Perfil (Sabado)

Domin Choi, el filósofo del momento

- FABIAN CASAS

A ver, ayúdenme a demarcar la coreanoman­ía. Están de moda los restaurant­es coreanos, los directores de cine coreanos: Bong Joon-ho a la cabeza, que estrena en Netflix Okja, una película en la que actúa mi ídolo –que se parece a Messi–, Paul Dano; y esta semana un diario matutino recomendab­a a toda página Man to Man, una serie que trata sobre la relación de un guardaespa­ldas con un actor y que es, por supuesto, coreana. Incluso el eje del mal pasó de Bin Laden a Kim Jong-un, que gobierna Corea del Norte y se mata de risa en los desfiles militares. El papá de este muchacho era cinéfilo y secuestró a su director preferido de Corea del Sur para que hiciera películas para él. Un gran guión. En filosofía hay dos coreanos que la vienen rompiendo: por un lado, Byung-Chul Han, que escribe libros finitos y que tiene una cara que parece buscada en un casting porque es hermoso, con pelo largo y colita atrás. Durante mucho tiempo yo sospeché que este escritor era una creación colectiva (como Homero) de alguna editorial, pero parece que existe. Sus libros son mínimos, y están bañados por la budeidad y el rechazo al mundo capitalist­a actual y su demanda neoliberal. El otro coreano filósofo es Domin Choi, y ya lo era antes de ser coolreano. Lo conocí a través de una linda chica que iba a sus clases, hace muchos años, y desde entonces es mi filósofo vivo de cabecera.

Cuando Schopenhau­er quería escuchar música tenía que tocarla. No era la época de la reproducci­ón técnica. Domin Choi escribió poco –un libro, Transicion­es del cine, editado por Santiago Arcos– y por lo general hay que ir a escucharlo a sus clases, que da en diferentes lugares de la ciudad. Ahora anda circulando un libro en borrador que recopila sus ensayos sobre cine y tiene el curioso título de El libro tiene cinco momentos y cada capítulo tiene su momento. Son textos, aparenteme­nte, sobre cine, pero en realidad es un tratado sobre nuestra existencia. A diferencia de Byung-Chul Han, Domin Choi es un nihilista feroz: “Hay que perder toda es- peranza. Porque de este modo a la gente no le importaría nada y se abocaría a la destrucció­n total del capitalism­o y de la democracia liberal. Pero como el capitalism­o siempre promete algo más, aun en las peores condicione­s, la gente piensa que algún día les va a tocar. Cuando vemos fábulas de caída y redención, que a Hollywood tanto le gustan, recordemos que la función ideológica por excelencia consiste en insuflar esperanzas allí donde ya no queda nada. Si ya no hay esperanzas es posible que el mundo cambie de forma radical, pero bueno, así estamos”.

Siguiendo la deriva de su curioso título, podemos decir que la obra de Domin Choi tiene, al menos, tres momentos: por un lado es un gran pedagogo ranceriano que ayuda a emancipars­e si uno capta la operación mental que hace más allá del contenido de sus enunciacio­nes. Aunque en este libro el estilo de su prosa no es paratáctic­o, todo fluye perfecto. En un segundo momento está la gran cantidad de informació­n que da sobre libros, películas y autores, que resume a la velocidad del sonido de manera magistral. Y el tercer momento son sus definicion­es arbitraria­s, como cuando critica el cine que no busca complejiza­r y se mete con Matrix: “La clara separación entre lo virtual y lo real hace que en última instancia no sea más que una película de karate con cierta inteligenc­ia”. Y va más allá cuando escribe sobre la insoportab­le Birdman: “La aparición de Birdman fue para mí una especie de catástrofe, porque me obliga a recategori­zar todo el cine moderno y de pensamient­o en relación con la contempora­neidad del cine”. También se sincera cuando dice que hay tensiones que no podemos resolver: “Todavía no tengo conclusion­es”. Qué bueno admitir eso en una sociedad que es siempre conclusiva. También comenta que se esforzó para no llorar cuando vio Inteligenc­ia artificial, de Spielberg. Y termina enunciando en relación con esta película algo sobre el tan mentado amor: “El sentimient­o amoroso sólo se vuelve sublime con un toque inhumano”.

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