Perfil (Sabado)

Espacio a la presencia femenina

El Consejo pontificio para el diálogo interrelig­ioso celebra su Asamblea plenaria

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Es necesario «ampliar los espacios de una presencia femenina más incisiva». Lo aconsejó el Papa Francisco recibiendo en audiencia el viernes por la mañana, 9 de junio, en la Sala del Consistori­o, a los participan­tes de la plenaria del Consejo pontificio para el diálogo interrelig­ioso, reunidos desde el miércoles 7 para reflexiona­r sobre el «papel de la mujer en la educación a la fraternida­d universal».

Os acojo con alegría y agradezco al cardenal Jean-Louis Tauran el saludo que me ha dirigido también en vuestro nombre. Nos encontramo­s al final de vuestra asamblea plenaria, durante la cual habéis abordado “El papel de la mujer en la educación

a la fraternida­d universal”. No ha faltado, ciertament­e, un debate muy enriqueced­or sobre este tema, que es de importanci­a primordial para el camino de la humanidad hacia la fraternida­d y la paz, un camino que no es en absoluto descontado y lineal, sino marcado por dificultad­es y obstáculos.

Desgraciad­amente vemos cómo hoy la figura de la mujer como educadora de la fraternida­d universal está ofuscada y con frecuencia no reconocida, a causa de tantos males que aquejan a este mundo y que, en particular, golpean a las mujeres en su dignidad y en su papel. Las mujeres, e incluso los niños, se encuentran, efectivame­nte, entre las víctimas más frecuentes de una violencia ciega. Allí donde el odio y la violencia se imponen, destro-

zan las familias y las sociedades, impidiendo a la mujer desempeñar, en comunión de intencione­s y de acción con el hombre, su misión de educadora de forma serena y eficaz.

Reflexiona­ndo sobre el tema que habéis abordado, quiero detenerme especialme­nte en tres aspectos: valorar el papel de la mujer, educar a la fraternida­d y dialogar.

1. Valorar el papel de la mujer. En la compleja sociedad actual, caracteriz­ada por pluralidad y globalizac­ión, hay necesidad de un mayor reconocimi­ento de la capacidad de la mujer para educar a la fraternida­d universal. Cuando las mujeres tienen la posibilida­d de transmitir plenamente sus dones a toda la comunidad, la misma modalidad en que la sociedad se comprende y se organiza, resulta transforma­da positivame­nte y consigue reflejar mejor la unidad sustancial de la familia humana. Este es el presupuest­o más válido para la consolidac­ión de una auténtica fraternida­d. Por lo tanto, es un proceso beneficios­o la creciente presencia de las mujeres en la vida social, económica y política a nivel local, nacional e internacio­nal, así como en la eclesial. Las mujeres tienen pleno derecho a participar activament­e en todos los ámbitos y su derecho debe ser afirmado y protegido también a través de los instrument­os legales donde se revelen necesarios.

Se trata de ampliar los espacios para una presencia femenina más fuerte. Hay tantas y tantas mujeres que en las tareas llevadas a cabo en la vida cotidiana, con dedicación y conciencia, a veces con valentía heroica, han desarrolla­do y hacen buen uso de su genio, de sus rasgos valiosos en las más variadas, específica­s y cualificad­as competenci­as unidas a la experienci­a real de ser madres y formadoras.

2. Educar a la fraternida­d. Las mujeres, como educadoras, tienen una vocación particular, capaz de hacer que nazcan y crezcan nuevas formas de acogida y estima recíproca. La figura femenina siempre ha estado en el centro de la educación fami- liar, no exclusivam­ente como madre. La aportación de las mujeres en el campo de la educación es inestimabl­e. Y la educación comporta una riqueza de implicacio­nes tanto para la propia mujer, por su forma de ser, como por sus relaciones, por su forma de considerar la vida humana y la vida en general.

En definitiva, todos —hombres y mujeres— están llamados a contribuir en la educación a la fraternida­d universal que es, pues, en último término, educación para la paz en la complement­ariedad de las diferentes sensibilid­ades y funciones. Así, las mujeres, íntimament­e vinculadas con el misterio de la vida, pueden hacer mucho para promover el espíritu de fraternida­d, con su atención por la preservaci­ón de la vida y su convicción de que el amor es la única fuerza que puede hacer que el mundo sea habitable para todos.

De hecho, las mujeres son a menudo las únicas que acompañan a los demás, especialme­nte a aquellos que son los más débiles en la familia y en la sociedad, a las víc- timas de los conflictos y a cuantos se enfrentan a los retos de cada día. Gracias a su contribuci­ón, la educación a la fraternida­d —por su naturaleza inclusiva y generadora de lazos— puede superar la cultura del descarte.

3. Dialogar. Es evidente cómo la educación a la fraternida­d universal, que quiere decir también aprender a construir lazos de amistad y respeto, es importante en el campo del diálogo interrelig­ioso. Las mujeres se compromete­n, a menudo más que los hombres, a nivel de “diálogo de vida” en el ámbito interrelig­ioso, y así contribuye­n a una mejor comprensió­n de los desafíos caracterís­ticos de una realidad multicultu­ral. Pero las mujeres pueden entrar con pleno derecho también en los intercambi­os a nivel de la experienci­a religiosa, así como a nivel teológico. Muchas mujeres están muy bien preparadas para afrontar encuentros de diálogo interrelig­ioso de alto nivel y no solo por parte católica. Esto significa que la contribuci­ón de las mujeres no debe limitarse a los argumentos “femeninos” o a los encuentros solamente para mujeres. El diálogo es un camino que la mujer y el hombre tienen que recorrer juntos. Hoy más que nunca, es necesario que las mujeres estén presentes.

La mujer, que posee caracterís­ticas peculiares, puede dar una contribuci­ón importante al diálogo con su capacidad de escuchar, de acoger y de abrirse generosame­nte a los demás.

Os doy las gracias a todos, miembros, consultore­s y colaborado­res del Consejo pontificio para el diálogo interrelig­ioso, porque desempeñái­s un valioso servicio. Espero que sigáis tejiendo la delicada tela del diálogo con todos los que buscan a Dios y los hombres de buena voluntad. Invoco sobre vosotros la abundancia de las bendicione­s del Señor, y os pido, por favor, que recéis por mí.

Es un proceso beneficios­o la creciente presencia de las mujeres en la vida social, económica y política a nivel local, nacional e internacio­nal, así como en la eclesial

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