‘OCHI’, BOLT Y JAMMIN’
Las playas de Ocho Ríos, el restaurante que rinde homenaje al jamaiquino más veloz del mundo -Usain Bolt -, y los eternos himnos del reggae siguen haciendo de la isla un destino completo.
Sol, arena y mar: una receta eterna fácilmente disponible a lo largo del Caribe. ¿Pero sol, arena, mar y ciudad? Jamaica. La isla resplandeciente tiene una gama de áreas vacacionales para broncearse; sin embargo, también tiene a Kingston, una subestimada y malentendida metrópolis. Sí, hay sectores de pobreza, pero también cultura cosmopolita, vida nocturna palpitante, música local y encantos urbanos adicionales. Es un momento ideal para prestar atención al mantra del Consejo de Turismo inspirado en Bob Marley: ¡Venga a Jamaica y siéntase bien!
Día 1. De Bolt en Bolt
En cuanto aterrice en Kingston, rinda homenaje al jamaiquino más reverenciado. No, el otro: el que corre, no el que canta. Usain Bolt’s Tracks & Records es un amplio restaurante bar deportivo (con más de 45 televisores) y santuario ultramoderno del hombre más rápido del mundo, con productos de marca Bolt a la venta. El almuerzo cuesta alrededor de 1.200 dólares jamaiquinos (US$ 9,27, a 129 dólares jamaiquinos por dólar estadounidense –en Jamaica casi todos los negocios aceptan moneda local o estadounidense–). Busque la serie mensual de conciertos Behind the Screen, que presenta reconocidos artistas de reggae, a cappella. Kingston es la meca del R&R. Eso significa reggae y “rastafarismo”, dos de los movimientos culturales
caribeños más monumentales. Haga un curso rápido de ambos, y acceda a una fotografía rápida de historia, flora y artes jamaiquinas, en los diversos museos que constituyen el Instituto de Jamaica, en el centro histórico de Kingston. Allí esperan la Galería Nacional, que delicadamente fusiona arte clásico jamaiquino con exhibiciones avant-garde, el Museo de Historia Natural, el Museo de Música de Jamaica y la Sala Liberty, que honra a Marcus Garvey, pionero del movimiento De Vuelta a Africa, en los cuarteles generales originales de su Asociación Universal para la Mejora de los Negros. ¿Sorprendido de que la selva de concreto de Kingston sea tan hermosa? Sorpréndase triplemente conforme contempla la puesta del sol en tonos jengibre sobre las majestuosas Montañas Azules mientras disfruta de un Martini en Sky Terrace, en la cubierta de la azotea del Spanish Court Hotel. A los 27 años, Brian Lumley fue chef del embajador francés y rostro de varias marcas locales, y ahora el chef más comentado de la isla. Su nuevo restaurante, 689 by Brian Lumley, se ubica en el corazón del Nuevo Kingston, el centro hotelero amigable con los turistas. Su especialidad es la pasta con elegancia antillana: pesto y langosta, linguine de cecina de pollo y penne de caracola (la cena para dos, unos JMD 7 mil, vino incluido). La especialidad de Kingston no son los últimos tragos, sino sus “bashments”: fiestas extravagantes en salones de baile o en bailes callejeros llenos de gente. Pero ahora hay una excepción. El Regency Bar and Lounge, en Terra Nova All-Suite Hotel,
La puesta del sol en tonos jengibre sobre las Montañas Azules
es un oasis de categoría, con salones de felpa aterciopelada, decoraciones doradas y un menú en la barra que sirve un ron Appleton de cincuenta años de añejamiento, un manjar local.
Día 2. ‘Ochi’
No cierre los ojos entregándose a una siesta rápida durante el paseo mañanero hacia el “country”, como los residentes de Kingston llaman a cualquier región que esté fuera de la ciudad capital, y así no se perderá las pasmosas vistas. El recorrido de dos horas y media desde Kingston hasta Ocho Ríos “Ochi”, su diminutivo (decirle “Ocho” le pondrá un letrero de turista en toda la cara); es un encanto para los amantes de Instagram: follaje exuberante, tierra color rubí y montañas impresionantes. Su humilde nombre oculta su esplendor: Jamaica Inn abrió en 1950 como una posada “petite”. Una Marilyn Monroe y un Arthur Miller lunamieleros alguna vez fueron parte de sus huéspedes, pero la propiedad ahora es un grandioso paraíso acogedor. Cerca de la playa hay una encantadora cancha de croquet. Siga con un chapuzón en la playa de arena blanca, aguas naturalmente cerúleas y un telón de fondo de olas estrellándose contra escabrosos acantilados. Sería absolutamente pueril si no fuera tan divertido: finja ser estrella de Cool
Runnings, una película de Disney de 1993 que rinde homenaje al equipo de trineo olímpico de Jamaica de 1988, paseando rápido entre el exuberante paisaje en un trineo pintado con la bandera jamaiquina. Es uno de los muchos atractivos del parque Rainforest Adventures, en la Montaña Mística; también hay una piscina, un tobogán de agua, jardines de mariposas, colibríes, tirolesa y el SkyExplorer, una aerosilla que lo dejará suspendido a 213 metros de altura sobre pródigas vistas (por US$ 137,5 dólares, el paquete Jamaica Tranopy incluye trineo, tirolesa y SkyExplorer). Miss T’s Kitchen es el epítome de la “campiña jamaiquina”: techo de zinc, mesas colorinche, sillas hechas con barriles de madera y, lo más importante, auténtica comida jamaiquina; rica cabra al curry, abundante estofado de rabo de buey, pescado en escabeche. Después puede encontrar acción en los ruidosos pubs sobre Main Street, la principal calle turística de “Ochi”.
Día 3. Cascadas y lagunas
“Jamaica” viene de la palabra en taíno “tierra de manantiales”, y por un buen motivo: en la isla abundan ríos y cascadas. Dunn’s River Falls ofrece 183 metros de cascadas y lagunas, fue escenario de Dr. No y de una batalla de 1657 entre españoles e ingleses. Los turistas gustan de caminar por las cascadas, contra la corriente. En el camino de salida de bahía Montego (Ochi es casi equidistante desde los dos aeropuertos de la isla) pare en Falmouth, en el municipio de Trelawny, que alberga un puerto de crucero de US$ 220 millones inaugurado en 2011, pero el verdadero atractivo es mucho más viejo. Uno de los pueblos georgianos mejor conservados del Caribe, Falmouth tiene un distrito histórico con intacta colección de arquitectura colonial británica.