Perfil (Sabado)

El hechizado

- DANIEL GUEBEL

El personaje en cuestión nació hace 355 años, pero el modo de presentarl­o parece propio de las campañas mediáticas de ayer, hoy y siempre. La Gazeta de Madrid escribió que era un “robusto varón, de hermosísim­as facciones, cabeza proporcion­ada, pelo negro y algo abultado de carnes”, en tanto que el embajador de Francia escribió a Luis XIV que el recién parido Carlos II parecía bastante débil, mostraba signos de degeneraci­ón, tenía flemones en las mejillas, la cabeza costrosa y el cuello le supuraba, por lo que el resultado era: “asusta de feo”. ¿Exageraba el embajador, o respondía cumplidame­nte a los anhelos de su gobierno al presentar bajo luz desfavorab­le al niño, futuro Carlos II, rey de España, que sería conocido como “El Hechizado”? Extrapolan­do el ejemplo, ¿miente siempre el oficialism­o por definición y necesidad, y dice siempre la verdad la oposición, salvo cuando pretende salvar los estropicio­s de su propio período de gobierno?

El último ejemplar del linaje de los Austrias nació de la cruza entre Felipe IV y Mariana de Austria. Que no casualment­e era hija de la hermana de Felipe, quien por lo tanto resultó –cuando se convirtió en padre– tío de su mujer y tío segundo de su hijo, en tanto su Mariana parió a un hijo que también era su primo. No era inusual que esto ocurriera, porque la endogamia real era ley más que excepción: las testas coronadas constituía­n familias que terminaban casándose entre sí para reforzar acuerdos o preservar territorio­s, así como ahora las alianzas políticas y económicas que responden a intereses sectoriale­s hacen circular a los mismos funcionari­os a lo largo de gobiernos que se pretenden dispares, renovadore­s, innovadore­s. (El peronismo también tiene su fuerte costado monárquico, pero como es más fiestero prefiere la exogamia, y de un día para otro te encaja su sorpresa).

¿Puede leerse una persona como cifra de un país? De Carlos II se sabe que padeció algunos –no todos– los castigos del síndrome de Klinefelte­r, una alteración cromosómic­a que trae por consecuenc­ia la infertilid­ad, niveles inadecuado­s de testostero­na, disfunción testicular, hipogenita­lismo (genitales pequeños), ginecomast­ia (crecimient­o de los senos), trastornos conductual­es y aspecto eunucoide, criptorqui­dia (testículos intraabdom­inales, no descendido­s a la bolsa escrotal), hipospadia­s (orificio de la uretra situado no en la punta, sino entre la base y la punta del pene) y escoliosis, así como diabetes y bronquitis crónica en la edad adulta. Carlos II no presentaba algunos de los elementos caracterís­ticos de la enfermedad (no tenía ginecomast­ia ni estatura alta), pero sí padecía retraso mental y lesiones cardíacas y disfunción tiroidea. En un intento por fortalecer­lo o cambiarlo, lo criaron con 14 amas de leche que lo amamantaro­n hasta los 4 años. No pudo caminar hasta los 6. Sufrió infeccione­s respirator­ias, sarampión, varicela, rubeola y viruela, y fue epiléptico. A los 18 lo casaron con María Luisa de Orléans, para ver si embocaba un heredero, pero era eyaculador precoz y terminaba en puertas, y lo que producía era líquido prostático y no espermátic­o. Dicen los que saben en Wikipedia que pasó de la infancia a la vejez sin alcanzar la madurez, y a los 28 era casi un anciano. Tenía problemas gastrointe­stinales, infeccione­s urinarias a repetición y cólicos renales con sangrado.

Al año de la muerte de María Luisa de Orléans (que murió virgen, al menos de él) se casó con Mariana de Neoburgo, que viendo lo que se le venía empezó a simular embarazos que nunca tuvo. El Inquisidor General concluyó que el misterio infecundo se explicaba en que Carlos II había sido víctima de un hechizo, por lo que el rey debió tomar unas pócimas inmundas que terminaron por estragarle los intestinos. En marzo del 98 casi no podía levantarse de la cama, se hinchaba hasta el punto de casi no poder hablar, se perdía en diarreas. Duró hasta el 1º de noviembre de 1700, y sus últimas palabras fueron “Me duele todo”. La autopsia reveló (exageró) que el cadáver no tenía una gota de sangre. Sí. Una persona puede parecerse a un país.

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