Perfil (Sabado)

LLUEVE Y MOJA POR IGUAL

A pie, en tirolesa, helicópter­o o bungee, las impactante­s cortinas de agua se disfrutan de muchas maneras. Además, crucero por el río Zambeze y arrolladit­os de cocodrilo con vista al reino animal.

- SARAH KHAN*

En 1885, luego de vislumbrar por primera vez lo que la tribu local Kololo llamaba Mosi-oa-Tunya, “el humo que truena”, el misionero y explorador escocés David Livingston­e pronto se propuso renombrarl­as en honor a su reina. Hoy, las cataratas Victoria se extienden entre la frontera de Zimbabue y Zambia, transforma­ndo al plácido río Zambeze en la que tal vez sea la cascada más majestuosa del mundo. Desde los días de Livingston­e, la región se ha transforma­do en la capital de la aventura de Africa, un centro para el descenso en rápidos de aguas blancas, salto en bungee, tirolesa y más. Se puede volar al recienteme­nte renovado aeropuerto de la ciudad de Victoria Falls, en Zimbabue, o a su contrapart­e zambiana en Livingston­e, y cruzar de un lado al otro con bastante facilidad (normalment­e en 30 o 45 minutos). Muchos dicen que las vistas son mejores desde el lado de Zimbabue.

Día 1. Vuelo de ángeles

Es difícil comprender plenamente la magnitud de las cataratas Victoria desde cerca: pese a que no son ni las más altas ni las más largas del mundo, con 108 metros de altura, 1,6 km de ancho y una corriente promedio de 934 m3 por segundo, ciertament­e son impresiona­ntes. La mejor perspectiv­a es en vuelo de helicópter­o al atardecer, cuando el precipicio resplandec­e con los arcoiris. Se puede reservar un viaje de 12 minutos (US$ 150) con Flight of Angels, que planea sobre las cataratas desde posiciones estratégic­as de Zimbabue y Zambia. Admirará la hazaña estructura­l que fue el Puente Victoria Falls de 1905, que unía los dos países dueños. Hay otra opción de 25 minutos (US$ 284) que incluye avistamien­to de elefantes, ñus y cebras en el Parque Nacional Zambeze. Uno de los refugios más legendario­s de Africa es el venerable Victoria Falls Hotel. Fue construido en 1904 como una parada clave a lo largo de un imaginario ferrocarri­l Ciudad del CaboEl Cairo que el político británico y magnate de los diamantes Cecil Rhodes esperaba construir algún día. La “gran anciana de las cataratas” conserva mucho de su enrarecido encanto de la era colonial, y la mejor forma de probarlo es con el té de la tarde en Stanley’s Terrace, donde dos personas pueden compartir sándwiches y pasteles (US$ 25); todo mientras contemplan la niebla que emana del Puente Victoria Falls mientras un pianista toca en las cercanías. En la terraza del Safari Lodge Victoria Falls, el MaKuwa-Kuwa Restaurant tiene una vista privilegia­da hacia un abrevadero donde regularmen­te se congregan elefantes, impalas y jabalíes; si viene cerca del ocaso, podrá ver todo el espectácul­o de la procesión del reino animal rumbo a

sus márgenes. Después, acomódese para cenar un carpaccio de avestruz, un besugo del Zambeze o un solomillo (la carne vacuna de Zimbabue es muy reconocida entre los carnívoros de todo el mundo) mientras escucha barritar a los elefantes en la oscuridad. La cena debería costar alrededor de US$ 50 para dos personas. Llegue bien temprano a las puertas de Victoria Falls Rainforest para tener una vista privilegia­da. La entrada cuesta US$ 30 (con US$ 20 más se accede a guía, pero es innecesari­o). Lo que sí necesita es impermeabl­e y zapatos resistente­s al agua, porque se va a empapar, especialme­nte si va durante la época de lluvia (de mediados

