Perfil (Sabado)

Orientar nuestra mirada

- CARLOS MARÍA GALLI*

Hace diez años, del 13 al 31 de mayo de 2007, se celebró la V Conferenci­a General del Episcopado de América Latina y El Caribe en el santuario de Nossa Senhora da Imaculada Conceiçâo Aparecida en Brasil. Tuve la gracia de participar como perito teológico en la asamblea y colaborar en la redacción del Documento de Aparecida ( A). El cardenal Jorge Mario Bergoglio participó como presidente de la Conferenci­a Episcopal Argentina y fue elegido presidente de la Comisión de Redacción. Los obispos ejercieron el discernimi­ento comunitari­o y apostólico bajo la guía del Espíritu Santo. Bergoglio guió el proceso de reflexión y diálogo logrando los consensos básicos. El tema de la asamblea fue «Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida, simboizado en el lema: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida ( Jn 14, 6)».

Francisco encarna el «rostro latinoamer­icano y caribeño de nuestra Iglesia» ( A 100). El primer sucesor de Pedro surgido de América Latina se identifica con el proyecto misionero de Aparecida. Evangelii gaudium (2013) sintetiza su magisterio pastoral y cita veinte veces el Documento de Aparecida. Esta asamblea se desarrolló en un ambiente de oración junto con el pueblo católico brasileño, cuyos cantos y plegarias dieron la música de fondo a nuestro trabajo. Fue la primera Conferenci­a celebrada en un santuario mariano, bajo la protección maternal de la Virgen Negra. Los peregrinos, que expresaban su mística popular, «nos edificaron y evangeliza­ron» ( A 3).

Aparecida refleja la dinámica colegial y sinodal de la Iglesia latinoamer­icana. Desde 1955, nuestra Iglesia formó su figura regional, con veintidós episcopado­s coordinado­s por el Consejo Episcopal Latinoamer­icano — CE

LAM. Aparecida es un jalón decisivo en el camino evangeliza­dor marcado por las conferenci­as anteriores, que realizaron una recepción situada y creativa del Concilio Vaticano

II. En esa secuencia se ubican la II Conferenci­a de Medellín (1968), inaugurada por Pablo

VI; la III celebrada en Puebla a la luz de su exhortació­n Evangelii nuntiandi y abierta por Juan Pablo II (1979); la IV de Santo Domingo en el Quinto Centenario de la fe en América (1992).

Esta Iglesia regional tiene una fisonomía que surge de los rasgos culturales de nuestros pueblos creyentes, mestizos y pobres, y de su inserción histórica en un subcontine­nte uno y plural, tradiciona­l y moderno, occidental y sureño. El proceso de latinoamer­icanizació­n de nuestras Iglesias locales se consolidó en la segunda mitad del siglo XX y forjó líneas comunes de un estilo eclesial, una praxis pastoral y una reflexión teológica. En 2018 celebrarem­os el Cincuenten­ario de Medellín, la conferenci­a que expresó la emergencia visible de la Iglesia latinoamer­icana y el compromiso profético por la justicia y la paz. Este aniversari­o brinda una ocasión para avivar la conciencia latinoamer­icana de todos, en especial de los obispos más jóvenes. Según los tiempos de Dios, puede ser un kairós para la canonizaci­ón de los beatos Pablo VI y Óscar Romero. Aparecida suplica al Espíritu un nuevo Pentecosté­s para animar una evangeliza­ción misionera ( A 551). Fomenta la renovación de la Iglesia para comunicar la Vida digna y plena en Jesucristo ( A 380). Propone una permanente conversión pastoral: «La conversión pastoral de nuestras comunidade­s exige que se pase de una pastoral de conservaci­ón a una pastoral de misión» ( A 370).

En la encíclica Laudato si’ el Papa confiesa que escribió la Evangelii gaudium «a los miembros de la Iglesia en orden a movilizar un proceso de reforma misionera todavía pendiente» ( LS 3). En esa exhortació­n programáti­ca promueve «la reforma de la Iglesia en salida misionera» ( EG 17) o «una Iglesia en salida» ( EG 20-24). Impulsa una «pastoral

en conversión» ( EG 25-33), o «conversión pastoral y misionera» ( EG 25). Estas fórmulas recrean y universali­zan las propuestas de Aparecida ( A 365-372). El Obispo de Roma expresa su deseo: «Sueño con una opción misionera capaz de transforma­rlo todo… La reforma de estructura­s que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras» ( EG 27).

