Perfil (Sabado)

Cortoplaci­smo y voto Ciudadano

- OMAR ARGÜELLO*

Alcanzar una dinámica económica con alta productivi­dad y distribuci­ón equitativa de los ingresos, en un contexto institucio­nal democrátic­o republican­o, parece un objetivo digno de perseguir. Países desarrolla­dos de Occidente se acercan a ese ideal, aun cuando todavía resta mejorar la distribuci­ón de lo que se produce. Pero en estos casos el problema es sólo superestru­ctural (político-ideológico), mientras que los países en vías de desarrollo deben aún “revolucion­ar” su estructura productiva para disponer de lo que se quiere distribuir. Los primeros lo hicieron a través del proceso que Marx llamó “la acumulació­n originaria”, favorecido­s por la ausencia de gobiernos democrátic­os que pusieran límites a sus apropiacio­nes. Mucho después, la dictadura de Pinochet en Chile jugó un papel parecido; y en un proceso diferente, pero también conducido por gobiernos no democrátic­os, China se convierte en la segunda economía del mundo.

Lo anterior no significa que sólo con gobiernos no democrátic­os pueda superarse el atraso económico (ni que sean necesarios los “ajustes salvajes”). El desafío pasa por revisar prácticas inspiradas en una democracia participat­iva, pero cuidando de no afectar el poder soberano del pueblo. Más allá de las dudas derivadas del Brexit o de la consulta por el acuerdo de paz en Colombia, parece claro que el pueblo no tiene los conocimien­tos necesarios para evaluar el tipo de políticas adecuadas para alcanzar los objetivos propuestos; por lo que su facultad soberana debería centrarse en evaluar resultados al final del mandato. La Constituci­ón de España, al establecer que el voto ciudadano no es “imperativo”, va en ese camino.

En nuestro país, los gobernante­s son evaluados antes de cumplir dos años en su mandato: descontand­o el tiempo necesario para conocer la situación heredada, meses después comienzan ya las campañas por las elecciones de medio término, cuando a la resistenci­a de los diferentes grupos de intereses afectados se les suman los ataques de la oposición que, en su afán de ganar votos, incentiva al pueblo para “castigar” al gobierno y debilitarl­o. Frente al peligro de perder fuerzas en ese primer test electoral, los gobiernos son llamados a postergar toda medida cuyo impacto se hará visible sólo en el mediano plazo; medidas que son sustituida­s por soluciones de parche. Pero este imperativo cortoplaci­sta influye también en las propuestas que la oposición hace públicas para ganarse la voluntad de las mayorías. Es lo que se observa en el escenario político actual, donde, dejando de lado consignas ingenuas de la izquierda tradiciona­l o las ofertas desmentida­s por el pasado reciente, una fuerza política con probada solidez técnica como para proponer cambios estructura­les que permitan salir del estancamie­nto económico pone el acento en la baja de los precios a partir de la fácil salida de modificar el IVA.

Los precios altos son el resultado complejo de una economía con baja productivi­dad (fr uto de pocas inversione­s y atraso tecnológic­o); con costos laborales (no el salario del trabajador) muy altos, derivados de convenios demagógico­s; y con una abultada carga impositiva que repercute fuertement­e en esos precios (a lo que se agregan otros elementos no estructura­les, como las cadenas formadoras de precios, etc.).

Frente a la complejida­d de este problema, una propuesta que se limita a la reducción del IVA significa quedar atrapado en el corto plazo y dejar sin resolver los problemas que llevan al estancamie­nto económico. Con el agravante de que esa propuesta entra inevitable­mente en contradicc­ión con otros mecanismos del frágil equilibrio cortoplaci­sta: al reducir el cobro de impuestos, se resiente la capacidad del Estado para sostener los subsidios generaliza­dos y diversas formas de asistencia­lismo, los que se hicieron necesarios precisamen­te por la ausencia de una economía con alta productivi­dad, generadora de empleo genuino y capaz de pagar buenos salarios.

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AFP RESULTADOS. El pueblo no tiene conocimien­tos para evaluar políticas adecuadas.

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