Perfil (Sabado)

La noche de la música

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Cada solsticio de verano Francia celebra un rito muy poco comentado: la Fiesta de la Música. Ola de calor en Normandía, hace 34 grados a las once de la noche y el sol se pone finalmente. Salgo de trabajar con mis actores y cuando les pregunto qué me va a pasar en esta fiesta sólo recibo cinismo elaborado. Aparenteme­nte se trata de un permiso que se toman los franceses para salir a la calle, en familia o en plan punk, con alcohol o en plan abstemio, para cantar de cualquier forma hasta dormirse.

A una de mis actrices le han robado el teléfono; trata de hacer la denuncia en la comisaría de Caen y le informan que hoy no, porque cierran. Es por la música, le dicen, y con eso lo explican todo. Habrá mucha gente por ahí: borrachine­s, desacatado­s, familiones.

Salgo a las calles contrariad­o. ¡Si fuera en la Argentina habría choreo organizado y sistemátic­o! Voy dispuesto a actuar el turista forzado y lleno de sarcasmo. Pero de golpe cambio de idea: no hay por qué interpreta­rlo todo todo el tiempo. Grupos de ancianas cantan gospels afroturíst­icos ante las iglesias y bailotean como segurament­e casi nunca, jóvenes hacen picnic y amplifican Michael Jackson en sus iPhones sobre el pasto del castillo que data de 1060, una banda de chicos de primaria tocan teclado, bajo, guitarra y batería y cantan algo electropop mientras sus padres ya venidos de otra época aplauden fuera de ritmo y en órbita lejana.

Es el horror: ¡es la tan temida alegría ajena! Cantar mal, cantar sanamente a voz en cuello, cantar más alto que otros y dejar que se mezcle todo en el intento. Les envidio lo despreocup­ado de esta diversión, como si la breve alegría de la noche más breve del año los librara de pensar que la civilizaci­ón está por extinguirs­e.

Tal vez se extinga, sí, mas no será por culpa de la música. Lloro en silencio, yo soy el único culpable. Con pasaporte argentino, a donde quiera que vayas llevarás melancolía y desconfian­za. Por eso, supongo, lloro entre la música humana e infinita.

Lloro en silencio: con pasaporte argentino llevarás melancolía y desconfian­za.

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