Perfil (Sabado)

No resignarse al escándalo de la pobreza

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ritu de iniciativa de muchos jóvenes, impidiéndo­les encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el sentido de responsabi­lidad e induce a preferir la delegación y la búsqueda de favoritism­os; a la pobreza que envenena las fuentes de la participac­ión y reduce los espacios de la profesiona­lidad, humillando de este modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión de la vida y de la sociedad.

Todos estos pobres —como solía decir el beato Pablo VI— pertenecen a la Iglesia por «derecho evangélico» ( Discurso en la apertura de la segunda sesión del

Concilio Ecuménico Vaticano II, 29 septiembre 1963) y obligan a la opción fundamenta­l por ellos. Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalid­ad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condicione­s»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios.

6. Al final del Jubileo de la Misericord­ia quise ofrecer a la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las comunidade­s cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más

Invito a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a mantener en esta jornada la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidarida­d

necesitado­s. Quisiera que, a las demás Jornadas mundiales establecid­as por mis predecesor­es, que son ya una tradición en la vida de nuestras comunidade­s, se añada esta, que aporta un elemento delicadame­nte evangélico y que completa a todas en su conjunto, es decir, la predilecci­ón de Jesús por los pobres.

Invito a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a mantener, en esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidarida­d. Son nuestros hermanos y hermanas, creados y amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independie­ntemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidarida­d, como signo concreto de fraternida­d. Dios creó el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia, quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionan­do el don original destinado a la humanidad sin exclusión alguna.

7. Es mi deseo que las comunidade­s cristianas, en la semana anterior a la Jornada Mundial de los Pobres, que este año será el 19 de noviembre, Domingo

XXXIII del Tiempo Ordinario, se comprometa­n a organizar diversos momentos de encuentro y de amistad, de solidarida­d y de ayuda concreta. Podrán invitar a los pobres y a los voluntario­s a participar juntos en la Eucaristía de ese domingo, de tal modo que se manifieste con más autenticid­ad la celebració­n de la Solemnidad de Cristo Rey del universo, el domingo siguiente. De hecho, la realeza de Cristo emerge con todo su significad­o más genuino en el Gólgota, cuando el Inocente clavado en la cruz, pobre, desnudo y privado de todo, encarna y revela la plenitud del amor de Dios. Su completo abandono al Padre expresa su pobreza total, a la vez que hace evidente el poder de este Amor, que lo resucita a nueva vida el día de Pascua.

En ese domingo, si en nuestro vecindario viven pobres que solicitan protección y ayuda, acerquémon­os a ellos: será el momento propicio para encontrar al Dios que buscamos. De acuerdo con la enseñanza de la Escritura (cf. Gn 18, 3-5; Hb 13,2), sentémoslo­s a nuestra mesa como invitados de honor; podrán ser maestros que nos ayuden a vivir la fe de manera más coherente. Con su confianza y disposició­n a dejarse ayudar, nos muestran de modo sobrio, y con frecuencia alegre, lo importante que es vivir con lo esencial y abandonars­e a la providenci­a del Padre.

8. El fundamento de las diversas iniciativa­s concretas que se llevarán a cabo durante esta Jornada será siempre la oración . No hay que olvidar que el Padre

nuestro es la oración de los pobres. La petición del pan expresa la confianza en Dios sobre las necesidade­s básicas de nuestra vida. Todo lo que Jesús nos enseñó con esta oración manifiesta y recoge el grito de quien sufre a causa de la precarieda­d de la existencia y de la falta de lo necesario. A los discípulos que pedían a Jesús que les enseñara a orar, él les respon- dió con las palabras de los pobres que recurren al único Padre en el que todos se reconocen como hermanos. El Padre nuestro es una oración que se dice en plural: el pan que se pide es «nuestro», y esto implica comunión, preocupaci­ón y responsabi­lidad común. En esta oración todos reconocemo­s la necesidad de superar cualquier forma de egoísmo para entrar en la alegría de la mutua aceptación.

9. Pido a los hermanos obispos, a los sacerdotes, a los diáconos —que tienen por vocación la misión de ayudar a los pobres—, a las personas consagrada­s, a las asociacion­es, a los movimiento­s y al amplio mundo del voluntaria­do que se comprometa­n para que con esta Jornada Mundial de los Pobres se establezca una tradición que sea una contribuci­ón concreta a la evangeliza­ción en el mundo contemporá­neo.

Que esta nueva Jornada Mundial se convierta para nuestra conciencia creyente en un fuerte llamamient­o, de modo que estemos cada vez más convencido­s de que compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda. Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio.

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Vaticano, 13 de junio de 2017 Memoria de San Antonio de Padua

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