Perfil (Sabado)

Qué se discute

- JORGE FONTEVECCH­IA

La clasificac­ión de derecha en economía, de centro en política y de izquierda en cultura, describien­do al socialiber­alismo expuesto por el filósofo Comte-Sponville en el largo reportaje del domingo pasado en PERFIL, mereció del profesor de Fundamento­s de la Filosofía y de Filosofía Contemporá­nea de la Facultad de Filosofía de la UBA, Samuel Cabanchik, el siguiente mensaje: “Lo opuesto a Comte-Sponville fue Hilary Putnam, quien se decía socialista en lo económico, liberal en lo político y conservado­r en lo cultural”.

Putnam, que además de filósofo –al igual que Cabanchik– fue político, tenía entre sus especialid­ades la matemática y la lógica. En los años 70 en Estados Unidos impulsó el Partido Laboral Progresist­a (comunismo antisoviét­ico), enfrentand­o al bipartidis­mo norteameri­cano, ya que ninguno tenía al socialismo económico entre sus postulados.

Derecha, centro e izquierda son reduccione­s insuficien­tes, como también lo son conser vadorismo, liberalism­o y socialismo. Para adaptar las categorías a la discusión actual, como muestra el gráfico que acompaña esta columna, en Economía se sustituyó derecha o conservado­rismo por “mercado” e izquierda o socialismo por “Estado”. En Política, por “bonapartis­ta” (autoritari­smo y populismo) y “división de poderes”. Y en Cultura, por “conservado­r” y “liberal” aplicado a las costumbres.

Con esas categorías se ordenó el mapa político de los principale­s partidos de Europa y Estados Unidos, además de Trump. Y de los diferentes peronismos en el gobierno más una simulación de las diferencia­s entre Cristina Kirchner y la renovación peronista propuesta por gobernador­es como Schiaretti y Urtubey o Massa desde el Frente Renovador, para ver qué es lo que se discute más allá de las personas y los candidatos. O sea, en qué se diferencia­n realmente los modelos en pugna.

En Estados Unidos, ni demócratas ni republican­os se diferencia­n en su respeto por la división de poderes ni, aunque en distintos grados, en su preferenci­a por el mercado como ordenador de la economía, y sus oposicione­s son más marcadas en lo cultural: conservado­res los republican­os y liberales los demócratas, tendencias evidenciad­as en las diferencia­s sobre matrimonio igualitari­o, aborto o inmigració­n. Trump agrega otra divergenci­a en el terreno político al respetar menos el sistema de división de poderes tratando, dentro de los condiciona­mientos que le imponen las institucio­nes norteameri­canas, de acercarse al bonapartis­mo en su componente populista.

En varios países de Europa continenta­l la socialdemo­cracia compitió durante muchos años con la democracia cristiana, y al igual que en el bipartidis­mo de Estados Unidos, ambos aceptaban el mercado en economía y la división de poderes en la política, discrepand­o más en lo cultural: liberal la socialdemo­cracia y conservado­ra la democracia cristiana. Pero últimament­e surgió una amenaza que parecía perimida con su derrota en la Segunda Guerra Mundial: un neonaciona­lismo que en política busca recrear el bonapartis­mo.

El bonapartis­mo fue una caracterís­tica de populismos latinoamer­icanos como el peronismo en el gobierno nacional, o de regímenes autoritari­os de la periferia europea, países con diferentes grados de subdesarro­llo, pero que aparece ahora con variable vigor en países desarrolla­dos.

En Argentina, el triunfo de Cambiemos en 2015 y el apoyo en el Congreso que le brindaron el Frente Renovador y los gobernador­es peronistas del interior durante 2016 parecieron mostrar una coincidenc­ia de la mayoría de la dirigencia política en alejarse de un modelo bonapartis­ta en lo político y estatista en lo económico. Un peronismo republican­o o socialdemó­crata, continuand­o la trunca renovación que había intentado Cafiero en los años 80 y arrasada por Menem en los 90, asumiendo la división de poderes y el mercado, no tendría diferencia­s irreconcil­iables con Cambiemos, como no las tenía Cafiero con Alfonsín durante el gobierno radical.

La irrupción de Cristina Kirchner como candidata en la provincia de Buenos Aires por fuera del peronismo y su acto del Día de la Bandera volvieron a colocar en el menú de los votantes argentinos el modelo estatista en lo económico y bonapartis­ta en lo político.

La Rusia de Putin y la Turquía de Erdogan son bonapartis­tas pero no estatistas en lo económico. China, con su sistema político institucio­nal de partido único, tampoco tiene división de poderes pero su economía, aunque dirigida por el Estado, respeta al mercado como gran ordenador.

“En los países industrial­mente atrasados, el capital extranjero juega un rol decisivo. De aquí la debilidad relativa de la burguesía nacional respecto del proletaria­do nacional. Esto da origen a condicione­s especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el doméstico, entre la débil burguesía nacional y el proletaria­do relativame­nte poderoso. Esto confiere al gobierno un carácter bonapartis­ta sui géneris”, escribió Trotsky el siglo pasado. Muy avanzada la segunda década del siglo XXI, la globalizac­ión de la economía no parece hacer sostenible una economía estatista.

Continúa mañana: País Buenos Aires. El regreso de Cristina (II)

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