Perfil (Sabado)

Dios da el primer paso

En la audiencia el Papa explica la gratuidad del verdadero amor

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«El primer paso que Dios da hacia nosotros es el de un amor que se anticipa y es incondicio­nal». Lo recordó el Papa Francisco a los fieles reunidos el miércoles 14 de junio en la plaza de San Pedro en la audiencia general. Prosiguien­do las catequesis dedicadas a la esperanza, el Pontífice reiteró que «Dios ama primero» y lo hace «porque Él mismo es amor».

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy hacemos esta audiencia en dos lugares, pero unidos por las pantallas gigantes: los enfermos, para que no sufran tanto el calor, están en el Aula Pablo VI, y nosotros aquí. Pero permanecem­os todos juntos y nos une el Espíritu Santo, que es aquel que hace siempre la unidad. ¡Saludamos a los que están en el Aula!

Ninguno de nosotros puede vivir sin amor. Y una fea esclavitud en la que podemos caer es la de creer que el amor haya que merecerlo. Quizá gran parte de la angustia del hombre contemporá­neo deriva de eso: creer que si no somos fuertes, atractivos y guapos, entonces nadie se ocupará de nosotros. Muchas personas hoy buscan una visibilida­d solo para colmar un vacío interior: como si fuéramos personas eternament­e necesitada­s de confirmaci­ones. Pero, ¿os imagináis un mundo donde todos mendigan motivos para suscitar la atención de los otros, y sin embargo ninguno está dispuesto a querer gratuitame­nte a otra persona? Imaginad un mundo así: ¡un mundo sin la gratuidad del querer!

Parece un mundo humano, pero en realidad es un infierno. Muchos narcisismo­s del hombre nacen de un sentimient­o de soledad y de orfandad. Detrás de muchos comportami­entos aparenteme­nte inexplicab­les se esconde una pregunta: ¿es posible que yo no merezca ser llamado por mi nombre, es decir ser amado? Porque el amor siempre llama por el nombre...

Cuando quien no es o no se siente amado es un adolescent­e, entonces puede nacer la violencia. Detrás de muchas formas de odio social y de vandalismo hay a menudo un corazón que no ha sido reconocido. No existen niños malos, como no existen adolescent­es del todo malvados, pero existen personas infelices. ¿Y qué puede hacernos felices si no la experienci­a del amor dado y recibido? La vida del ser humano es un intercambi­o de miradas: alguno que mirándonos nos arranca la primera sonrisa, y nosotros que gratuitame­nte sonreímos a quien está cerrado en la tristeza, y así le abrimos un camino de salida. Intercambi­o de miradas: mirar a los ojos y se abren las puertas del corazón.

El primer paso que Dios da hacia nosotros es el de un amor que se anticipa y es incondicio­nal. Dios ama primero. Dios no nos ama porque en nosotros hay alguna razón que suscita amor. Dios nos ama porque Él mismo es amor, y el amor tiende por su naturaleza a difundirse, a donarse. Dios no une tampoco su bondad a nuestra conversión: más bien esta es una consecuenc­ia del amor de Dios. San Pablo lo dice de forma perfecta: «Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» ( Romanos 5, 8). Mientras éramos todavía pecadores. Un amor incondicio­nal. Estábamos “lejos”, como el hijo pródigo de la parábola: «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido...» ( Lucas 15, 20).

Por amor nuestro Dios ha cumplido un éxodo de sí mismo, para venir a encontrarn­os a esta tierra donde era insensato que Él transitara.

Dios nos ha querido también cuando estábamos equivocado­s.

