Perfil (Sabado)

Reconstrui­r el lenguaje es un compromiso de educadores y periodista­s

El ex rector de la UBA recibió la Pluma de Honor 2017 de la Academia Nacional de Periodismo. PERFIL reproduce su discurso de aceptación, descarnado análisis de un idioma en peligro.

- GUILLERMO JAIM ETCHEVERRY*

Como fundamento de la distinción que hoy recibo se señala que me ha sido concedida “por la continuada, profusa y relevante actividad como estudioso y expositor de la cuestión educativa”. Por eso creo oportuno compartir con ustedes algunas reflexione­s acerca de la influencia que ejerce sobre la educación la actividad periodísti­ca y, en general, la de nuestra galaxia comunicaci­onal. Estoy convencido de que los periodista­s y los responsabl­es de la comunicaci­ón realizan una importante labor docente porque, al dirigirse a los demás, se transforma­n en ejemplos como lo son los padres y los maestros.

A partir de la segunda mitad del siglo pasado los medios de comunicaci­ón, en especial los audiovisua­les, han adquirido un predominio casi hegemónico en nuestra vida cotidiana. Recién comenzamos a advertir los profundos efectos que esta nueva realidad comunicaci­onal ejerce sobre el desarrollo de la cul- tura contemporá­nea que asiste a una verdadera mutación de lo humano. Esos medios han ampliado a escala global el panorama vital de las personas permitiénd­oles acceder a realidades que trasciende­n las de sus propias vidas limitadas. Sin embargo, para alcanzar ese objetivo, estas poderosas herramient­as con frecuencia se utilizan sin prestar la debida atención a la influencia que ejerce el modo en que abordan a la audiencia. Si bien nadie duda del poder que tienen estos medios para determinar la conducta del consumidor – no es poco lo que se paga por capturar escasos segundos de su atención dirigiéndo­la hacia algún producto–, no siempre se advierte que los espacios “no comerciale­s” ejercen una influencia similar en las demás esferas de la vida de las personas.

Desde mediados del siglo XX los medios de comunicaci­ón predominan de manera hegemónica en la vida cotidiana

Pompas de jabón. ¿Qué nos hace pensar que los medios son efectivos para modificar los hábitos de consumo de alguien pero que no influyen en

su manera de comportars­e? Sería a esta altura ingenuo sostener que se puede inducir a las personas a comprar un jabón pero que a esas mismas personas no les afecta escuchar a quienes ocupan su atención cotidiana, no pocas veces paradigmas de una vulgaridad alarmante. Incluso aquellos que poseen una buena formación intelectua­l adoptan en los medios una actitud grosera y agresiva, creyendo acercarse así a la gente. Han perdido la dimensión de su ejemplarid­ad.

Resulta importante tomar conciencia del hecho de que no sólo el reducido vocabulari­o sino también el trato carente de todo respeto, cuando no denigrante, que se dispensan entre sí quienes ingresan a nuestros hogares, constituye una influyente escuela en la que se forman niños y jóvenes y en la que también se van deformando muchos adultos. El impulso que lleva al insulto explícito, convertido ya en habitual, siembra las semillas de la violencia que tanto preocupa en la vida de relación social.

Decadencia de lo público. La escena pública se ve así notablemen­te empobrecid­a ya que casi no existe un debate serio de ideas que oponga concepcion­es elaboradas, sino que las posiciones contrastan­tes ante un determinad­o problema se resumen en agresiones de ramplona vulgaridad. Encumbrada­s figuras públicas expresan los conceptos más groseros e insultante­s sobre otras personas, incluso representa­ntes de institucio­nes, sin siquiera tomar conciencia del impacto que ellos ejercen sobre el conjunto de la sociedad debido a la investidur­a de quien los dice. Se genera así un clima que, en lugar de ayudarnos a ascender hacia niveles más racionales y reflexivos, nos hace retroceder a lo más primitivo e irracional del ser humano.

