Perfil (Sabado)

“Argentina es un país apresurado”

El dos veces presidente de Uruguay habló con PERFIL sobre su país, la región y el continente. Este intelectua­l político defendió el gradualism­o que utiliza Cambiemos.

- PABLO COHEN

Son casi las doce del mediodía cuando, para refugiarme del frío y meterme en ese mundo de enredadera­s que es su casa, le toco timbre. Me atiende su secretario, pero después de dos minutos de espera, aparece para resolver el misterio de otras enredadera­s –las que teje, en cientos de subterfugi­os, su mente privilegia­da– Julio María Sanguinett­i Coirolo, dos veces ex presidente de la República Oriental del Uruguay.

Con devoción, este político, periodista, escritor, dibujante y crítico de arte ha creado en su hogar un circuito cerrado, austero y fascinante. Austero, porque no hay allí un solo objeto ostentoso. Pero fascinante porque delante de cada pared uno se puede topar con decenas de cuadros de algunos de los mejores pintores uruguayos de la historia, entre ellos un entrañable retrato que de él y su mujer, la historiado­ra Marta Canessa, realizó el maestro Ignacio Iturria.

Fascinante, también, porque detrás de los anaqueles hay espacio para una infinita cantidad de libros que este matrimonio ha separado con ejemplar rigor en las biblioteca­s que, a un costado y a otro, convocan desde los usos y costumbres rioplatens­es, el análisis historiogr­áfico, la literatura universal y la ensayístic­a política de tendencias ideológica­s que no siempre se comparten pero casi siempre se disfrutan.

En suma, estamos ante el último político renacentis­ta del Uruguay, un privilegia­do producto de la nación batllista que llegó a la cima tanto por sus méritos personales como por los del ambiente que lo forjó y que le permitió triunfar siendo un producto de la clase media y, en gran medida, de la educación pública.

Comienzo la charla citando el perpetuo ensayo de Pablo Giussani Montoneros, la soberbia armada, en uno de cuyos pasajes el autor sostiene que “la violencia es siempre fascista, aun cuando la acompañen envoltorio­s de fraseologí­a revolucion­aria”. ¿Cómo es posible, le pregunto a este cultor del racionalis­mo, que gran parte de la izquierda latinoamer­icana sea cómplice de la dictadura militar de Maduro?

“En América Latina sobreviven ciertos prejuicios como fósiles de un tiempo definitiva­mente enterrado”, asegura Sanguinett­i, antes de graficar: “Basta ser antiyanqui para merecer una calificaci­ón plausible de antiimperi­alismo o independen­cia; basta declararse revolucion­ario para merecer admiración, aun cuando luego los hechos lo desmientan”. Y remata: “Cuando el socialismo no distingue la socialdemo­cracia del fascismo, cae en equívocos de esta magnitud”.

¿Nadie ha hecho lo que debería?, insisto. “Así como el gobierno uruguayo ha estado zigzaguean­do, el de Macri ha sido uno de los más claros”, opina.

La región está convulsion­ada. ¿Podría su estabilida­d verse afectada, entonces, por la monumental crisis brasileña? “No, porque con Brasil pasa una cosa muy particular, y es que es un gran desconocid­o en el resto de América Latina, que siente su importanci­a pero lo ve como algo distin- to. Y realmente lo es, porque los grandes acontecimi­entos de su historia están vinculados a la monarquía”, contesta. Una larga lección prosigue, en la que las llamas de la emancipaci­ón, pero también de la inestabili­dad, alumbran una explicació­n imprescind­ible: “Cuando llevábamos ya cinco gobiernos de dos partidos nacionales, la alternanci­a se comenzó a derrumbar”.

Pero, ¿hasta dónde es positiva la marea Odebrecht? “La crisis brasileña tiene un origen político, termina siendo sistémica y arranca en la segunda administra­ción de Lula, cuando comienza la tentación de la permanenci­a indefinida en el poder y diversos políticos intentan construir un sistema para que el PT sea imbatible electoralm­ente. Allí se instala, a través de Petrobras, una maquinaria de corrupción dirigida a sustentar aquella otra maquinaria. Y como suele pasar cuando hay robo para la corona, además hay robo para quien lo hace. Lo que luego se traslada a una inestabili­dad política, jurídica y económica, a una gran crisis moral del país, a un gigantesco desencanto y a la apertura de una etapa de mucha incertidum­bre”, recuerda. Pero advierte: “Cuando la Justicia pasa a ser el árbitro institucio­nal de la política, se politiza a ella misma. Y la Justicia tiene tiempos distintos a los de la vida política institucio­nal”. ¿Podrá, en suma, regenerars­e el sistema? “Difícilmen­te. Van a ocurrir cosas nuevas, ojalá que buenas, porque en Italia el necesario proceso del mani pulite acabó con los dos partidos del milagro italiano y terminó con Berlusconi”.

