Democracia digital
¿Si las tecnologías están modificando de raíz todos los ámbitos de funcionamiento de la sociedad, por qué los mecanismos de la democracia aún siguen basados en un formato y una dinámica que parece atrasar cien años? Toda nuestra cotidianeidad se vio modificada sustancialmente durante ésta era digital. Nadie trabaja, ni aprende, ni se relaciona, ni se comunica, ni se informa, ni viaja, ni consume como lo hacíamos hace 30 años. La masificación de internet y de las tecnologías dio lugar a nuevas formas de trabajo y nuevos empleos, nuevos modelos de negocios, nuevos relacionamientos en la sociedad y nuevas formas de expresión social. Pero ninguno de estos avances tecnológicos se trasladó a las formas de hacer política. Si bien hoy las protestas más masivas y representativas se convocan por las redes, la dirigencia aún no supo cómo encauzar esos movimientos de manera positiva para la sociedad.
Así es: en pleno siglo XXI, la política sigue pareciéndose a la del siglo XIX. Sin embargo, difícilmente pueda escapar al enorme fenómeno tecnológico
on tanta gente conectada a internet en cada rincón del mundo, el futuro tendrá sin duda la sociedad civil más activa, abierta y globalizada que hayamos conocido jamás. Hoy ya existen tres mil millones de personas que se conectan a internet. En los últimos diez años, la conectividad ha sumado entre doscientos y trescientos millones de personas por año, y se calcula que para el año 2030 llegaremos a ser cinco mil millones los habitantes globales de ese mundo virtual.
La realidad entonces aparece incontrastable: la tecnología –que no entiende de límites geográficos porque el planeta es su escenario– ha contribuido significativamente a acortar la brecha social, en la medida en que otorga nuevas posibilidades al desarrollo humano y permite expandir los límites de la información y el conocimiento. La era digital ha contribuido de forma sustancial en la generación de valor global, dán- dole enormes posibilidades de participación a las economías emergentes como la nuestra. La comunicación y la acumulación de datos ya no son acciones reservadas a los países del primer mundo o a las elites intelectuales. En ese contexto, ya nadie puede alegar que las redes no son una herramienta que sirva a la política.
A la vez, se registra en la actualidad un creciente descontento de los ciudadanos con su sistema político y con el desempeño de la democracia. Ese descontento lo manifiestan básicamente a través de la red. Las nuevas tecnologías nos dan accesibilidad, escala e integración, y facilitan formas distintas de relacionarnos y de expresar intereses diferentes. Por eso las protestas autoconvocadas por redes le plantean un desafío a la democracia representativa.
Esto no significa, claro está, que las redes digitales van a llevarnos hacia un sistema de democracia directa. Se trata, más bien, de lograr que las tecnologías aumenten la cercanía entre los representantes y los representados, y que el sistema funcione con mejores controles por parte de los ciudadanos.
Armados con celulares inteligentes, conectados a las redes, hoy todos somos, en alguna medida, hackers de la realidad. Y ese vasto rumor de conversaciones de café, prensa y televisión, opinadores profesionales, pensadores y científicos, eslóganes, doctrinas políticas y voces desorganizadas y marginales –como describe el filósofo canadiense Marc Angenot– está atravesado por la lógica de las redes. Gracias a los mecanismos digitales, la participación democrática ha extendido notablemente sus alcances, con mayores posibilidades de incidencia para más personas. Las redes digitales permiten que los ciudadanos ejerzan escrutinio en diversas cuestiones de interés público y obligan a los funcionarios a rendir cuentas en la administración cotidiana. Ahora le toca a la política dar su respuesta.
La política se parece a la del siglo XIX, pero no escapará al cambio tecnológico