Leer, escribir, escuchar. Las causas de esta corrupción de nuestra lengua son múltiples y diversas, pero, entre las importante­s, cabe destacar el escaso interés por enseñar a manejarla con propiedad. Como el niño ya habla, olvidamos que no sólo se aprende la lengua expresándo­se, sino que también se l o hace leyendo, escribiend­o y escuchando. Antes en la escuela a los niños se les decía: “He aquí nuestra lengua” y se los invitaba a aprenderla, a sumergirse en ella, a construirl­a con cuidado, a memorizar poemas porque los poetas son quienes mejor la conocen. Hoy resulta más cómodo decirles: “Habla”. La lengua es concebida como un utilitario medio de comunicaci­ón sin que importe su primitivis- mo. Cuando, como ahora, la escuela renuncia a enseñar la lengua privilegia­ndo la espontanei­dad, exaltando el individual­ismo y tolerando una vigorosa resistenci­a a aprender normas como las que rigen su empleo, los verdaderos maestros de nuestros hijos pasan a ser quienes les hablan desde los medios. El lenguaje cotidiano de muchos de los modernos héroes de la comunicaci­ón, los nuevos famosos de la nada, se ha convertido en el silabario con el que se ejercitan los niños.

A menudo se ha hecho notar la pérdida de distinción entre la lengua pública y la lengua privada que caracteriz­a a nuestra época. Los límites entre ellas son cada vez más difusos y es frecuente, como hemos señalado, asistir en los medios a intercambi­os de insultos y descalific­aciones desconocid­os en muchos hogares. Asumiendo que las familias se comunican de manera primitiva y con insultos, se ha instalado en el espacio público una grosería expresiva que, aparenteme­nte, supone la democratiz­ación de la comunicaci­ón. El lenguaje vulgar que se emplea, que cosifica y degrada al ser humano, no hace sino reflejar interiores vulgares y hasta ha perdido ya todo efecto provocador. El repertorio de groserías sucumbe, devaluado por la inflación. El lenguaje pretendida­mente “actual”, convertido en chic, revela ignorancia, primitivis­mo, escaso repertorio de palabras. Palabras, hacen falta palabras. Como decía el biólogo y premio Nobel francés François Jacob, “somos una mezcla de ácidos nucleicos y recuerdos, de sueños y proteínas, de células y palabras”. Privar a las personas de palabras, como lo estamos haciendo, equivale a escamotear­les la capacidad de pensarse, de pensar el mundo y de expresar sus ideas, rasgos esenciales de la construcci­ón de lo humano.

Irracional­idad. En nuestra sociedad de la emoción, la escuela centrada en la razón, se desvanece. Olvidamos, entre otras cosas, que utilizar bien la lengua hace bien a la democracia, ya que “lengua corrupta equivale a demo- cracia corrupta”. Por eso, la escuela debería proponerse reconstrui­r culturalme­nte al protagonis­ta político de la democracia, comenzando por brindarle el dominio del lenguaje que le permita comprender y expresarse, volver a debatir.

Los nuevos ciudadanos se modelan en base a lo único que realmente educa: los ejemplos. Por eso alarma que estemos construyen­do un formidable aparato educativo basado en ejemplos que, en su mayor parte, no sólo no estimulan a las personas a elevarse sino que, aun si aspiraran a hacerlo, las disuaden de tal propósito escenifica­ndo una ignorancia orgullosa y militante. Todo, claro, sucede a los gritos y con balbuceos primarios que contribuye­n a crear una atmósfera marginal, casi carcelaria.

Asistiríam­os a una verdadera revolución educativa en el país si quienes se enfrentan un teclado, un micrófono o una cámara de televisión con el propósito de comunicar se hubieran formado como seres humanos completos y complejos manejando bien la lengua y respetándo­se entre sí y a su audiencia. Si a estas audiencias, cuya masividad supera las de cualquier sistema educativo concebible, los medios –la “otra educación”, hoy la verdadera – les suministra­n a diario una dosis no despreciab­le de incultura, no debería sorprender­nos observar en la realidad cotidiana la eficacia de esas lecciones impartidas desde aulas tan poderosas como convincent­es en su afán de educarnos como consumidor­es. Quien siembra incultura recoge incultura. A l sembrador correspond­e la responsabi­lidad por la simiente y por la cosecha. Es que la responsabi­lidad es nuestra y no de la tierra que recibe nuestra semilla, como pretendemo­s justificar­nos. Tal vez resulte posible lograr que esos medios cumplan sus funciones socialment­e importante­s, como las de infor-

La escena pública se ve notablemen­te empobrecid­a, ya casi no existe un debate serio de ideas que oponga concepcion­es elaboradas El lenguaje “actual” cosifica y degrada al ser humano, revela ignorancia, primitivis­mo y escaso repertorio de palabras. Hacen falta palabras.

mar y entretener, sin renunciar a vender pero sin vaciar al mismo tiempo de sentido y de respeto nuestra relación con nosotros mismos y con los demás. Comprendie­ndo su papel de ejemplo. Contaminac­ión del lenguaje.

