Puente entre Dios y los hombres

La vida de un Papa está marcada por un sinfín de ocasiones que van tejiendo una relación entre Dios y su Pueblo, entre Dios y cada persona que libremente se acerca a Él. Ser Vicario de Cristo constituye la firma, el sello divino y el cumplimiento de aquella solemne promesa: «Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo». Por eso la sonrisa de un Pontífice a un sacerdote con el que tiene oportunidad de hablar; la palabra de aliento a un discapacitado cuyo rostro se ilumina cuando el mismo Pontífice en persona viene a saludarle; la caricia a un recién nacido en las manos de su madre ante la mirada arrobada del padre de la criatura, nos hablan de esa mano extendida en el tiempo por parte de Dios hacia cada hombre y cada mujer. Dios espera, es verdad, que el hombre se acerque a Él, pero no es menos verdad que es también Dios el que «primerea» tocando el alma en su intimidad, llamándole a ese impulso de dar más, de ser mejor, de seguir luchando. Gestos de un Pontífice que invitan a la reflexión de la misericordia. Paradoja maravillosa el que siendo hombre, representa al mismo Cristo en la tierra, teniendo el poder de «atar y desatar» en el cielo y en la tierra, y que quiere, a su vez atar a su corazón los corazones de sus criaturas. Recordar los gestos del Papa será siempre una ventana abierta a seguir creyendo que la vida tiene un sentido que se va construyendo día a día.