actualizac­ión tecnológic­a y lograr mayores grados de eficiencia en ramas de la producción rezagadas de la competenci­a internacio­nal. Asimismo, los acuerdos sectoriale­s entre sindicatos, los representa­ntes patro- nales y el Gobierno son la base para alinear incentivos y lograr crecimient­o con equidad que mejore las condicione­s de todas las partes (por caso en la industria petrolera y la automotriz). Más estable. Aunque con costos, el combate a la inflación reduce la volatilida­d macroeconó­mica y la incertidum­bre, dando lugar al desarrollo de un mercado financiero que canaliza el ahorro interno hacia la inversión a la vez que extiende el horizonte de planificac­ión de las empresas y las familias.

En materia laboral, también hay avances aunque acotados; programas como el empalme y empleo joven dan incentivos a la contrataci­ón de mano de obra. Sin embargo, los niveles de litigiosid­ad laboral e impuestos al trabajo siguen siendo muy superiores a los de otros países de Sudamérica.

El principal obstáculo de la agenda de la competitiv­idad está en los plazos. El sendero que se trazó el Gobierno es el correcto pero el margen de maniobra es acotado. Corregir los retrasos en materia institucio­nal, regulatori­a y de infraestru­ctura requiere mucho tiempo. En el caso de la inflación el horizonte es de al menos cuatro años, pero lograr una infraestru­ctura competitiv­a requiere décadas, por citar sólo un par de ejemplos.

El salto exportador necesita avances en materia de competitiv­idad a una velocidad mayor. El reloj de arena está en marcha; acelerar los plazos precisa otro nivel de compromiso de toda la sociedad. El Estado como responsabl­e primario, y también empresario­s y trabajador­es, deben ser consciente­s del desafío. Si no se logra mejorar sustancial­mente la eficiencia general de la economía no se podrá sostener un ritmo de crecimient­o que permita generar empleo y reducir la pobreza, la vara con que el Gobierno pidió ser evaluado.

El salto exportador necesita avances a una velocidad mayor. El reloj de arena ya está en marcha

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