A la primera superheroína le falta alegría
Existen dos filmes con un mapache que habla y vuela por el espacio y recién ahora la Mujer Maravilla llega al cine. Por eso, por esa demora (que ya sabemos qué dice sobre este mundo), se puede entender el aura que la película Mujer Maravilla quiere sí o sí generar. A diferencia del factor “cool”, ése que Robert Downey Jr. soltó en el cine cuando dijo “Yo soy Iron Man”, allá por 2008, y que desde ese entonces domina el cine de Súper Hollywood (con su primo “soy el superhéroe serio” ahí a pasitos), Mujer Maravilla es la primera película que explica a su heroína. No tanto su origen, no tanto sus poderes, no ese manual de explicaciones que suele usar Hollywood penitente de sus juguetes más facturadores. Explica porqué es un ícono, explica porqué Wonder Woman funciona en un mundo de deidades en calzas de la forma en que lo hace.
En otras palabras, es casi la primera película de la nueva camada de filmes con super- héroes que no necesita ser canchero o “serio”, sino que simplemente se anima a mostrar porqué el personaje de Diana Prince tiene valor neto de mito. Eso no la hace una película plena de cine, pero sí la hace un hito, un film diferente y no sólo por su protagonista, sino porque su directora, Patty Jenkins, y su actriz, Gal Gadot, deciden ser el vehículo conductor de una aventura simple, iluminada, pero plena de su ídola. Todo brilla aquí, en la forma más plena de épica y corazón posible. Ambos factores se mezclan, se chocan, se dan las espaldas, pero siempre están flotando en el film, siempre son buscados, y aunque a veces aparecen y otras no, no quita en absoluto su voluntad de ser distinta, y de mostrar un mundo porqué Mujer Maravilla representa más que muchos millones de taquilla. Es la primera película reciente que confía en su salvadora, pero le falta confianza en el cine. El ícono obtura la posibilidad de un cine más veloz, más instintivo: tiene metas más nobles, seguro, pero eso no quita que se obsesione antes de soltarse, de disfrutar sin tener que rendir pleitesía. Ahí es donde orgullo y dureza se confunden, como si el cine súper no pudiera ser feliz.