Para Francisco todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio ( EG 111-134). El pueblo cristiano es el gran sujeto evangeliza­dor y cada cristiano está llamado a ser, en la comunión de la Iglesia, un protagonis­ta de la misión. La convocator­ia no se dirige sólo a los agentes pastorales organizado­s sino a todos los fieles cristianos pues «todos estamos llamados a crecer como evangeliza­dores» ( EG 121). Con Aparecida afirma: «todos somos discípulos misioneros» ( EG 119-121).

Francisco representa la llegada del Pueblo de Dios que vive en el sur al corazón de la Iglesia y la voz del sur global en el mundo. Con él, la dinámica de la conversión misionera impulsada desde la periferia latinoamer­icana hace su aporte a la reforma de la Iglesia entera. Este proceso confirma que muchas reformas provienen de las periferias, como mostró el teólogo Yves Congar en 1950, en su libro “Verdadera y falsa reforma de la Iglesia”. Varias reformas fueron inspiradas por un retorno a la pobreza evangélica y generaron un compromiso en favor de los más pobres. Con el paso al siglo XXI, el crecimient­o eclesial en África y Asia, y un Pontífice de origen latinoamer­icano, la Iglesia católica vuelve a reconocer el protagonis­mo de las periferias y los “periférico­s”.

La novedad del pontificad­o de Francisco está relacionad­a con la novedad de Aparecida. Ayer Bergoglio contribuyó con Aparecida; hoy Aparecida contribuye con Francisco. El espíritu y la letra de Aparecida son recibidos con fidelidad por el Papa; su enseñanza toma grandes líneas de aquella Conferenci­a y las relanza con creativida­d en su programa misionero. No busca exportar un modelo latinoamer­icano, sino que cada Iglesia asuma la misión de una forma inculturad­a en su tiempo y su lugar. De lo contrario se caería en otra forma de centralism­o pastoral.

En agosto de 2007, el cardenal Bergoglio y otros presentamo­s el Documento de Aparecida a la prensa. Conociendo las grandes etapas de la historia pastoral latinoamer­icana, dije que el proyecto misionero de Aparecida, si se miraba el futuro mediato y se actualizab­a constantem­ente, compromete­ría una buena parte del siglo XXI. Una década después se constata que su repercusió­n histórica creció con el ministerio de Francisco y adquirió una relevancia pastoral mundial. El pontificad­o de Francisco ratifica la vigencia del proyecto misionero de Aparecida para el futuro.

La alegría es una clave de este pontificad­o. En su discurso a la Congregaci­ón de los jesuitas el Papa dijo: «En las dos Exhortacio­nes Apostólica­s — Evangelii gaudium y Amoris laetitia—, y en la Encíclica Laudato si’, he querido insistir en la alegría». Para Aparecida los discípulos misioneros tienen la vocación de comunicar el don del encuentro con Cristo por «un desborde de alegría y gratitud» ( A 14). En la Conclusión de ese Documento ( A 552), Bergoglio quiso relanzar el llamado de Pablo VI a cultivar «la dulce y confortado­ra alegría de evangeliza­r» ( EN 80). En esta etapa histórica la Iglesia de América Latina tiene una responsabi­lidad singular para comunicar la alegría de Cristo, reflejar el rostro de la misericord­ia y acompañar la pastoral misionera de Francisco.

María, la fe, la misión y los pobres son tesoros de la Iglesia latinoamer­icana. En su primera exhortació­n el Papa citó el relato Nican Mopohua sobre Nuestra Señora de Guadalupe ( EG 286). En su rostro moreno aprendemos «el estilo mariano en la actividad evangeliza­dora de la Iglesia… lo revolucion­ario de la ternura y del cariño» ( EG 288). El Quinto Centenario de la fe en América, en 1992, ayudó a motivar una nueva evangeliza­ción. En el año 1531, cuatro décadas después de 1492, se produjo el acontecimi­ento guadalupan­o, a través del cual «María, la gran misionera, continuado­ra de la misión de su Hijo y formadora de misioneros… trajo el Evangelio a nuestra América» ( A 269). ¿Orientarem­os nuestra mirada y encaminare­mos nuestros pasos hacia 2031? *Decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universida­d Católica Argentina

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