¿Quién de nosotros ama de esta manera, si no quien es padre o madre? Una madre continúa queriendo a su hijo también cuando este hijo está en la cárcel. Yo recuerdo a muchas madres, que hacían la fila para entrar en la cárcel, en mi diócesis precedente. Y no se avergonzab­an. El hijo estaba en la cárcel, pero era su hijo. Y sufrían muchas humillacio­nes en el registro, antes de entrar, pero: “¡Es mi hijo!”. “¡Pero, señora, su hijo es un delincuent­e!” — “¡Es mi hijo!”. Solamente este amor de madre y de padre nos hace entender cómo es el amor de Dios. Una madre no pide la cancelació­n de la justicia humana, porque cada error exige una redención, pero una madre no deja nunca de sufrir por el propio hijo. Lo ama también cuando es pecador. Dios hace lo mismo con nosotros: ¡somos sus hijos amados! ¡Pero puede ser que Dios tenga algunos hijos que no ame? No. Todos somos hijos amados por Dios. No hay ninguna maldición sobre nuestra vida, sino solo una bondadosa palabra de Dios, que ha creado nuestra existencia de la nada. La verdad de todo es esa relación de amor que une al Padre con el Hijo mediante el Espíritu Santo, relación en la que nosotros somos acogidos por gracia. En Él, en Jesucristo, nosotros hemos sido queridos, ama- dos, deseados. Hay Alguno que ha impreso en nosotros una belleza primordial, que ningún pecado, ninguna elección equivocada podrá nunca cancelar del todo. Nosotros estamos siempre, delante de los ojos de Dios, pequeñas fuentes hechas para que brote agua buena. Lo dijo Jesús a la mujer samaritana: «El agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna» ( Juan 4, 14)

Para cambiar el corazón de una persona infeliz, ¿cuál es la medicina? ¿Cuál es la medicina para cambiar el corazón de una persona que no es feliz? [responden: el amor] ¡Más fuerte! [gritan: ¡el amor!] ¡Muy bien, muy bien, muy bien todos! ¿Y cómo se hace sentir a la persona que la amas? Es necesario sobre todo abrazarla. Hacer sentir que es deseada, que es importante, y dejará de estar triste. Amor llama amor, de forma más fuerte de lo que el odio llama a la muerte. Jesús no murió y resucitó para sí mismo, sino por nosotros, para que nuestros pecados sean perdonados. Es por tanto tiempo de resurrecci­ón para todos: tiempo de sacar a los pobres del desánimo, sobre todo aquellos que yacen en el sepulcro desde un tiempo más largo de tres días. Sopla aquí, sobre nuestros rostros, un viento de liberación. Brota aquí el don de la esperanza. Y la esperanza es la de Dios Padre que nos ama como somos nosotros: nos ama siempre a todos. ¡Gracias!

Al finalizar la catequesis, dirigió un saludo a los fieles de lengua española:

Queridos hermanos:

En la catequesis de hoy consideram­os cómo la certeza de la esperanza se funda en que somos hijos amados de Dios. Nadie puede vivir sin amor. En cierto modo, detrás de muchas reacciones de odio y violencia se esconde un gran vacío interior, un corazón que no ha sido amado verdaderam­ente. Lo único que puede hacer feliz a una persona es la experienci­a de amar y de ser amado.

El primer paso que da Dios hacia nosotros es su amor anticipado e incondicio­nado. Dios nos ama antes de que nosotros hayamos hecho algo para merecerlo. Él es amor, y el amor tiende por naturaleza a difundirse, a donarse. Como una madre, que no deja nunca de amar a su hijo, aunque haya cometido un error y deba cumplir con la justicia, así Dios nunca deja de amarnos, porque somos sus hijos queridos. El amor llama al amor. Para cambiar el corazón de una persona, en primer lugar hay que abrazarla, que sienta que es importante para nosotros y que es querida. Así comenzará a despuntar también en ella el don de la esperanza. Saludo cordialmen­te a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenient­es de España y América Latina. Pidamos a la Virgen María que nos dejemos guiar siempre por el amor de su Hijo. Que sepamos transmitir a los demás ese amor de Dios, para que se encienda en todos una esperanza nueva. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.

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