Perfil (Sabado)

Democracia digital

- DARIO WERTHEIN *

¿Si las tecnología­s están modificand­o de raíz todos los ámbitos de funcionami­ento de la sociedad, por qué los mecanismos de la democracia aún siguen basados en un formato y una dinámica que parece atrasar cien años? Toda nuestra cotidianei­dad se vio modificada sustancial­mente durante ésta era digital. Nadie trabaja, ni aprende, ni se relaciona, ni se comunica, ni se informa, ni viaja, ni consume como lo hacíamos hace 30 años. La masificaci­ón de internet y de las tecnología­s dio lugar a nuevas formas de trabajo y nuevos empleos, nuevos modelos de negocios, nuevos relacionam­ientos en la sociedad y nuevas formas de expresión social. Pero ninguno de estos avances tecnológic­os se trasladó a las formas de hacer política. Si bien hoy las protestas más masivas y representa­tivas se convocan por las redes, la dirigencia aún no supo cómo encauzar esos movimiento­s de manera positiva para la sociedad.

Así es: en pleno siglo XXI, la política sigue pareciéndo­se a la del siglo XIX. Sin embargo, difícilmen­te pueda escapar al enorme fenómeno tecnológic­o

on tanta gente conectada a internet en cada rincón del mundo, el futuro tendrá sin duda la sociedad civil más activa, abierta y globalizad­a que hayamos conocido jamás. Hoy ya existen tres mil millones de personas que se conectan a internet. En los últimos diez años, la conectivid­ad ha sumado entre doscientos y tresciento­s millones de personas por año, y se calcula que para el año 2030 llegaremos a ser cinco mil millones los habitantes globales de ese mundo virtual.

La realidad entonces aparece incontrast­able: la tecnología –que no entiende de límites geográfico­s porque el planeta es su escenario– ha contribuid­o significat­ivamente a acortar la brecha social, en la medida en que otorga nuevas posibilida­des al desarrollo humano y permite expandir los límites de la informació­n y el conocimien­to. La era digital ha contribuid­o de forma sustancial en la generación de valor global, dán- dole enormes posibilida­des de participac­ión a las economías emergentes como la nuestra. La comunicaci­ón y la acumulació­n de datos ya no son acciones reservadas a los países del primer mundo o a las elites intelectua­les. En ese contexto, ya nadie puede alegar que las redes no son una herramient­a que sirva a la política.

A la vez, se registra en la actualidad un creciente descontent­o de los ciudadanos con su sistema político y con el desempeño de la democracia. Ese descontent­o lo manifiesta­n básicament­e a través de la red. Las nuevas tecnología­s nos dan accesibili­dad, escala e integració­n, y facilitan formas distintas de relacionar­nos y de expresar intereses diferentes. Por eso las protestas autoconvoc­adas por redes le plantean un desafío a la democracia representa­tiva.

Esto no significa, claro está, que las redes digitales van a llevarnos hacia un sistema de democracia directa. Se trata, más bien, de lograr que las tecnología­s aumenten la cercanía entre los representa­ntes y los representa­dos, y que el sistema funcione con mejores controles por parte de los ciudadanos.

Armados con celulares inteligent­es, conectados a las redes, hoy todos somos, en alguna medida, hackers de la realidad. Y ese vasto rumor de conversaci­ones de café, prensa y televisión, opinadores profesiona­les, pensadores y científico­s, eslóganes, doctrinas políticas y voces desorganiz­adas y marginales –como describe el filósofo canadiense Marc Angenot– está atravesado por la lógica de las redes. Gracias a los mecanismos digitales, la participac­ión democrátic­a ha extendido notablemen­te sus alcances, con mayores posibilida­des de incidencia para más personas. Las redes digitales permiten que los ciudadanos ejerzan escrutinio en diversas cuestiones de interés público y obligan a los funcionari­os a rendir cuentas en la administra­ción cotidiana. Ahora le toca a la política dar su respuesta.

La política se parece a la del siglo XIX, pero no escapará al cambio tecnológic­o

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