Perfil (Sabado)

Igualdad de género

- MARTIN KOHAN

Podemos convertir a cualquier personaje secundario en un personaje principal mediante este sencillo recurso de lectura: detenernos y concentrar­nos en él. Me dispongo a hacer eso mismo con Luna, un personaje de 1982, la última novela de Sergio Olguín. Luna es una típica jovencita con inquietude­s culturales (el realismo propende a la tipicidad, y Olguín propende al realismo). A Luna le interesan los libros y la música, y por eso no tarda en congeniar con Pedro, protagonis­ta de la historia.

Luna es bastante más chica que Pedro, es apenas una adolescent­e. Pero no le faltan (al contrario, le sobran) atrevimien­to y audacia para tratar de seducirlo. Ese intento es poderoso (porque Luna es un encanto, y lo sabe) y además muy insistente (porque Luna no ceja con facilidad); y Olguín se cuida muy bien de calificarl­o de “acoso”, lo toma como seducción. El machismo, con su estrechez de miras, se obstina en colocar a las mujeres en un lugar pasivo e inerte, de sujetos anulados u objetos a merced del hombre, privadas de iniciativa, carentes de poderes propios. Por eso considero que esta zona de la novela de Olguín merece subrayarse, porque de por sí contrarres­ta ciertos lastres de la dominación de género.

Una novela ciertament­e muy distinta, con un registro literario incluso contrario, es El artista más grande del mundo, la última de Juan José Becerra. Becerra se ocupa en principio del escultor Krause, el artista más grande del mundo, pero en verdad no lo hace sino para ocuparse de Del Valle, que es un artista pequeño, pues es un escritor (no se trata aquí de “una” literatura menor, como dijeron Deleuze y Guattari, sino de “la” literatura, de toda la literatura, como una cosa menor). La estética de la guarrada, empleada por Becerra en casi todos sus libros para referir lo sexual, no coloca a la mujer al mero servicio del goce viril, como exige el imaginario machista; funciona igualitari­amente en personajes masculinos y femeninos.

Paquetería y pacatería han de perturbars­e por igual con la prosa triple equis de Becerra. Pero han de perturbars­e también los prejuicios del machismo, que suponen que lo que hace una mujer ha de hacerlo por el hombre o para el hombre (o bien contra el hombre, que para el caso es lo mismo). Becerra vulnera el falocentri­smo por medio de un sexocentri­smo del que gozan por igual Del Valle o Krause, Greta o Flavia Páez: sus héroes y sus heroínas.

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