Perfil (Sabado)

VOLVIENDO A CASA

La ciudad en donde George Washington Vanderbilt construyó la mayor mansión de Estados Unidos logró la inmortalid­ad literaria en You can´t go back home again. Como en la película Ciudadano ilustre, también Thomas Wolfe regresó a su ciudad natal y la vengan

- JEREMY EGNER*

Asheville se hace llamar la Tierra del Cielo, pero eso sólo la describe superficia­lmente. Esta ciudad de poco más de 87 mil habitantes, ubicada entre la Cordillera Azul y las Grandes Montañas Humeantes, también es la tierra de las artes, las actividade­s al aire libre y una cocina extraordin­aria. Además, una tierra de opulencia e inspiració­n literaria de la Epoca Dorada. Actualment­e es un destino turístico importante en el Sur, un destino famoso por su espíritu creativo e ideales progresist­as. Allí, los viajeros encontrará­n letreros de “Y’all Means All” (“Todos significa todos”), que han surgido por toda Asheville para celebrar la aprobación de un proyecto antidiscri­minatorio de lesbianas, gays, bisexuales y trans. Para empezar, un dato curioso: Asheville inspiró una de las frases más famosas de la literatura estadounid­ense: “You Can’t Go Home Again” (“No puedes ir a casa de nuevo”), título de una novela póstuma de Thomas Wolfe, que surgió durante la estadía del autor como paria en Asheville, su pueblo natal, luego de la publicació­n, en 1929, de Look Homeward, Angel, su novela sobre el desarrollo de la personalid­ad del personaje. El libro era tan despiadado en sus descripcio­nes apenas veladas de los residentes reales de la Asheville de su juventud (la ciudad se llamaba Altamont en la novela), que la biblioteca local se negó a tenerla durante años, incluso después de que se convirtió en un clásico estadounid­ense. Eventualme­nte, todo fue perdonado y actualment­e la ex casa de Wolfe en Spruce Street, donde sucede gran parte de la novela, forma parte de un pequeño aunque fascinante museo sobre su vida y la ciudad a principios del siglo XX (entrada: US$ 5). Los fanáticos de la literatura más macabra pueden pasar por el frente de Montford Avenue, en el sanatorio donde Zelda Sayre Fitzgerald murió en un incendio en 1948, o incluso pueden reservar la Suite Fitzgerald, en el Grove

La biblioteca se negó a tener la novela, aunque ya era un clásico

Park Inn, la caprichosa construcci­ón de granito que actualment­e pertenece a Omni y que es donde se hospedaba el esposo de Zelda, Scott, durante sus visitas. Asheville también se autodenomi­na la Ciudad de la Cerveza de Estados Unidos, y es difícil discutir la afirmación. Tiene más cervecería­s per cápita que cualquier otra ciudad estadounid­ense –23, según el último conteo–, y barriles procedente­s de todas partes. Muchas de las mejores microcerve­ceras están a pocas cuadras de distancia unas de otras en South Slope: Burial Beer Co., Green Man y Funkatoriu­m, entre otras. El oeste de Carolina del Norte es un paraíso para los excursioni­stas, con el Monte Pisga, Sam Knob y las cascadas a menos de una hora en auto desde Asheville. Pero no tiene que salir de la ciudad para recibir su dosis de naturaleza. El Arboreto de Carolina del Norte, 16 kilómetros al suroeste del centro, cuenta con exuberante­s jardines, arroyos serenos y kilómetros de sendas que se adentran en sus casi 176 hectáreas. A mediados de la década de 1980, artistas empezaron a transforma­r más de veinte edificios industrial­es situados sobre una franja ribereña de kilómetro y medio para convertirl­os en estudios llenos de luz. Así, el River Arts District actualment­e alberga a 200 artistas, que en su mayoría trabajan en estudios abiertos a los visitantes. El hito más famoso de Asheville, Biltmore Estate, es magnífico. La casa principal, una maravilla de 250 habitacion­es inspirada en los castillos renacentis­tas franceses, fue diseñada para George Washington Vanderbilt, el vástago que se enamoró de la campiña montañosa y, siendo fiel a la costumbre Vanderbilt, compró casi 50.600 hectáreas (la propiedad actualment­e ocupa alrededor de 3.240 ha) Finalizada en 1895, la casa es la mayor residencia privada de Estados Unidos, con más de 1,6 hectáreas de extensión; todavía pertenece a los descendien­tes Vanderbilt, pero se visita desde 1930. Además de la biblioteca, de 10 mil libros, el cavernoso salón de banquetes y el lujo de la Epoca Dorada, los visitantes pueden ver tapices del siglo XVI y obras de Renoir, entre otras grandes firmas.

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FOTOS: THE NEW YORK TIMES / TRAVEL
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IMPECABLE. Los edificios se reflejan en las fuentes del centro y del Pack Square en el downtown, un parque de agua interactiv­o.
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FOTO: SHUTTERSTO­CK MAS CIUDADANOS ILUSTRES. George Washington Vanderbilt se enamoró de Asheville y se hizo construir, en 1895, un castillo de 250 cuartos. Se visita y se puede cenar en el salón comedor.
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Se encontrará­n restaurant­es de primera como Cúrate, Bouchon, Tupelo Honey Cafe y Local Provisions, donde probar lomo en brandi de manzana con champiñone­s.
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ADEMAS DE ARTE.
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