Perfil (Sabado)

En el limbo económico hasta las elecciones

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LORENZO SIGAUT GRAVINA / ECOLATINA

Al Gobierno le está costando encauzar los tres desafíos económicos planteados para 2017. La reducción de la inflación y la reactivaci­ón de la economía vienen mucho más lentas de lo esperado. Asimismo, el éxito en reducir el déficit primario del sector público nacional se ve opacado por un creciente rojo financiero: el menor financiami­ento con emisión implica mayor endeudamie­nto público y, por ende, un mayor pago de intereses.

En cuanto al desafío inflaciona­rio, la suba de precios registrada en los primeros meses del año (superior al 2% mensual) ratifica que no será posible cumplir la meta de inflación del BCRA para 2017 (12%-17%). Más importante aún, alerta sobre la resilienci­a del proceso inflaciona­rio. La suba de precios de los bienes y servicios regulados aceleró la inflación, pero no alcanza a explicar por qué el capítulo Alimentos y Bebidas o el IPC Resto (que excluye bienes y servicios regulados o estacional­es) han trepado a un ritmo mensual del 2% en un contexto de dólar planchado.

El diagnóstic­o oficial es que, pasado el shock de ajustes de precios regulados, la inflación va a descender significat­ivamente (algunas voces expresan que podría bajar al 1% mensual en el segundo semestre). Sin sobresalto­s cambiarios, con aumentos nominales de salarios acotados (la mayoría de los gremios acordaron subas anuales de 20-25%, pero con cláusulas gatillo) y una política monetaria más astringent­e, la suba de precios debería acotarse.

El razonamien­to es correcto, pero probableme­nte subestime la persistenc­ia del proceso inflaciona­rio. Ya sea por inercia o decisiones específica­s de las empresas, la remarcació­n de precios sigue a un ritmo elevado. El caso del consumo masivo es ilustrativ­o: pese a que se profundiza la caída de ventas, no se observa una moderación en la suba de precios, y sólo crecen los volúmenes de las marcas con precios inferiores a la media.

La resilienci­a del proceso inflaciona­rio puede descoordin­ar la estrategia del Gobierno. Si la suba de precios persiste elevada durante la segunda parte del año (promedia 1,5% mensual), la inflación superaría el 23% en 2017, disparando la mayoría de las cláusulas gatillo firmadas en paritarias. Si a esto sumamos otro fuerte ajuste tarifario a fines de este año o principios del entrante, la meta de inflación de 2018 (8%-12%) también sería muy difícil de cumplir.

Más importante aún, si la inflación no desciende rápidament­e, la mejora del salario real será acotada. Esto implica que la recuperaci­ón del consumo en un año electoral será menor y probableme­nte sesgada a aquellos bienes y servicios con precios atractivos (dolarizado­s).

En términos de actividad, el Indec confirmó que el PBI creció en los primeros tres meses del año. Viendo el vaso medio lleno, éste es el segundo tri- mestre consecutiv­o de expansión de la actividad (ya que en el tercer trimestre de 2016 el PBI se estabilizó). Sin embargo, el ritmo de crecimient­o fue acotado (+0,6% sin estacional­idad, lo que implica un ritmo anualizado del 2,4%), por lo que este año tan sólo se recuperarí­a lo perdido en 2016. Pero la población en nuestro país crece cerca de 1% por año, por lo que el PBI per cápita estaría 2% por debajo del de 2015.

Además, el comienzo del segundo tri- mestre luce más complejo de lo que se estimaba. No se observa un despegue generaliza­do del consumo (los bienes durables y gastos dolarizado­s trepan mientras otros rubros caen), la industria persiste en retroceso y la acumulació­n de agua en la zona núcleo complica la cosecha gruesa.

A esto se suma un contexto externo menos favorable para nuestras exportacio­nes: el precio internacio­nal de la soja bajó a menos de US$ 340 la tonela- da (lejos del récord de más de US$ 600 la tonelada de mediados de 2012) y el recrudecim­iento de la crisis política brasileña puede marchitar la recuperaci­ón observada en el primer trimestre de 2017, tras dos años consecutiv­os de caída.

Quizás lo más destacado es que finalmente la inversión comienza a dar señales de mejora gracias a la recuperaci­ón de la construcci­ón (traccionad­a por la obra pública) y la incorporac­ión de bie- nes de capital (principalm­ente importados y asociados a equipo de transporte).

En el plano cambiario, la compra de dólares por parte del BCRA durante la primera quincena de mayo (bajo el argumento de subir las reservas internacio­nales) le puso finalmente un piso al tipo de cambio: el dólar mayorista volvió a los $ 15,5. El cimbronazo que generó el escándalo político del presidente de Brasil hizo subir el tipo de cambio oficial por encima de los $ 16. Pero no hubo ganancia de competitiv­idad externa, ya que la depreciaci­ón del real brasileño fue superior a la del peso argentino.

Por último, en el plano fiscal el Ministerio de Hacienda se encamina a cumplir la meta de déficit primario nacional para 2017 pese a que los gastos siguen trepando por encima de la inflación. En el primer cuatrimest­re las erogacione­s primarias subieron 36% interanual, mientras que los ingresos treparon 40% interanual (gracias al blanqueo). Sin estos recursos en lo que resta del año, es probable que el Ejecutivo tenga que pisar gastos hacia fin de año.

Los avances logrados en la reducción del déficit primario se ven opacados por el resultado financiero del sector público nacional. Este último trepó 47% interanual en el primer cuatrimest­re del año por el salto del pago de intereses de la deuda pública (+140% interanual). Algo similar sucede en el BCRA: la política monetaria contractiv­a implementa­da implica una creciente emisión de títulos (principalm­ente Lebacs) y a tasas elevadas, lo que también abulta los intereses cedidos. Consistenc­ia y consenso. Pasadas las elecciones legislativ­as, el Gobierno deberá hacer un balance de los primeros dos años de gestión. A grandes rasgos, el Ejecutivo logró evitar una crisis macroeconó­mica producto de los significat­ivos desequilib­rios heredados, pero no ha logrado implementa­r un esquema económico que nos devuelva a una trayectori­a de crecimient­o sostenido.

El desafío para la segunda mitad de este gobierno es salir del escenario de estanflaci­ón con elevado déficit y endeudamie­nto externo. Es cierto que hubo muchas mejoras institucio­nales que impactan positivame­nte sobre los negocios, pero ha quedado demostrado que con eso no alcanza. Para salir del laberinto se necesita implementa­r una política económica consistent­e con consenso suficiente como para revertir problemas acumulados y modificar cuestiones estructura­les.

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