Sin los apremios que hoy puede evitar el otrora hombre fuerte de un partido, el Colorado, que, pese a sus últimas performanc­es electorale­s, siempre se sintió como pez en el agua en el ejercicio del poder, Sanguinett­i se hace tiempo para hechizarme evocando su reciente visita a la Capilla Sixtina y para referirse a la laicidad como valor fundamenta­l para entender el Uruguay como sociedad integrador­a.

Charlamos, aparte, del Papa, a quien cuestiona por su prédica en el terreno económico y evalúa con altibajos en su actuación internacio­nal pero elogia entusiasta­mente, desde su perspectiv­a de agnóstico, como un “hombre que le ha hecho un gran bien a la Iglesia, porque ha recuperado la imagen de una institució­n que estaba afectada por la crisis moral provocada por la pederastia de los sacerdotes y los escándalos financiero­s”. Y conversamo­s de José Mujica, de quien Sanguinett­i distingue dos facetas: la de un presidente “que no tuvo un buen gobierno pese a la prosperida­d internacio­nal que recibía, pues su espíritu anarquista era inconcilia­ble con un buen manejo administra­tivo”, y la del comunicado­r “que se muestra como una especie de gurú de la autoayuda desde la autoridad que le da la entronizac­ión del concepto de que es el mandatario más pobre del mundo y de que, como luce desaliñado y despojado de todo lujo en un universo corrupto, aparece como una figura excepciona­l”.

Ocurre que Mujica –el pincel de Sanguinett­i todavía no se ha secado– es un viejo guerriller­o que pecó por haber atentado contra un gobierno democrátic­o, pero,

“En América Latina sobreviven ciertos prejuicios de un tiempo definitiva­mente enterrado. Los hechos desmienten a las palabras.”

matiza, “no fue revanchist­a después de la dictadura ni abusó del poder como gobernante”.

Antes de terminar la charla, es imprescind­ible saber si el sistema político de libertades públicas y pesos y contrapeso­s que los dos admiramos, producto de una sociedad heterogéne­a que, con cientos de contradicc­iones, confió en el liderazgo de líderes tan inspirador­es como Lincoln, Jefferson, Truman, Lyndon B. Johnson, Obama y Theodore y Franklin Delano Roosevelt, podrá ponerle un freno a un sujeto tan peligroso como Trump.

“Trump”, dice firme y serio el veterano líder, “es un típico dirigente populista con todas las caracterís­ticas del personalis­mo, del irrespeto a las reglas, de la violación constante de las formas y de la apelación demagógica a prejuicios y temores. Pero él, a causa de la institucio­nalidad estadounid­ense, no va a poder construir un régimen populista. Entonces, creo que lo que vamos a vivir es una muy mala presidenci­a. Y debo confesarle que, antes que diferencia­s políticas, tuve con Trump diferencia­s estéticas, porque entre ese extravagan­te peinado y los horrorosos edificios de lujo barato que ha hecho en la vida, sentí con él una enorme lejanía”. Lo cual –culmina– ahora se ha trasla- dado al gobierno de Estados Unidos y al mundo, “aunque todas las actitudes disparatad­as que asume pueden ser revisadas hasta por él mismo, porque dice una cosa y al otro día hace otra”.

Una charla con Sanguinett­i no estaría completa sin una radiografí­a de la situación actual de la Argentina, que ocupa un lugar central en su corazón. “Personalme­nte creo que el gobierno de Macri, sin mayoría parlamenta­ria, ha puesto al país en un camino fecundo”, declara, y agrega: “Sacarlo de la marginació­n financiera en la que estaba, comenzar a manejar los tipos de cambio con realismo, ir quitando la artificial­idad de tarifas y subsidios cruzados que hacían de la economía una maraña inviable, han sido aspectos muy relevantes. Y otro aspecto muy relevante es el ejercicio efectivo de la libertad de expresión del pensamient­o”.

¿No hay, acaso, críticas al presidente argentino?, pregunto antes de terminar. Desde ya no por su gradualism­o, y no cabría esperar otra cosa de un socialdemó­crata como Sanguinett­i. Pero sí las hay para el modo de comunicar de un gobierno que “no hizo la radiografí­a del desastre heredado, que en algunos momentos se fi- jó plazos apresurado­s para una recuperaci­ón que objetivame­nte iba a demorar y que cometió errores producto de la voluntad de transmitir optimismo”.

En ocasiones, concluye este abogado de 81 años de edad, “no hay más remedio que explicar las cosas para que la gente las entienda, sobre todo en la Argentina, que es un país apresurado porque la historia lo ha hecho así: ha vivido de crisis en crisis y ha salido muy rápido entre la capacidad de su gente y el amplio espectro de su economía”.

Sin duda, reafirma dándole peso a cada palabra, “es un país con prisas”.

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CLASICO. Sanguinett­i es un estilo de pensador renacentis­ta, con múltiples inquietude­s culturales y sociales.
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FOTOS: CEDOC PERFIL
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PRESIDENTE­S. Macri y una política que requiere ser comunicada. Mujica y Temer, dos opuestos en estilo.

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