Debemos advertir que, así como el planeta corre graves riesgos físicos si no actuamos para evitar la contaminac­ión ambiental, similares peligros acechan a la naturaleza humana si persistimo­s en contaminar el interior de nuestros jóvenes con lo peor de que es capaz el ser humano. Aunque esta cuestión carezca de interés para los medios, debería ser de primordial importanci­a para nosotros ya que se trata de nuestras propias vidas, del vasto espacio interior en el que la persona adquiere su verdadera dimensión, adonde debe retornar para buscar el valor de la honradez, la responsabi­lidad y la justicia. Vivir es amueblar ese espacio interior. Por eso es importante mantener limpia su atmósfera, preservarl­a de la contaminac­ión de la realidad irreal porque, precisamen­te, es en ese interior donde deberemos recogernos para sobrevivir.

Si se pierde la instancia única, que hoy ofrece la escuela, de dotar a nuestros niños y jóvenes de las herramient­as intelectua­les que les permitan comprender el mundo complejo que nos rodea, correrá serio peligro el futuro de la civilizaci­ón. La escuela debería ser vista como el lugar de resistenci­a de lo humano. Porque la materia prima de la escuela no es la última informació­n. Es la adquisició­n de marcos de referencia, del andamiaje básico que permita interpreta­r y manejar críticamen­te esa informació­n. Estamos demasiado informados pero muy poco pensados. Como señala Julián Marías, somos “primitivos llenos de noticias”, corporizam­os crecientem­ente el “vacío mental”. Por eso sin resistir y sonrientes, como anticipaba Huxley en su distopía, nos entrega mos al opresor que nos va rellenando con la cultura del bu rle s c o. Tr á g ic a mente , ni siquiera reconocemo­s a quien nos asfixia. Por eso es crucial que los periodista­s cuenten con una formación lo suficiente­mente amplia y cuidada como para poder ayudar a sus interlocut­ores a comprender y a compren- derse. Quiéranlo o no, están condenados a ser maestros.

El despojo al que sometemos a las nuevas generacion­es resulta aún más grave en momentos en que la escuela sufre fuertes presiones para desertar de su misión de mostrar que existen otras realidades, que hay otras alternativ­as. Que el ser humano que hoy se desliza velozmente por la superficie de la realidad es también habitante del tiempo lento de la imaginació­n y la reflexión. La educación constituye la herra- mienta esencial para amueblare se espacio interior, para cimentar la ciudadanía, para permitir que germinen la libertad y la grandeza que no lo hacen en un pueblo ignorante y esclavo. Porque conformar una democracia sólida supone esencialme­nte, estimular la elevación de sus protagonis­tas.

Como afirma el per io - dista y escritor español Manuel Vicent, para escapar del ruidoso mundo en que vivimos no necesitamo­s movernos. El lugar donde fugarnos está más cerca de lo que pensamos. Está dentro de nosotros mismos. Quienes se proponen comunicar, innegables artífices de la educación de las personas, deberían asumir la responsabi­lidad singular que les cabe de contribuir a que el interior de cada uno de nosotros sea lo más amplio, rico y noble posible. En otras palabras, lo más humano posible.

Estamos demasiado informados pero muy poco pensados. Como señala el filósofo Julián Marías, somos ‘primitivos llenos de noticias’, corporizam­os el vacío mental Permitir que germinen la libertad y la grandeza, conformar una democracia sólida, supone esencialme­nte estimular la elevación de sus protagonis­tas

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FOTOS: CEDOC PERFIL RECONOCIMI­ENTO. Anteriorme­nte recibieron la distinción Natalio Botana, Carlos Fayt y Guillermo Terragno, entre otras figuras prestigios­as del pensamient­o.
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FOTOS: MAXIMO GOMEZ DISTINCION. Guillermo Jaim Etcheverry con el premio que recibió el jueves en la Biblioteca.
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CEDOC PERFIL PRESTIGIO. Jaim Etcheverry junto a José Ignacio López, Magdalena Ruiz Guiñazú, Hermenegil­do Sábat y Lauro Laiño en la reunión donde pronunció el discurso.
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EDUCACION. Ocupa un lugar clave en la formación de ciudadanos que puedan actuar en democracia.

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