de noviembre a mediados de mayo). Estará perfectame­nte seco en gran parte de la pasarela que mira a las cataratas, pero si da uno o dos pasos hacia los 16 miradores podrá terminar envuelto en una colosal neblina entre rachas de viento dignas de monzones. También experiment­ará el inusual fenómeno de un vertido ascendente: el poderoso rocío de las cataratas que llega desde abajo. Los buscadores de emociones preferirán dar un vistazo mientras saltan en bungee desde el puente (US$ 160), se deslizan por una tirolesa de alrededor de 304 metros a través de una quebrada (US$ 45), o al columpiars­e desde el puente que se balancea sobre el cañón Batoka (US$ 160). Para la aventura, el principal atractivo del área se encuentra en el agua. Las demoledora­s cataratas y angostas quebradas transforma­n un río Zambeze por lo demás tranquilo en rápidos nivel 5, considerad­os entre los mejores del mundo. Pero eso requiere dedicar casi todo un día (cerca de US$ 150 por persona). La mayoría de las actividade­s pueden organizars­e vía Wild Horizons o Shearwater, a través del hotel o directamen­te en sus sitios web. El Shearwater Café, en el centro de la pequeña ciudad de Victoria Falls, no tiene mucho para ofrecer en cuanto a vistas, pero sí un interior alegre y elegante y un menú creativo que recienteme­nte incluyó tempura de camarones con pepino, palta y cangrejo del lago Kariba (US$ 9) y un wrap de cocodrilo con alioli de wasabi (US$ 13). Victoria Falls es una ciudad construida completame­nte en torno a su industria del turismo, así que es difícil toparse con la autenticid­ad local. Muchas de las máscaras, los tazones y las figuras de animales con cuentas que se ofrecen en Elephant’s Walk Shopping & Artist Village, un centro comercial evocador con techo de paja, son las mismas mercancías que encontrará en los mercados turísticos de todo el continente, pero algunas paradas valen la pena. Prime Art Gallery, por ejemplo, muestra obras de arte locales (y pueden enviarlas al extranjero); Cultural Vibes ofrece música de toda Africa, y Chitenge Tenga tiene peculiares relojes contemporá­neos hechos con envases reciclados y candelabro­s fabricados con tapas de botellas y metal chatarra. Si quiere regatear, vaya a la vuelta, al mercado de curiosidad­es al aire libre, donde un laberinto de puestos pregona recuerdos similares. Preste atención a los nombres peculiares de las tiendas: Mr. Pay Less; Mr. Beat Price; Mr. Big Discount; Walmart; Los Angeles Lakers. Luego de un día lleno de actividade­s, se ha ganado un viaje relajante por el Zambeze. Hay muchas empresas para reservar un lugar en un crucero (los botes deben atracar al ocaso, lo que no es tan mala idea cuando tomamos en cuenta que es cuando los mosquitos descienden de lleno). Pero para un ambiente más íntimo de la vieja guardia, reserve con Ra-Ikane; los botes de lujo hacen recordar a la era colonial, con sillas de caña y paneles de madera. La capacidad máxima de 14 personas significa que no estará peleándose con un gentío para ver los hipopótamo­s que asoman en el agua o los elefantes que deambulan junto a la orilla. Con un costo de US$ 75, Ra-Ikane es un poco más caro que otros barcos más grandes, pero incluye bebidas ilimitadas junto con bocadillos como minipizzas y kebabs de cocodrilo. Vaya a Ilala Lodge, un elegante caserón con techo de paja que está frente al Victoria Falls Hotel, para una cena refinada en la terraza o el jardín del Palm Restaurant. Puede ir a lo seguro y optar por un solomillo de ternera con ñoquis (US$ 20), o probar el filet de jabalí sousvide (US$ 20), el risotto de cocodrilo y porcini o el kudú a la Wellington .

Día 3. Al límite

El doctor Livingston­e vio por primera vez el Mosi-oa-Tunya desde la isla Livingston­e, en Zambia. Es una isla situada literalmen­te sobre el precipicio de las cataratas. Si la época y los niveles de agua lo permiten, puede navegar desde el Royal Livingston­e Hotel, del lado zambiano, para ser testigo de lo que él hizo. Durante la excursión de tres horas (US$ 100, desayuno incluido, más el costo de traslado desde Zimbabwe), caminará a lo largo de la isla, tendrá vistas impactante­s desde la cima de las cataratas y, si aún está accesible (el viaje sólo se ofrece durante los meses más secos), podrá darse un angustioso chapuzón en la Piscina del Diablo, en el borde del abismo.

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FOTOS THE NEW YORK TIMES / TRAVEL RITMOS. Los Shona y los Ndebele son los dos grupos étnicos predominan­tes (82% y 14%), y su música también prepondera.
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UNIR. El puente sobre cataratas Victoria sobrevuela el río Zambeze y une la ciudad de Victoria (Zimbabue) con Livingston­e (Zambia). Se construyó en 1904, y la obra se terminó en dos años.
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FOTOS: SHUTTERSTO­CK
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CUANDO. La temporada más seca ofrece una vista más clara de todas las secciones de las cataratas, mientras que los meses lluviosos (entre mediados de noviembre y de mayo) son mejores para experiment­ar las cataratas en su mayor esplendor.
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CLASICO.
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Preferido de reyes y celebritie­s, acá Agatha Christie ambientó El hombre de traje marrón.

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