La importancia de ser un bronceado tontolón
Pocas esfinges del trash greasy de la televisión de los 90 como Baywatch, esa plataforma elástica fundamental para el tonito de la TV hoy y sus seriecitas series. Es el ejemplo de la grasa que permitió giros varios a engranajes fundamentales del pop moderno, incluso aunque esas grasas sean simplemente usadas como blanco de tiro. Tal era su gracia, su desprejuicio y su obsesión con los cuerpos de sus bañeros corriendo en cámara lenta. ¿O es Pamela Anderson menos vital a la TV que la agente Scully o Buffy la Cazavampiros? Diablos, si dudan, la respuesta es no.
Llega entonces el reciclaje al cine de un show en el que el sinsentido tenía músculos en los pectorales dignos de He-Man y una figura femenina, digamos, de Pamela Anderson. Entonces, a la hora de traducir aquella marcha del orgullo en ralentí donde el único sentido lo daba la intencional sonrisa cómplice invisible, ¿qué mejor sonrisa que la del futuro presidente de los Estados Unidos, Dwayne “The Rock” Johnson, la estrella de acción con cientos de millones de flexiones de comedia a su favor? Se necesitaba, sin dudas, un atleta del cine como pocos hay.
Con Johnson como bandera celeste y un casting que entiende el juego (con Zac Efron y Alexandra Daddario como ejemplares paquitos del gran Dwayne), la película se prende al trencito carioca de films como Comando especial. Es otro reciclaje de una serie que sabe ser efervescente, en extremo autoconsciente y que aprovecha ese terreno para generar una comedia tobogán: rapidísima, hedonista y compinche. El resultado es tan felizmente inflable, en su amabilidad y su musculosa tontera, que es imposible no sonreír de forma cómplice.